Estilo de vida > COLUMNA DE HUMOR

Lo que transmite la mirada

A lo largo de los años, todos nos vamos transformando en nuestra mirada, nos guste o no; suelen caer mejor las honestas, las que se confunden con la nuestra y se funden en sonrisas
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16 de septiembre de 2014 a las 17:52

Nadie pone en duda la importancia de los ojos. No solo en la biología, donde sirven más que nada para que no andemos dando tumbos y golpeándonos una y otra vez contra las mismas cosas, aunque muchos lo hagamos igual por otros motivos.

Si las mujeres no tuvieran ojos, por ejemplo, los hombres tendríamos que reconocer que miramos otras partes de su anatomía mientras hablamos con ellas. Pero por encima de su forma y color, los ojos nos definen, aunque lo que lo haga no sea en realidad ese par de órganos bastante complejos, muy útiles para leer la letra pequeña de los contratos, si alguien lo hiciera. Lo que hace que unos parezcamos diferentes de otros no es lo que vemos a través de ellos, sino cómo los demás ven que vemos. Es la forma de usarlos, la mirada.

Con la mirada podemos demostrar odio, ira, deseo de venganza, amor, pasión, y toda la indiferencia del mundo si nos da la gana. Incluso podemos llegar a hipnotizar personas y ser el centro de las fiestas. Pero, por encima de la función particular de la mirada para demostrar ciertas emociones, que por lo general son aprendidas y universales, lo que permite que tanto un taxista en Tokio como uno en Montevideo pueda entender que uno le va a pagar la tarifa aunque se dio cuenta de que lo paseó por toda la ciudad; existe una mirada particular de cada uno.

A veces podemos pensar que alguien es parecido a su padre, su madre o su hermano, pero por más que los rasgos sean casi idénticos, la diferencia está en la mirada, que en muchos casos grita lo que esperamos de la vida y dónde estamos parados. Por eso todos tenemos miradas diferentes, si no, seríamos emoticones y solo eso, por más que algunos lo parezcamos.

Esa mirada es algo que se construye, no viene con uno. Lleva años enteros, y por más que practiquemos miles de horas frente al espejo una mirada interesante, a la larga la gente termina teniendo aquella que realmente lo define, y es precisamente la mirada la que le da forma al rostro. Pruebe sacarle los ojos a una persona y sustituirlos por otros de igual color y tamaño, pero pertenecientes a un tercer individuo. Verá que aunque los ojos sean iguales, ha perdido la mirada, se transformó en un híbrido que no es una persona ni la otra. Si decide practicar este experimento en su casa, le recomiendo realizarlo recortando fotos, porque, si lo hace con humanos de verdad, seguramente dentro de un tiempo usted tenga la oscura mirada de un presidiario.

Es por la mirada que nos acercamos a las personas, cuando nos transmiten la paz suficiente como para confesarles nuestros más profundos y dolorosos secretos, o cuando son lo más parecido a un abrazo. La mirada de otra persona puede hacernos sentir lo que a la nuestra le falta, e incluso ayudarnos a cambiarla.

Gracias a ella podemos saber si una persona es feliz, si quiere serlo, o si ya ha abandonado las esperanzas. Por más que uno quiera mentir la mirada, a la larga es descubierto, porque ese es el lugar que elige la personalidad para salir fuera. A veces pasan muchos años antes que a uno se le forme la mirada, años de no poder ser lo que se quiere, de ocultar sentimientos, de mentirse a uno mismo. Pero tarde o temprano esta surge y nos vuelve seres completos aun habiendo fracasado, porque lo importante no es el triunfo o la derrota sino la honestidad. Eso es lo que uno nota en alguien que por fin ha encontrado la suya.

Podrá no gustarle lo que ve, pero siempre es mejor una cara honesta que aquella acerca de la cual no se tiene certeza alguna, sea para bien o mal. Claro que suelen caer mejor las honestas, las que se confunden con la nuestra y se funden en sonrisas. Y cuando las miradas vienen acompañadas por sonrisas, se corre el riesgo de no poder olvidarlas jamás, y seguirlas viendo por siempre cada vez que se cierren los ojos.

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