Diego Battiste

Hizo dejar el alcohol a O'Neill y entrenó a Lacalle Pou en rugby: las mil vidas del profe Tchakidjian

Jugó al fútbol y al básquetbol, le cantó la canción de Rocky al Manteca Martínez para estimularlo y ganó el clásico con Goncálvez de golero, entre otras anécdotas

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17 de enero de 2021 a las 05:03

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Jugó al fútbol con Roberto Cuomo quien era el dueño de la chacra en la que hoy se encuentran Los Céspedes, llevó a Carrasco a Sao Paulo cuando trabajaba en el cuerpo técnico de Pablo Forlán, le cantaba la canción de Rocky al Manteca Martínez para estimularlo cuando lo tuvo en Peñarol, fue campeón uruguayo con Defensor en 1987, tuvo al actual presidente de la República, Luis Lacalle Pou, cuando era preparador físico de Old Boys en rugby, hizo que Fabián O’Neill dejara por un tiempo el alcohol cuando jugaba en Nacional, fue 10 años salvavidas en Punta del Este, Raúl Bentancor lo dejó a cargo de seleccionar jugadores para el combinado juvenil celeste y jugó al básquetbol en Defensores de Maroñas. La vida y las anécdotas del preparador físico Antonio Tchakidjian en esta historia.

Es un libro abierto en su materia, y conoció gran parte del mundo. Mamó de chico la voluntad y la perseverancia que lo hicieron crecer hasta ser uno de los profesionales más reconocidos en el mundo del deporte uruguayo.

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Estuvo en casi todos los clubes del fútbol uruguayo, pero también incursionó en rugby y básquetbol. Pero asimismo supo jugar con la redonda y la anaranjada.

“Cuando tenía 11 años me mudé de Punta Carretas a Camino Mendoza y Teniente Galeano. Allí empecé a jugar al fútbol en la reserva de un club del barrio que se llamaba Nuevo Rumbo. El fundador del club era Roberto Cuomo, quien a su vez, era el dueño de la chacra en la que hoy se encuentran Los Céspedes, la concentración de Nacional. Ya existía el chalet y había dos canchas espectaculares para la época y ahí jugábamos. Me decían Ruso por el apellido y jugaba de volante o puntero izquierdo. Cuomo le vendió a Nacional el predio de Los Céspedes y en 1968 me llevó como preparador físico de Colón en la B. Allí comencé”, explica Tchakidjian a Referí.

En Nuevo Rumbo jugaba Andrés “Chiquito” Vismara. quien luego fue masajista de Cerrito. En 1972, el Ruso, como le decían, lo llevó a Bella Vista y hoy es uno de los históricos del club que el año pasado cumplió 100 años.

"Luis Lacalle Pou me hizo acordar que cuando estuve en Colombia, en Tolima, mandé hacer una barrera de metal con forma de jugadores y le puse la camiseta azulgrana de Old Boys. Saqué la foto y la mandé al club y la guardaron en el gimnasio. Luis jugaba a veces de apertura y otras de medio. Alternaba en el equipo durante un tiempo. Logramos un título"

Fue, al mismo tiempo y durante 10 años seguidos salvavidas en Punta del Este, casi siempre en la misma playa, la del ex Hotel San Rafael en la Brava.

“Era la época en la que había un salvavidas por playa, con un corcho y un cable envuelto en un carretel. Todo a pulmón”, recuerda con una sonrisa.

Su infancia “fue feliz”, pero como sucede en muchas familias, tuvo que poner mucho de sí. Es que su madre enfermó y estuvo internada un tiempo y cuando su hermana Rita tenía solo cinco días de vida, falleció su padre. Ya se habían mudado para Mendoza y Galeano, el barrio que fue su “escuela”.

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“Quedamos medio a la deriva con mis hermanos, pero el barrio me ayudó muchísimo. Me hice cargo de mi hermana Rita pese a que yo tenía solo 11 años. Uno va madurando a medida que sabe llevar a cuestas un dolor. Eso te va creando una cáscara, una determinada conducta que te hace seguir ante la adversidad. Tenía la responsabilidad de criarla, con mente de adolescente, pero ojo, tuve una infancia feliz”, se encarga de subrayar.

El niño fue creciendo y fue a jugar a Danubio en el Parque Forno. Tuvo a Segundo González de técnico en la Quinta división. Jugaban con la pelota de tiento que era un peligro cuando había que cabecearla.

“Con Tato (Ortiz) se hizo un gran trabajo. Estuvimos en el clásico de los 100 años en el que Tito Goncálvez jugó de golero los minutos finales y sacó dos goles. Ganamos 1-0 con un gol del Manteca Martínez”

“Un día de lluvia y barro, con pelota de tiento y los zapatos que pesaban como 200 kilos, en un córner me pegó en la cabeza y no me desmayé de casualidad porque con el piripicho me dio de lleno. Empecé a sangrar. A partir de ahí, no cabeceaba más. Por no quedar mal, me fui”.

Así empezó a jugar al básquetbol en los Menores de Defensores de Maroñas. Raúl Recoba, el padre del Chino, jugaba en la Reserva porque era mayor. Era el armador suplente del equipo.

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En un encuentro con el astro argentino Diego Maradona, uno de los tantos personajes que conoció en su prolífica carrera

Recuerda con cariño a Ricardo Moreira quien “era la gran figura, hacía casi todos los tantos y traba todo el día como hoy (Leandro) García Morales. Ricardo pasó de Menores a Primera con 15 años y de ahí a la selección con la que fue campeón sudamericano. Se creía que era el nuevo (Óscar) Moglia. Pero a los 22 años, se murió asfixiado con gas en un apartamento”.

La selección juvenil y la mayor

Su labor como preparador físico crecía a pasos agigantados debido a su nivel. Siempre sostuvo que “Uruguay es la universidad del esfuerzo y por eso los jugadores se toman tres ómnibus para entrenar, no tienen agua caliente y cuando van a un lugar donde se les dan las posibilidades profesionales, los muchachos rinden mucho más”.

Cuando Raúl Bentancor y Esteban Gesto lograron su primer título con las juveniles celestes en Venezuela, el profe Gesto se fue a Ecuador y el entrenador llamó a Tchakidjian. Eran épocas en las que no existía la figura de ayudante técnico.

Entonces se fue al Mundial de Túnez en el que la celeste fue cuarta.

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El plantel de Uruguay que viajó a jugar el Mundial juvenil de Túnez 1977 con Tchakidjian en el grupo

“Tuve que ir a ver a los rusos –que eran rivales– a 600 kilómetros de donde jugábamos. A la vuelta nos perdimos. Cuando volvimos de Túnez, el presidente Garbarino nos invitó a Raúl y a mí porque no había ayudante técnico, y nos comentó que llegaron dos invitaciones: una para hacer un curso en México y otra para jugar un cuadrangular en las Islas Canarias. Ahí le dije a Raúl que fuera a estudiar a México y me dijo que yo hiciera de seleccionador de jugadores que debían ser sub 18”, cuenta.

Comenzó a observar equipos de Cuarta y Quinta buscando jugadores y fue seleccionando. “Tenía que mirar a los jugadores con los ojos de Bentancor, no con mis ojos, para ver cuáles podían cumplir con su juego”.

El gerente de la AUF era Leonel Jacobo y recorrían las canchas. Fueron a ver a Racing que estaba en la B, porque a Jacobo le dijeron que había un “10” que la rompía que se llamaba Carballo.

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Un trofeo obtenido en el Mundial juvenil de Túnez de 1977

“Lo fui a ver, pero hay que mirar a todos. Este Carballo era espectacular, pero jugaba cuando tenía la pelota en el pie, pero no participaba del juego, no corría”. Sin embargo, había un futbolista que “pasaba como una saeta en el lateral y me rompió los ojos. Pregunté quién era ese jugador y era Miguel Bossio. Ahí me lo apunté, lo citamos y luego hizo una carrera bárbara en Sud América, Peñarol y Valencia. Carballo al final terminó de sacerdote. No sentía al fútbol”.

"Cuando llegamos a Arabia (con Pablo Forlán como técnico) eran otras épocas y no teníamos intérprete. ‘Meté línea de cuatro’, me dijo Pablo, ‘porque yo no entiendo nada lo que dicen’. Al mes vino el intérprete que había trabajado en la frontera del Chuy y hablaba portugués"

Allí también citó, entre otros, a Osvaldo Giménez, quien jugaba de zaguero izquierdo en River y que luego sería ayudante técnico del Pichón Núñez en el título de la Copa América de 1995 y gerente deportivo de la AUF, entre otros cargos.

Bentancor por entonces era palabra santa, ya que en enero de 1979 había ganado también el Sudamericano juvenil. Entonces le dieron la selección mayor y allí fue el profe Tchakidjian con el entrenador.

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Uruguay fue invitado a jugar contra Brasil en Maracaná y Bentancor llevó a una preselección, para probar a algunos futbolistas. Era su primer partido con la mayor y un desafío importante. Waldemar Victorino puso el 1-0, pero después, Brasil goleó 5-1. “Empezó el partido y llegó un gol de Victorino y yo me agrandé, y en 20 minutos fue un peloteo. Nunca vi atajar tanto a Rodolfo (Rodríguez). El Pete Russo y el Culaca González eran los zagueros. Casi no habíamos practicado, volvimos y en poco tiempo nos sacaron”.

Estuvo dos veces en Sao Paulo con Pablo Forlán, quien es muy querido en dicho club por haberlo defendido con títulos en la década de los años de 1970.

“Cuando Charly García vino a dar un recital al Franzini, la cancha quedó toda de tierra y chapitas de refrescos... ¡me quería morir! Se sembró de nuevo y yo ponía la manguera para que corriera el agua. Cero riego, solo a punta de manguera. A las 4 de la mañana me levantaba y corría la manguera para distintos lugares para empezar a recuperar la cancha"

En 1984 se hicieron cargo de todas las divisionales inferiores y después volvió en 1990.

“Teníamos un plantel notable con Cafú, Raí, Leonardo, Zetti, un equipazo. Pero nos faltaba algo. Entonces le dije a Pablo que llevara a (Juan Ramón) Carrasco, aunque no lo conocía como persona. En ese entonces, no era tenido en cuenta en Peñarol. Y ahí él se puso en contacto con el Cholo Ledesma y apareció JR. Anduvo muy bien, fundamentalmente en los primeros partidos con muchas ganas. También estuvo Diego Aguirre y con ellos hicimos gran amistad”, cuenta.

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Tchakidjian también estuvo en el área física de Peñarol y Nacional. En el primero participó de tres períodos distintos.

El primero en 1991 con Tato Ortiz luego que se fuera César Menotti, luego en 2008 con Gustavo Matosas y en 2010 con Manuel Keosseian.

“Juan Pedro Damiani me dijo: ‘Llegaste en los momentos más complicados’, y yo pensaba que llegué a tocar el violín como los músicos del Titanic cuando se hundía”, explica.

De su pasaje con Ortiz por Peñarol tiene un gran recuerdo “Con Tato se hizo un gran trabajo. Estuvimos en el clásico de los 100 años en el que Tito Goncálvez jugó de golero los minutos finales y sacó dos goles. Ganamos 1-0 con un gol del Manteca Martínez”.

“El Manteca Martínez era extraordinario. Le hice una pretemporada personal (en Peñarol) en el Parque Rivera y le cantaba la canción de Rocky para estimularlo. Él me decía Mengele ya en Defensor porque lo exigía mucho, pero lo hacía porque le veía unas condiciones notables que luego demostró”

Cuando terminó el primer tiempo de ese clásico, Martínez se sacó el zapato y tenía el tobillo morado e hinchado. Le habían pegado un puntazo muy fuerte. “Tato le dijo que no entrara (al segundo tiempo) y él le dijo que quería entrar y terminó haciendo el gol”.

A Martínez ya lo había tenido en Defensor, pero cuando llegó años después a Peñarol, no estaba de la mejor forma. “Era extraordinario. Le hice una pretemporada personal en el Parque Rivera y le cantaba la canción de Rocky para estimularlo. Él me decía Mengele ya en Defensor porque lo exigía mucho, pero lo hacía porque le veía unas condiciones notables que luego demostró”.

Le quedó “la alegría de haber ganado el clásico de los 100 años porque la gente lo disfrutó muchísimo y el Tito atajó dos pelotas que eran goles”.

Su pasaje por Nacional y la charla con O’Neill

En mitad de 1994 y parte de 1995 con Hugo Fernández, trabajó en Nacional. Llegó luego el Chino Salva a quien no conocía y no quería doble horario. No quería cambiar su metodología de toda la vida y renunció.

“Estaban O’Neill –un fuera de serie–, Domínguez, Revelez, Lemos, Juan González. Voy a contar una anécdota con Fabián (O’Neill) ya que él mismo contó el tema de su alcoholismo. Un día llegó al Parque Rivera a un entrenamiento con olor a alcohol y lo saqué. ‘Nunca más vengas así; yo no voy a decir nada, ni siquiera a Hugo que es el técnico’, le dije. Le pedí que nos respetara y lo mandé correr, le dije a Hugo que tenía un problema en el tobillo y a partir de ahí, nunca más. Es dueño de una calidad humana, gran bondad y un muchacho buenísimo”.

Recuerda que una tarde puso un ejercicio de espacios reducidos para ver quién ganaba. O’Neill solo contra Álvaro Gutiérrez y Alfonso Domínguez. “Fabián agarró la pelota, la pisó y empezó a moverla y no se la pudieron sacar. Ganó él”.

Fue campeón uruguayo con Defensor en 1987. Había clasificado meses antes con Progreso a la Copa Libertadores de ese año en una Liguilla en la que Raúl Möller comenzó como entrenador. De allí se fueron a los violetas.

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Una plaqueta que le obsequió Defensor Sporting, club en el que hizo historia

Eduardo Arsuaga comenzaba como presidente del club. “Antes del Uruguayo, perdimos con Danubio por goleada en un amistoso en el Parque Central. Cuando terminó el partido, vino Arsuaga al vestuario y nos dio una fuerza bárbara: ‘Jugaron muy bien, muchachos. Tranquilos’. Tres fechas antes de que terminara el Uruguayo, fuimos campeones en el Franzini”.

En ese equipo jugaban el Vasco Aguirregaray, Ahuntchain, Eliseo Rivero, Cabrera, Miguel Falero, Silva Cantera, Gerardo Miranda, Sergio Martínez, Vecino y Carlos Larrañaga, entre otros.

El profe tenía la cábala de que le cortaba el pelo a los futbolistas. Daba cinco números en las concentraciones y los que agarraban primero, se cortaban.

“Teníamos un plantel notable con Cafú, Raí, Leonardo, Zetti, un equipazo. Pero nos faltaba algo. Entonces le dije a Pablo que llevara a (Juan Ramón) Carrasco, aunque no lo conocía como persona. En ese entonces, no era tenido en cuenta en Peñarol. Y ahí él se puso en contacto con el Cholo Ledesma y apareció JR. Anduvo muy bien, fundamentalmente en los primeros partidos con muchas ganas. También estuvo Diego Aguirre y con ellos hicimos gran amistad”

“En Túnez se lo había cortado a Diogo que tenía al african look. La función de uno no es solo hacerlos correr, es muy versátil, ya que pasa por lo psicológico, la orientación, y hasta la amistad”, dice.

Silva Cantera le había regalado una capa de seda violeta, de esas que utilizan los peluqueros para que no cayera dentro de la ropa el cabello cortado. Todavía la tiene. “Hacíamos cuentos, se fumaban un cigarro, –yo los dejaba, porque no era para prohibir algo que estaba aceptado en la sociedad–. Y Sergio Martínez, me pedía una tocadita del pelo y todos los partidos le hacía un toquecito, y siempre hacía goles”.

Otra cábala era conseguir un trébol de cuatro hojas en el Franzini.

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“Cuando Charly García vino a dar un recital, la cancha quedó toda de tierra y chapitas de refrescos... ¡me quería morir! Se sembró de nuevo y yo ponía la manguera para que corriera el agua. Cero riego, solo a punta de manguera. A las 4 de la mañana me levantaba y corría la manguera para distintos lugares para empezar a recuperar la cancha. Un día encontré un trébol de cuatro hojas, se lo mostré a Silva Cantera y me lo guardé en la media: ‘Mañana ganamos’, le dije. Y así fue. A partir de ese día, Silva Cantera me traía siempre uno”.

Con Pablo Forlán fueron de los primeros en ir a dirigir a Arabia Saudita. Llegaron con muchas dificultades por las visas, además, el vínculo surgió sorpresivamente.

"Voy a contar una anécdota con Fabián (O’Neill) ya que él mismo contó el tema de su alcoholismo. Un día llegó al Parque Rivera a un entrenamiento con olor a alcohol y lo saqué. ‘Nunca más vengas así; yo no voy a decir nada, ni siquiera a Hugo (Fernández) que es el técnico’, le dije. Le pedí que nos respetara y lo mandé correr, le dije a Hugo que tenía un problema en el tobillo y a partir de ahí, nunca más"

“Me llamó Pablo desde el aeropuerto: ‘Venite que nos tomamos el avión para Arabia’. Agarré el pasaporte, llamé a Arsuaga le dije que me iba, compré un par de kilos de yerba, algunos libros y me fui. ¡Tenía el pasaporte vencido! Viajé con la cédula a San Pablo, nos movimos con el consulado y en 24 horas me dieron el pasaporte. Viajamos a Brasilia, sacamos la visa y volamos a Arabia. Íbamos como Perdidos en la Noche, como la película de Jon Voight y Dustin Hoffman. A partir de ahí, todo aventura”, dice.

Y añade: ”Pensé que el príncipe nos iba a esperar con una limusina. El aeropuerto una belleza, árboles adentro, una cascada. Pero nos teníamos que tomar otro avión. Pablo llevó una foto con Rivelino porque había jugado en Ryad. Nadie nos entendía. Cuando uno vio a Rivelino, se interesó y nos dijo dónde teníamos que tomar el avión. Ahí nos estaba esperando el presidente. No teníamos intérprete. ‘Meté línea de cuatro’, me dijo Pablo, ‘porque yo no entiendo nada lo que dicen’. Al mes vino el intérprete que había trabajado en la frontera del Chuy y hablaba portugués. Nos volvimos justo cuando empezaba la Guerra del Golfo, cuando fueron los estadounidenses a instalarse primero en Arabia”.

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Años después, fue campeón de la Copa Intercontinental y de la Copa Interamericana con Olimpia de Paraguay.

“Jugamos en El Salvador contra FAS en plena guerra civil. Ganábamos 3-1 y los jugadores se pusieron de acuerdo para que nos hicieran tres goles, porque tenían miedo de que nos mataran. Y en la vuelta le ganamos 5-0 de locales”, recordó.

Pedro Bordaberry lo sacó del fútbol y lo llevó al rugby, a trabajar en Old Boys. Era el único profesional, el único que percibía un sueldo. Allí, además, tuvo como jugador al actual presidente de la República, Luis Lacalle Pou, quien hace muy poco le recordó una anécdota.

“Quedamos medio a la deriva con mis hermanos, pero el barrio me ayudó muchísimo. Me hice cargo de mi hermana Rita pese a que yo tenía solo 11 años. Uno va madurando a medida que sabe llevar a cuestas un dolor. Eso te va creando una cáscara, una determinada conducta que te hace seguir ante la adversidad. Tenía la responsabilidad de criarla, con mente de adolescente, pero ojo, tuve una infancia feliz"

Así lo explica: “Me costó una barbaridad trabajar al principio, porque no conocían la pretemporada, ni el doble horario. Luis Lacalle Pou me hizo acordar que cuando estuve en Colombia, en Tolima, mandé hacer una barrera de metal con forma de jugadores y le puse la camiseta azulgrana de Old Boys. Saqué la foto y la mandé al club y la guardaron en el gimnasio. Luis jugaba a veces de apertura y otras de medio. Alternaba en el equipo durante un tiempo. Logramos un título. Era muy difícil ganarle a Carrasco Polo porque aparte de que llegara Quique Amarillo que era fanático, no eran exalumnos de ningún lado, eran elegidos. Hacía 15 años que no le ganábamos y lo conseguimos”.

Luego incursionó como profe en el básquetbol. Lo llevó Alberto Espasandín a Montevideo, y luego estuvo en Universitario, Colón “que ascendimos con Canziani y Haller”, y el último club fue Aguada con el Tato López, Pierri y Pereira, dirigidos por el Vela Yern.

También tiene un hobby desde hace años que es incursionar en el arte de la pintura.

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"Es un hobby que hago desde siempre. Lo hacía en Colombia y pintaba con acuarela. Me gusta. Esto de la pintura es algo muy especial: de repente te vienen esas ganas y pintás un cuadro atrás del otro, y capaz después estás un año sin hacerlo", comenta.

Le gusta el impresionismo, los paisajes y un día le pidieron por qué no se animaba a pintar jugadores de fútbol. Si bien al principio no quería, luego se animó y probó. 

Fue al taller Cruz del Sur de Sergio Viera que es de la escuela de Torres García y aprendió aún más de la pintura.

“Un día de lluvia y barro, con pelota de tiento y los zapatos que pesaban como 200 kilos, en un córner me pegó en la cabeza y no me desmayé de casualidad porque con el piripicho me dio de lleno. Empecé a sangrar. A partir de ahí, no cabeceaba más. Por no quedar mal, me fui”

Allí hizo el taller con José Luis "Coche" Inciarte, uno de los 16 supervivientes del accidente aéreo de los rugbiers de Old Christians en 1972 en Los Andes.

"Me hice muy amigo suyo en el taller e hicimos una muestra. Él lo hizo con cuadros más abstractos de futbolistas y yo más figurativos, con la imagen propia del jugador. Íbamos a hacer la presentación en el Museo del Fútbol, pero después se postergó y por la pandemia no lo hicimos. Lo tenemos ahí para cuando se pueda realizar", dijo.

Entre los paisajes que pintaba, mechó a los jugadores con fotografías de ellos como modelos.

En el taller de Viera, dejó la acuarela –que era lo más práctico– y comenzó a pintar con óleo. 

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"Hicimos una muestra del taller en conjunto en el Museo Zorrilla y fue un éxito. Se remataron cuadros y el dinero se donó a la Fundación Viven que fue creada por los supervivientes de de Los Andes "y allí se colocaron algunos de los míos", recuerda.

Desde que se inició en este hobby, ha crecido mucho y como su apellido es muy largo, los cuadros llevan la firma con un apócope; "Tchacki", aparece en sus cuadros.

Al profe Tchakidjian no le gusta “mirar mucho por el retrovisor”, es más de mirar hacia adelante. Igual con Referí se animó a hablar de algunas de sus tantas vivencias en el mundo del deporte que lo transformaron en un referente histórico.

 

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