Braulio Guisolfo, un león en el mediocampo

Fútbol > EL ANÁLISIS

La sub 20 de Peñarol le devolvió identidad competitiva y orgullo al club

La sub 20 de Peñarol le planteó a Benfica un partido de dientes apretados y pierna fuerte, lo maniató y hasta le llegó con peligro, pero lo perdió en una desatención: esta generación está llamada a marcar un camino de competitividad en el club
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21 de agosto de 2022 a las 20:36

En las viejas intercontinentales se decía que el partido era la vida para los equipos sudamericanos y un compromiso lindero con la intrascendencia para los europeos. Que las copas se ganaban desde la actitud, desde las ganas, demostrándole en cada pelota dividida al rival que lo que estaba en juego era mucho más que una simple medalla. Era el orgullo, el amor propio, el hambre por el triunfo. Y así encaró la sub 20 de Peñarol la primera final Intercontinental de la categoría contra Benfica, este domingo en el Estadio Centenario en la que terminó perdiendo 1 a 0. 

Con las ganas solo no alcanza. Nunca alcanzó. Para ganar también se necesita juego. Eso requiere de buenos futbolistas. También un planteo racional e inteligente, ya que el fútbol es un juego de oposición. 

Esta generación de Peñarol reunió todos esos componentes para pelear hasta el minuto 95 contra Benfica por la Copa. Perdió, es cierto. El fútbol es resultado y la historia -dicen, pero no es verdad- solo recuerda a los ganadores.

Esta sub 20 de Peñarol le devolvió al club signos identitarios que tres décadas de fracasos internacionales han enterrado en el olvido. 

No solo por cómo ganaron la primera Libertadores sub 20 en la historia del club sino también por cómo jugaron la final ante un gran equipo europeo. 

Alonso lamenta una de sus chances malogradas

Porque mientras Peñarol se debatía ante la altura de Quito y rivales de Ecuador, Colombia, Brasil y Venezuela, Benfica llegó al Centenario tras ganarle en la UEFA Youth League a rivales de la talla de Dínamo de Kiev, Barcelona, Liverpool, Sporting Lisboa, Juventus y, en la final, a Red Bulls Salzburgo, que tiene una academia juvenil modelo en el Viejo Continente. 

A pesar de las 40.579 entradas vendidas, sobre el ambiente flotaba un miedo fundado: comerse una goleada contundente, de esas que explican claramente la diferencia que existe entre el poderoso fútbol europeo y el empobrecido balompié sudamericano. 

Pero el partido estuvo lejos de situarse entre esos polos. 

Porque Juan Manuel Olivera lo planteó con astucia y los jugadores lo ejecutaron con determinación. 

Peñarol jugó muy enfocado en no concederle espacios a su rival y en disputar cada balón como si fuera el último. 

Le dio la pelota, se refugió en su terreno y lo presionó ahí donde los volantes pretendían activar circuitos ofensivos. 

Como fruto de un cuidadoso estudio, el equipo buscó en cada recuperación meter pelotas cruzadas desde la zona de volantes a los extremos (Máximo Alonso-Nicolás Rossi). 

Alonso salió favorecido porque quedó emparejado con el jugador más bajo del equipo rival, el capitán Rafael Rodriguez, y en dos balones cruzados por Santiago Homenchenko, se las ingenió para meter el cuerpo, ganar la posición y quedar en posición de definición. En la primera ocasión se demoró y fue bloqueado. En la segunda remató bajo y encontró a quien sería el hombre del partido, el golero Samuel Soares. 

Santiago Homenchenko jugó un gran primer tiempo

Rossi, en cambio, se las vio con un lateral, fuerte y corpulento, João Tomé, contra el que no pudo efectuar rompimientos en velocidad en los últimos metros del campo. 

Peñarol dominó el juego claramente en los primeros 45'. Impuso su libreto, generó riesgo y maniató al rival que solo se acercó al arco en tiempo agregado con un remate de media distancia en una acción que se inició con una falta ofensiva que no fue sancionada. 

Soares salvó la más clara que tuvo Peñarol: un centro cerrado de Braulio Guisolfo en el que se tiró hacia atrás y mandó al córner. 

En el complemento, Benfica elevó el tono de su juego y Henrique Pereira asumió un mayor protagonismo. Las acciones se nivelaron y los visitantes encontraron por única vez espacio en el juego a los 52', a espaldas de Mathías De Ritis tras una salida del zaguero Agustín Rodríguez que no fue eficaz. La definición se fue cerca. 

Peñarol respondió con una acción personal de Óscar Cruz y una corrida de Alonso quien quedó solo contra el golero pero no llegó a definir.

A los 67' Rossi tuvo que dejar el partido, acalambrado. 

Es decir, que en la recta final del partido, Peñarol se quedó sin su goleador (máximo de la historia en formativas), sin un hombre tocado por la varita mágica del gol. Justo cuando el partido se terminó de jugar en el área de Benfica. 

Y es ahí donde se puede advertir, una vez más en el fútbol uruguayo, el mal manejo que hacen algunos empresarios con los jugadores que representan. 

Cruz estuvo parado y entrenando por su cuenta cuatro meses después de ganar la Copa Libertadores mientras el representante Pablo Bentancur discutía con el presidente Ignacio Ruglio con qué porcentaje del jugador pretendía quedarse. 

Y en un partido tan exigente, con las emociones y presiones de jugar por primera vez ante tanta gente, todo termina pesando. 

Distraído o no por la salida de su hombre gol, Peñarol quedó abajo 1-0 en el marcador por no resolver un córner en contra. 

Los había defendido bien ante un rival de mayor talla y fortaleza física. Pero para ganar una final hay rubros como el defensivo, que demandan nota de sobresaliente. Con el muy bueno no alcanza. 

El ingreso de Matías Ferreira sacudió al equipo. Si jugada desde el vamos, tal vez el equipo no hubiera sido tan sólido en el medio. Pero lo cierto fue que su ingreso tonificó el ataque, hizo soltar al lateral Joaquín Ferreira en ofensiva y le dio más pegada al equipo. 

A los 76', Santiago Díaz -otro que entró bien- cruzó un balón en el área y Matías Ferreira remató potente al segundo palo. La atajada del arquero fue impresionante. 

Después hubo tiempo para un balón restado sobre la línea. 

Peñarol cayó de pie acorralando a un rival que perdió su línea europea y que terminó reventando las pelotas de su área y que fue incapaz de hilvanar, con el espacio a favor, un solo contragolpe de peligro.

No alcanzó. Pero el equipo lejos de estar cerca de perder por goleada, hizo sobrados méritos para ganar la Copa. Y lo hizo con formas que en Peñarol se han desvanecido en los últimos tiempos (salvo por la Libertadores 2011 o la Sudamericana 2014): con actitud, con hambre de triunfar, con ambición y con buen juego.    

   

 

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