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A 100 días de las internas la campaña no prende

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23 de marzo de 2024 a las 05:00

Faltan solo 100 días para las elecciones internas no obligatorias donde los partidos políticos del Uruguay definirán qué candidato los representará en las elecciones presidenciales de octubre y en el eventual balotaje de noviembre.

A fines de junio también se definirán los equilibrios partidarios, los sectores medirán sus fuerzas. Aparecerán nuevos nombres, figuras, desaparecerán otros, se consolidarán espacios y algunos comenzarán el lento marchitar inevitable hacia su desaparición. 

A fin de cuentas, la política y los políticos deben saber interpretar su tiempo, demandas y temores para estar a la altura de lo que pide la ciudadanía y así poder dar respuestas. Si no lo hacen tarde o temprano pierden vigencia.

Cuando los políticos piensan más en su propia supervivencia que en representar los intereses del pueblo que los elige empieza el principio de su fin. Es así desde que el hombre está sobre La Tierra y seguirá siéndolo.

Lo bueno de la democracia es que cada determinado tiempo se puede poner o sacar a los representantes que mejor interpreten la época que les toca vivir y más convincentes suenen. 

En regímenes totalitarios los cambios demoran mucho más tiempo, siglos a veces, pero tarde o temprano la libertad se termina colando. La libertad de los pueblos es como el vapor de una olla a presión: si está tapada un día explota. 

A 100 días de las primarias no hay clima electoral. La gente no habla de política, ni de programas, ni de ideas, ni de candidatos, ni de estrategias. Tan solo el círculo rojo de interesados en la política estamos al tanto de los movimientos, las estrategias, los actos, la campaña.

Esta Semana Santa en los campamentos se hablará mucho más de las inundaciones, las picaduras de mosquitos, las excentricidades del presidente de Argentina Javier Milei y el clásico entre Nacional y Peñarol del viernes 28 de marzo que de política. Lamentablemente sí se hablará de denuncias personales contra algún candidato que poco y nada tiene que ver con las ideas sobre el futuro del país.

Simplemente la ciudadanía no está en modo campaña. No parece interesarle. He participado en varias carreras electorales, en algunas como periodista en otras como estratega: nunca percibí tan poco interés de la gente.

Hace exactamente siete días Álvaro Delgado, el candidato del oficialismo y posible próximo presidente realizó un acto en el Palacio Peñarol que no tiene nada que envidiarles a las convenciones de los dos grandes partidos estadounidenses. 

Tribunas colmadas de banderas, ómnibus contratados de todos los rincones del país, transmisión por YouTube, varias cámaras y un dron para la difusión en vivo por los principales portales de noticias, un artista popular con su banda y un discurso pensado hasta la última coma con un Delgado que se calzó el traje. 

Habló del segundo piso de transformaciones que el país necesita explicando con claridad meridiana cómo piensa continuar el rumbo del gobierno de Lacalle Pou. En el escenario y en primera fila casi la totalidad del gabinete, con la ministra de Economía, Azucena Arbeleche, al centro. Como para que no quede ninguna duda si a alguien aún le quedaba alguna.

Sin embargo, hizo algo de ruido en la prensa política y entre los blancos, pero pese a todas las propuestas que planteó, no se desató una gran conversación nacional ni fue comentado por la gente común.

Días más tarde el senador Jorge Gandini, también precandidato nacionalista, presentó los equipos técnicos de su sector en el Radisson Victoria Plaza invitando a exponer al economista Ignacio Munyo sobe los desafíos que tiene el Uruguay para alcanzar el desarrollo en base a un monitor ya presentado ―y abierto al público en general― a fines de 2023. 

Nuevamente el eco del contenido del evento se escuchó entre las personas del círculo rojo interesado en la política local pero tampoco desencadenó una ola de debates nacionales ni se metió en la agenda de las charlas de bar. 

Mientras tanto, los principales candidatos de la oposición ―Yamandú Orsi y Carolina Cosse― salpican declaraciones efectistas durante las giras y en videos cortos por las redes sociales cuestionando al gobierno, diciendo que fracasó en todos los planos, sin tampoco lograr introducir temas de fondo. 

La pregunta es por qué. Intentaré esgrimir algunas respuestas.

Por el mundo y por Uruguay pasó un tsunami que se llamó epidemia del coronavirus. Fueron dos años en que nuestras vidas quedaron trastornadas por cambios de hábitos, costumbres, rutinas. Nos pegamos a la información de los medios y las redes ―con las consecuencias nefastas de la sobreinformación y las fake news― como tal vez nunca lo habíamos hecho.

Descubrimos el zoom e incorporamos para siempre el trabajo a distancia. Estuvimos más cerca de la familia que antes de la pandemia y cada uno hizo lo que pudo para pasarla. Experimentamos cambios en la forma en que nos relacionamos entre nosotros y con el mundo. Aceleramos procesos tecnológicos y reivindicamos algunas viejas costumbres como cocinar o conversar. 

Sufrimos, perdimos gente querida, le encontramos la vuelta a cosas inesperadas, multiplicamos exponencialmente nuestras horas frente a las pantallas y al consumo de entretenimiento. Nos preocupamos por nuestra salud como tal vez no lo hacíamos antes. Los más jóvenes se aislaron conectándose.

Un día se declaró el fin de la pandemia y el mundo retomó inmediatamente su ritmo como antes. Pero en esos dos años cambiaron muchas cosas en la sociedad y en cada individuo. Eso deja marcas, imposible que no lo haga. Intuyo que la vorágine de la época nos hizo saltear el razonamiento y la asimilación de los cambios que vivimos a la fuerza y por necesidad. 

La presencia cercana de la muerte durante dos años, el comportamiento poco coordinado de los gobiernos que dieron la sensación de que el mundo estaba acéfalo de poderes razonables, incapaces de coordinar, la hiperconexión de la aldea global con Internet, el uso y abuso de las redes, el teletrabajo que adoptamos a prepo, la necesidad de escuchar a los nativos digitales, cuando el poder aun reside en los que nacimos antes de Internet, todo eso dejó el mundo patas para arriba.

Trocó las prioridades y los intereses de las personas.

Vivimos cambios profundos en la sociedad, sus temores, sus ambiciones, comportamientos y desafíos. No tengo idea si es la razón por la que esta campaña electoral parece desconectada de la gente, pero a intuición pura estimo que algo ocurrió en nuestro imaginario y psiquis en esos años del COVID-19 que tal vez expliquen por qué los uruguayos parecen desinteresados en discutir sobre su futuro.

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