Miguel Arregui

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Los años ’60 y el esplendor de la planificación económica

El legado de la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (Cide)
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26 de febrero de 2020 a las 05:00

El 27 de enero de 1960, hacen 60 años, el primer gobierno del Partido Nacional en el siglo XX creó por decreto una Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (Cide), destinada a realizar “planes orgánicos de desarrollo” y aumentar la productividad nacional. 

El Partido Nacional había ganado las elecciones de noviembre de 1958, después de 93 años monopolizados por el Partido Colorado, y asumió el gobierno desde el 1º de marzo de 1959. El poder ejecutivo colegiado de nueve miembros (Consejo Nacional de Gobierno) que imperaba entonces era dominado por una alianza entre el Herrerismo y el Ruralismo, en tanto una minoría de tres miembros correspondía a colorados batllistas. 

En parte la proyectada Cide era tributaria del prestigio que tenían desde los años ’20 y ’30 las grandes planificaciones burocráticas, tanto económicas como sociales: una suerte de ingeniería a partir del Estado. Pero también fue un intento de conocer mejor un país caótico y estancado, que sufría un gran atraso en materia estadística. Ni siquiera se realizaron censos de población y vivienda entre 1908 y 1963, aunque sí censos agropecuarios y, eventualmente, industriales.

Las ideas aperturistas de Azzini

El ideólogo de la Cide fue el contador Juan Eduardo Azzini, ministro de Hacienda entre 1959 y 1963, padre de la “reforma cambiaria y monetaria” de 1960, un primer intento de apertura económica y desregulación tras el ciclo estatista e intervencionista que se expandió a gran ritmo desde la década de 1930, durante la “Gran Depresión” internacional y la Segunda Guerra Mundial. 

Inicialmente la Cide fue encabezada por el ministro de Hacienda e integrada por los ministros de Obras Públicas, Industrias y Trabajo, Ganadería y Agricultura y de Relaciones Exteriores, el contador general de la Nación, el director de Crédito Público, un director del Banco de la República y el presidente del Concejo Departamental de Montevideo (ejecutivo departamental colegiado).

En 1961 Azzini designó a Enrique Iglesias, entonces un joven contador público, director gerente de la Unión de Bancos del Uruguay (Ubur) e investigador del Instituto de Economía, como secretario técnico de la Comisión. 

Iglesias (quien sería canciller de Uruguay en 1985 y luego presidente del BID, entre otras responsabilidades de una larga y destacada carrera) y el argentino Ángel Monti (a cargo de un equipo técnico internacional), respaldados por expertos de OEA y Cepal, lideraron el gran proyecto.

Desde ese momento la Cide “se transformó en un calificadísimo think tank, que realizó una exhaustiva consultoría de la realidad nacional, de la que emergió un panorama claro de la crisis nacional y un ambicioso programa de reformas estructurales”, señaló el politólogo Adolfo Garcé en el artículo “Ideas y competencia política: revisando el ‘fracaso’ de la Cide”, un resumen de su tesis de maestría, publicado por la Revista Uruguaya de Ciencia Política en noviembre de 1999, y luego como libro (Editorial Trilce, 2002).

Juan Eduardo Azzini, padre de la CIDE

El plan de desarrollo de la Cide, que recién se completó en 1965, contó con el firme respaldo, entre otros, de Washington Beltrán, quien integraba el Consejo Nacional de Gobierno; Wilson Ferreira Aldunate, ministro de Ganadería y Agricultura y líder político emergente; del historiador Juan Pivel Devoto, entonces ministro de Instrucción Pública y Previsión Social; y de Israel Wonsever, decano de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República.

El colapso del “neobatllismo”

El Estatismo batllista, que tomó mucho vuelo durante los gobiernos de Gabriel Terra (1931-1938), y todavía más durante los períodos de Juan José de Amézaga, Tomás Berreta y Luis Batlle Berres (1943 a 1951), aumentó enormemente el número de empleados del gobierno. 

El creciente burocratismo respondió a la nacionalización de grandes empresas de servicios públicos, a la expansión del sistema de enseñanza y de los gobiernos departamentales, y a la creación de nuevos ministerios y organismos de control para la “industrialización por sustitución de importaciones”, o industria subvencionada. El empleo público creció también por “amiguismo” y como pago por militancia política, o “clientelismo”. 

Muchos dirigentes políticos creían que el empleo en el Estado podría suplir a la decreciente demanda laboral del sector privado, incluido el agropecuario, cada vez más deprimido.

El modelo del “neobatllismo”, unido a un creciente “estado de bienestar” y facilidades para jubilarse, colapsó con rapidez. Uruguay, otrora una pequeña potencia exportadora, solo disponía de saldos menores debido a la baja producción agropecuaria. La economía se estancó a principios de la década de 1950, y la inflación de dos dígitos fue moneda corriente desde 1951, pues un presupuesto en aumento y deficitario se cubría en parte con una creciente emisión de billetes.

Las ideologías en danza

A partir de la década de 1950, el Ruralismo de Benito Nardone (“Chico Tazo”) expresó las demandas de pequeños y medianos productores rurales, agobiados por un tipo de cambio artificialmente bajo y la depresión económica general. 

El Ruralismo, radicalmente opuesto a la planificación central de corte socialista, reivindicó parte del pensamiento democristiano de posguerra, sobre todo el del presidente alemán federal Konrad Adenauer y su ministro de Economía, Ludwig Ehrard. A partir de 1949, ellos propusieron una “economía social de mercado”, que procuraba conjugar liberalismo económico con un Estado fuerte pero subsidiario.

En la década de 1950, además, sectores universitarios comenzaron a adoptar puntos de vista de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), que representó el economista argentino Raúl Prebisch. Él combinó y divulgó tesituras desarrollistas, neokeynesianas y teorías como las del “deterioro de los términos de intercambio”.

También la doctrina estructuralista empezó a cautivar a una parte de los intelectuales y estudiosos de la economía en América Latina. No habría cambios sustanciales si no se cambiaban “las estructuras”, como la tenencia de la tierra o la propiedad industrial. El Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas de la Udelar tuvo un papel decisivo en la prédica de esas ideas.

La Alianza para el Progreso

La Cide fue estimulada por la “Alianza para el Progreso” que se formalizó en agosto de 1961 en Punta del Este (esos días en los que el “Che” Guevara tomó mate con Eduardo Víctor Haedo en su casa La Azotea). Por ella, el gobierno de Estados Unidos, entonces presidido por John F. Kennedy, se comprometía a apoyar con dinero y técnicos a aquellos países del continente que introdujeran una serie de modernizaciones. 

La Alianza para el Progreso tomó propuestas de la Cepal y agregó estímulos a la dinámica económica y social. Ofreció crédito barato a cambio de reformas, una suerte de Plan Marshall para América Latina, y un intento de desestimular nuevas revoluciones comunistas, como la cubana, en el marco de la “Guerra Fría”.

“Los años sesenta fueron, por supuesto, la época de mayor esplendor de la planificación. Socialista o democrática, imperativa o indicativa, participativa o tecnocrática, centralizada o descentralizada, adoptando muy diversas modalidades”, escribió Adolfo Garcé en su libro, que sirve de base a este artículo.

Centenares de jóvenes animosos

En la década de 1960 actuaron en la Cide centenares de estudiantes avanzados o profesionales universitarios jóvenes, funcionarios públicos y técnicos extranjeros, de todas las ideologías, que se dividieron en unos 20 grupos de trabajo. 

Se ocuparon de áreas como cuentas nacionales (para calcular por fin el producto bruto nacional, cosa hasta entonces imposible), demografía, presupuesto por programa, agropecuaria, industria, moneda y bancos, finanzas públicas, energía, transporte, enseñanza, salud, vivienda, turismo, telecomunicaciones, marco externo.

Muchos de ellos ya eran personajes conocidos, o lo serían en las décadas siguientes: Alejandro Végh Villegas, Danilo Astori, Valentín Arismendi, Celia Barbato, Alberto Bensión, Óscar Bruschera, Mario Bucheli, Francisco Buxedas, Alberto Couriel, Ariel Davrieux, Jorge Durán Mattos, Luis Faroppa, José Gil Díaz, Romeo Grompone, Samuel Lichtensztejn, Walter Lusiardo Aznárez, Luis Macadar, Daniel Hugo Martins, Alicia Melgar, Juan Pivel Devoto, Raúl Previtalli, José María Puppo, Germán Rama, Pedro Seré, Aldo Solari, Juan Pablo Terra, Alberto Tisnés, Raúl Trajtenberg, José Claudio Williman, Israel Wonsewer, Ricardo Zerbino.

Próxima nota: Las ideas enfrentadas, el Plan de Desarrollo de 1965, creación de la OPP, la influencia duradera de la Cide, la adoptación parcial de sus planes en los programas políticos de Wilson Ferreira Aldunate y el Frente Amplio
 

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