El 9 de junio de 1924, en Colombes, a 11 kilómetros de París y en su primera participación, Uruguay juega la final de los Juegos Olímpicos ante Suiza y lo golea 3-0. Se lleva la medalla de oro.
No era un título más. Como el torneo era organizado por FIFA por primera vez, el que ganara la final, además de ser campeón olímpico, sería campeón del mundo.
La pequeña colectividad uruguaya que vivía entonces en París, mandó confeccionar miles de banderitas de Uruguay y las repartió entre el público antes del encuentro final. Los franceses habían agotado las entradas con mucha anticipación y la selección uruguaya era todo lo que querían ver. Nunca habían visto un fútbol de esas características en Europa. Ni siquiera la afamada Inglaterra, que se negó a disputar el certamen, los había asombrado tanto.
Entonces, todo el estadio era hincha de la celeste en aquel partido. Y cuando el árbitro francés, Marcel Slawick pitó el final, esas mismas banderitas se agitaban vitoreando a los comandados por un joven José Nasazzi, de apenas 23 años.
En aquella tarde nublada, en la que algunos jugadores recordaron que justo salió el sol al término del encuentro, comenzó a izarse en lo más alto la bandera uruguaya con el Himno Nacional de fondo.
La premiación olímpica era distinta a la de ahora. Los suizos, perdedores de esa jornada, aguardaban en un costado a que terminaran las estrofas del Himno uruguayo con mucho respeto.
Allí surgió espontáneo un gesto de los futbolistas celestes. Los fueron a buscar y le levantaron las manos en señal de deportividad.
Pero la espontaneidad no se iba a ver solamente en ese momento. ¿Qué sucedía entonces en las tribunas? La gente no se había movido de sus lugares. Quería ver de cerca a esos campeones olímpicos que tanto habían maravillado con su juego durante varios días, que habían agotado las entradas y que sorprendieron al mundo que, hasta entonces, no los conocía.
El público no paraba de gritar, de aplaudir, de seguir moviendo las banderitas uruguayas. Así, Nasazzi forma a sus compañeros frente a la Tribuna de Honor y saludan respetuosamente.
Pero esto no para allí. Las otras tribunas también quieren ser parte de la fiesta. Prácticamente que obligan a los celestes a empezar a recorrer el perímetro de la cancha y estos acceden. Lo hacen caminando e invitan a los suizos a que los acompañen detrás.
En este video se puede apreciar cómo fue la primera vuelta olímpica, desde el minuto 15 en adelante:
Entre los gritos de algarabía por ver a los campeones de cerca, vuelan los sombreros hacia la cancha, y hasta les tiran flores.
Sin proponérselo, nace de esa manera la vuelta olímpica, algo que es una marca registrada del fútbol que se extrapoló a otros deportes en todo el mundo y que a diferencia de aquel primer día en Colombes, se hizo siempre corriendo. La foto que sigue, es la de Uruguay dando la vuelta luego de ganar la primera Copa del Mundo disputada en Montevideo.
Durante muchos años a lo largo del mundo entero, la vuelta olímpica se tomó como símbolo de triunfo una vez que alguien se consagraba campeón.
Por poner ejemplos en el fútbol uruguayo, Peñarol y Nacional siempre han dado vueltas olímpicas luego de ser campeones, ya fuera por el Uruguayo o por las Copas Libertadores que consiguieron.
También lo hizo la selección uruguaya al conseguir las Copas América. Se recuerda la ganada en Argentina en 1987 cuando el Chueco Perdomo, quien con 22 años era el capitán y recibió el trofeo, se lo dio a sus compañeros que comenzaron a correr alrededor del Monumental de Núñez.
Sin embargo, si se va a la Copa América que Uruguay ganó en 2011 en ese mismo estadio, una vez que consiguió el título, no dio la vuelta olímpica.
Desde hace aproximadamente una década y ahora también, las entregas de premios al goleador, mejor jugador, de medallas y del trofeo, se realizan en un podio en el campo de juego en que están todos los jugadores y los demás integrantes de la delegación, algo que no sucede, como se vio en estos días, en los Juegos Olímpicos en los que se premia exclusivamente a los futbolistas.
Esas nuevas entregas de premios han llevado a otros festejos para las cámaras. La premiación está reglamentada y después de que explotan por el aire papelitos del color del ganador, los jugadores se toman selfies, se juntan cuando pueden -no ahora en pandemia- con sus propios familiares en la cancha, y todo eso, llevó a que se fuera olvidando la vuelta olímpica.
La última costumbre que han tomado los jugadores en los últimos 10 años aproximadamente, es la de colocar la copa ganada en la raya de uno de los arcos y llegar en grupo corriendo todos desde la mitad de la cancha para zambullirse ante ella.
En Uruguay, los clubes grandes se acostumbraron desde hace años a no llevar a cabo la vuelta olímpica cuando ganan un torneo corto, es decir, el Apertura o Clausura.
Sin embargo, con el paso de los años, tampoco se los ve dar la vuelta olímpica cuando luego ganan el Campeonato Uruguayo.
En la pasada Copa América que ganó Argentina en Brasil, no hubo vuelta y los jugadores argentinos le sumaron un aditivo especial, heredado del básquetbol: cortaron las redes del Estadio Maracaná en pedacitos y se los llevaron de recuerdo.
En el fútbol europeo, los festejos luego de conseguir un campeonato también son muy protocolares y se ciñen a tomarse una fotografía con cartelería de los espónsores, o recibir el trofeo en el estilo mencionado, en un podio en el que todos celebran. Mientras eso ocurre, la vieja vuelta olímpica, la que se conoce desde hace casi 100 años, no se da más.
El último campeón del fútbol uruguayo, Plaza Colonia, recibió sus medallas y su copa por haber ganado el Torneo Apertura en el Parque Viera ante Wanderers el domingo de la semana pasada y no festejó con la vuelta olímpica.
Sus jugadores se tomaron selfies y también festejaron con la copa en uno de los arcos para llegar corriendo hasta allí zambulléndose. Nada más.
Ese pedazo de historia que comenzó Uruguay como pedido de los aficionados que abarrotaban el estadio de Colombes en 1924, parece correr el riesgo de extinguirse, y quizás deban ser los propios uruguayos actuales los que retomen una celebración que es única.
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