Juan Samuelle

Las frutillas soñadas y con un plus cada vez más exigido: bajo impacto ecológico

Tras investigar y viajar a Portugal para ver manejos de avanzada, Fernando y Laura dejaron de producir frutilla a campo para hacerlo con un sistema que promueve varias ventajas

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10 de octubre de 2021 a las 05:00

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Fernando y Laura las producen y Marcelo las comercializa: frutillas con la marca Ibapitá.

Además de lindas, sabrosas, sanas y nutritivas, tienen un plus cada vez más exigido por los consumidores: se generan con base en un sistema hidropónico y con bajo impacto ecológico, de un modo muy amigable con el medioambiente.

Fernando Floriani y Laura Kanizaj tienen su predio productivo donde viven, a dos kilómetros de Libertad, en San José. Allí, entre otras instalaciones, hay un invernáculo de 5.000 m2 colmado de plantas que producen frutillas en hileras aéreas móviles, con sus raíces en un sustrato en el que el agua contiene los nutrientes, en una atmósfera controlada, con humedad (de 50 a 60%) y temperatura (no más de 25° C) ideales.

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El producto final.

Fernando procede de una familia que en ese predio produjo papa, pero hasta que descubrió la frutilla trabajó 15 años fuera del campo, en una imprenta.

La relación con la frutilla es directa en el caso de Laura: sus padres eran productores en Colonia Wilson y en su momento cedieron una hectárea de su predio para que allí se iniciaran Fernando y Laura. Produjeron del modo convencional, con las plantas en la tierra, hasta que hace pocos años se mudaron al campo que era de los padres de Fernando y con el tiempo decidieron primero investigar y luego jugarse a seguir produciendo frutilla, pero de un modo diferente.

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Se produce en un área con atmósfera controlada.

El viaje a Portugal

Tras averiguar en diversas redes sociales, se contactaron con una firma española que instaló sistemas hidropónicos (para diferentes cultivos) en más de 20 países. Uno de sus gerentes y uno de sus agrónomos –con quien mantienen un constante ida y vuelta–, los invitaron a ir a Portugal a conocer un sistema de avanzada y en condiciones climáticas similares a las de San José, ideal para lo que Fernando y Laura querían: producir de un modo más respetuoso con los recursos.

Tras esa experiencia llegó la decisión y, con gran esfuerzo, la inversión.

“No fue sencillo pasar de producir en tierra a hacerlo con el sistema hidropónico, pero nos fuimos adaptando, incluso un año después seguimos aprendiendo, pero ya comprobamos muchas ventajas”, afirmó el productor.

Juan SamuelleNi las plantas, ni los frutos: cero contacto con la tierra.

La lista de ventajas

Una es que a diferencia de la cosecha convencional, que suele ir de fines de primavera a inicios de enero, este sistema permite obtener frutillas en nueve meses, quedando los otros tres (junio a agosto) para labores de mantenimiento y recambio de plantas y otras. Eso, en un mercado en el que los productores reciben la genética desde España, Chile o Estados Unidos a la vez, termina siendo un diferencial de alto valor, dado que satisface el objetivo de llegar al mercado con un producto premium cuando no hay un abastecimiento suficiente en cantidad ni en calidad.

Otra es la calidad –óptima y uniforme– de la producción. En este emprendimiento solo una persona toca la frutilla al cosecharla y colocarla en la petaca que llega al consumidor. Fernando comentó que en Uruguay “no se trata del mejor modo a la frutilla, que es un fruto fino, cuya piel es delicada, normalmente desde la producción a campo se trasladan en envases con ocho kilos que no es lo ideal, pero además se muestrea y clasifica mucho, se manosea la fruta y no hay una cadena de frío adecuada para que llegue en buen estado”, explicó.

Otra ventaja del sistema de la frutilla Ibapitá es para el trabajador: se recoge la fruta de pie, sin agacharse, cuando alcanza el nivel de madurez y color ideales se coloca medio kilo de frutillas en las petacas que están sobre una balanza en un carro que se traslada sin esfuerzo. No molesta la lluvia, tampoco el viento ni el sol, en un espacio con condiciones térmicas ideales, cálido en invierno, fresco en verano.

Eso lo permite un control automático que contempla riegos refrescantes a nivel del suelo, mallas aéreas protectoras cuando el sol es intenso y sistemas de ventilación que se activan cuando es necesario, por ejemplo, poner al cultivo a resguardo de las heladas o temperaturas muy elevadas.

Si bien mejoró el confort, y la tecnología permite controlar detalles técnicos con solo mirar el celular, “hay que estar muy atento a cada detalle y día a día arriba de la producción, no es que tener el invernáculo hace que la frutilla se produzca sola”, puntualizaron Laura y Fernando. “Hay que controlar los frutos, las hojas, el sustrato… cada elemento es vital para al resultado final”, dijeron.

Hay otro detalle positivo: el uso mucho más bajo de algunos insumos con relación a la producción tradicional, con los consecuentes beneficios en costos, pero también al cuidar los recursos.

Otro aporte valioso es la posibilidad de instalar más plantas por metro cuadrado. Las que están produciendo frutillas en este invernáculo de media hectárea son las que a campo demandarían un área de 2,5 hectáreas.

El sistema permite ahorros considerables en uso de fertilizantes, dado que los nutrientes se inyectan en el agua. No se utilizan herbicidas ni insecticidas, se recurre a controladores biológicos, ácaros, enemigos de algunos insectos que pueden aparecer.

En el caso del agua, hay otro ahorro sensible: a nivel de campo un kilo de frutilla demanda 180 litros de agua y eso con el sistema utilizado en este emprendimiento desciende a 70 litros; “la huella hídrica es muy menor”, dijeron.

El agua es siempre la misma, no hay vertido al exterior, circula por el invernáculo y va a un depósito subterráneo –eso ayuda a que mantenga la temperatura adecuada– previo pasaje por un sistema computarizado que hace que al agua se le incorporen los nutrientes necesarios y con la cantidad exacta.

Eso, subrayó Fernando, “es fundamental”, considerando la relevancia de la conductividad eléctrica del agua y el traslado de sales a las plantas: “Depende de cada cultivo, la frutilla es muy sensible a las sales, en el campo se fertiliza sin esa exactitud y de pronto se hace mal al cultivo o se va salinizando la tierra, acá eso no sucede porque uno le da a la planta, a través del agua, solo lo que necesita”.

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La sala en la que, de modo computarizado, se controla la calidad del agua y la incorporación de nutrientes.

El nuevo desafío: exportar

Fernando y Laura tienen como objetivo exportar. Ese fue uno de los disparadores del esfuerzo realizado. “Producir así permite cumplir con los estándares que muchos mercados exigen, por ejemplo en lo estético, el sabor y la inocuidad, pero también para aportar un volumen constante y con base en una producción sin pesticidas, sin herbicidas, sin huella de carbono porque no se usan máquinas a combustión y con una huella hídrica muy baja”, remarcaron.

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La recolección demanda menor esfuerzo que la que se hace "a campo".

Control intenso

Laura explicó que en cada momento del proceso productivo hay controles intensos: “Nada queda librado al azar”.
Por ejemplo, las petacas se pesan cuando se cosecha una por una y luego de modo aleatorio hay otro pesado previo a la entrega al distribuidor.
En el depósito cada petaca es observada, para evitar que llegue al consumidor alguna frutilla que no tenga la forma o el tamaño adecuado, o que tenga algún otro detalle, por más que se pueda consumir porque toda la producción es inocua.

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Las hileras con las plantas suben y bajan con base en lo adecuado para trabajar y para las plantas y frutos.

La comercialización

De la comercialización de las frutillas se ocupa el comisionista Marcelo Peisino, director de la firma C. Wilson – Don Haroldo SRL, que posee un puesto en la Unidad Agroalimentaria Metropolitana (UAM).

Este empresario informó que el grueso se comercializa a Tienda Inglesa, pero también hay venta en el nuevo mercado y a otros comercios.

“Los resultados han sido muy buenos, lo notamos en los comentarios de los clientes, del público también, nos han felicitado por la calidad, pero también por la forma en que se produce”, destacó.

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El invernáculo tiene un área de 5.000 metros cuadrados.

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