Los antepasados del presidente: una estirpe gestada en tiempos de la independencia

Los Herrera y los Lacalle han marchado más de 200 años de derrota en derrota, con algunos triunfos

Tiempo de lectura: -'

01 de diciembre de 2019 a las 05:00

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

—Coronel, ¿es esto una batalla? — preguntó Luis Alberto de Herrera, un joven de 23 años, alto y flaco.

—Ya lo creo que sí— fue la respuesta burlona de Diego Lamas.

En la madrugada del 17 de marzo de 1897 dos batallones de Cazadores, las tropas de élite del gobierno del colorado Juan Idiarte Borda, trataron de forzar el Paso Hondo del arroyo Tres Árboles, en el departamento de Río Negro. Pero las milicias del Partido Nacional, lideradas por Diego Lamas y José Núñez, les dieron una paliza memorable. Causaron muchas bajas, capturaron una gran cantidad de fusiles Mauser y municiones e hicieron de la “Marcha de Tres Árboles” el himno de los blancos.

Luis Alberto de Herrera, quien narró la revolución de 1897 en sus dos tomos de “Por la Patria”, un texto detallista y entreverado, estuvo en esa y muchas otras trifulcas políticas, cuando blancos y colorados eran dos polos excluyentes, hasta el triunfo más completo en 1958, poco antes de su muerte.

El primer Herrera oriental

El primero de los Herrera llegado a la Banda Oriental fue Luis de Herrera e Izaguirre, nacido en Buenos Aires a fines del siglo XVIII. Funcionario de la corona española, fue expulsado de Montevideo en 1811 por sus simpatías con los revolucionarios artiguistas.

Su hija Rosa se casó con el jefe militar portugués Carlos Federico Lecor, y su hijo menor, Luis de Herrera y Basavilbaso, se sumó con 19 años a la “Cruzada Libertadora”. Hizo toda la guerra contra Brasil, participó de diversas marchas y batallas, incluida la de Ituzaingó, y acompañó a Fructuoso Rivera en 1828 en la conquista de las Misiones Orientales.

Luis de Herrera y Basavilbaso, quien ascendió gradualmente en el escalafón militar, fue designado edecán por Rivera en su primera Presidencia. Pero, disconforme con esa administración, en 1832 se sumó a las sublevaciones de Juan Antonio Lavalleja. Encuadrado en el Partido Blanco, sirvió a las órdenes del presidente Manuel Oribe, hasta la derrota de 1838.

Luis Alberto de Herrera después de la batalla de Tres Árboles, marzo de 1897

Después de la Guerra Grande, Luis de Herrera se convirtió en un ferviente “fusionista”: partidario de la unión de las dos divisas tradicionales en una sola corriente. Pero el asesinato y mutilación de su hijo Luis Pedro por los colorados de César Díaz en 1857 lo transformó en un radical. Se lo responsabiliza de haber sido uno de los que presionó al presidente Gabriel Pereira para ordenar la ejecución de 150 rebeldes colorados, incluido César Díaz, tras su rendición en paso de Quinteros, sobre el río Negro.

Aún fue uno de los líderes de la defensa del gobierno de Bernardo Berro contra la sublevación de Venancio Flores en 1863. (De alguna forma, los fusilados en Paysandú en 1865 con Leandro Gómez pagaron por Quinteros). Tras la derrota, marchó al exilio en Buenos Aires y allí murió.

Cofundador del Partido Nacional

Juan José de Herrera (1832-1898), hijo de Luis, pasó su adolescencia en Francia, donde se educó durante uno de los largos exilios de su familia. Fue canciller de Bernardo Berro y Atanasio Cruz Aguirre, mientras el último gobierno blanco del siglo XIX se desmoronaba ante la sublevación de Venancio Flores y la intervención de Brasil.

Luego vivió entre exilios en Buenos Aires, algunos regresos y la dirección compartida de cuanto alzamiento hubo, incluido el de Aparicio Saravia en 1897. También respaldó la Revolución de las Lanzas de 1870 contra el gobierno de Lorenzo Batlle: el primer asalto de la larguísima pelea de los Herrera contra los Batlle. Y dirigió la asamblea de 1887 que fundó el Partido Nacional, en base a los viejos blancos, y presidió su primer Directorio.

Su hijo, Luis Alberto de Herrera (1873-1959), fue uno de los personajes más importantes de la historia uruguaya.

Luis Alberto, Diego Lamas y Aparicio Saravia

Luis Alberto de Herrera Quevedo tuvo una educación al estilo británico, pues su madre creció en la casa del rico empresario Samuel Lafone, uno de los fundadores del Banco Comercial y donante del Templo Inglés. También pasó largas temporadas en el campo que su padre tenía en Flores.

En 1897 se sumó a la revuelta de Aparicio Saravia, en la columna que lideró Diego Lamas, junto a un grupo de amigos, entre los que se contaban Carlos Roxlo, Florencio Sánchez y Luis Ponce de León.

Luego, en 1902, por influencia de su padre, el presidente Juan Lindolfo Cuestas lo designó encargado de negocios en Estados Unidos y Canadá. Se graduó como abogado en 1903, y en 1904 abandonó su puesto en Washington para integrarse a las tropas de Aparicio Saravia en la guerra civil.

Tras la muerte de Saravia, Herrera contribuyó a redactar con el caudillo Basilio Muñoz los términos de la Paz de Aceguá. En febrero de 1905 asumió una banca de diputado por Montevideo e inició una decidida campaña para apartar a los blancos de las revueltas militares y transformarlos en fuerza electoral. También realizó una oposición furibunda a los gobiernos de José Batlle y Ordóñez, que se extendieron entre 1903 y 1907 y entre 1911 y 1915.

Al mando de los blancos

En 1920 fue electo presidente del Directorio del Partido Nacional y, desde esa posición, asumió el liderazgo de una tendencia renovadora, opuesta a la tradicional.

La Constitución de 1918, que sustituyó a la de 1830, introdujo la elección directa del presidente de la República por voto popular, y un Poder Ejecutivo “bicéfalo”: el presidente por un lado, y el Consejo Nacional de Administración, de nueve miembros, con representación de mayorías y minorías.

Herrera perdió las elecciones de 1922 por 7.199 votos ante el colorado José Serrato; las de 1926 por 1.526 votos ante el colorado Juan Campisteguy; y las de 1930 por 15.185 sufragios ante el también colorado Gabriel Terra, un amigo suyo desde la juventud.

En 1925 fue electo, junto al también blanco Martín C. Martínez, como miembro por la minoría del Consejo Nacional de Administración, en el que coincidió brevemente con Batlle y Ordóñez.

La división del Partido y el golpe de Terra

A partir de 1931 el Partido Nacional se dividió entre el Herrerismo, mayoritario, y el luego denominado Partido Nacional Independiente, que encabezaron entre otros Eduardo Rodríguez Larreta, sectores que se expresaban a través del diario El País, y Juan Andrés Ramírez. (Un nieto de Ramírez que lleva su mismo nombre sería socio, delfín y luego enemigo implacable de Luis Alberto Lacalle, nieto de Herrera y presidente de la República entre 1990 y 1995: una nueva muestra de que ciertos amores y desamores deben rastrearse hasta el fondo de la historia).

En marzo de 1933, en medio de la “Gran Depresión” internacional, Herrera respaldó el golpe de Estado de Gabriel Terra, que reformó la Constitución, eliminó el Poder Ejecutivo “bicéfalo” y distribuyó el poder entre terristas y herreristas.

“No hay quien pueda, con Herrera”, decía su popularísimo jingle electoral. Pero durante el cuarto de siglo siguiente, un Partido Nacional dividido fue presa fácil del Partido Colorado en las elecciones nacionales. Incluso el furioso neutralismo de Herrera durante la Segunda Guerra Mundial fue interpretado como simpatías filonazis, lo que lo debilitó todavía más.

Por fin el triunfo, tras 61 años de guerrillas

En 1951, en otra gran voltereta, Herrera apoyó el plan del presidente colorado Andrés Martínez Trueba de introducir un Consejo Nacional de Gobierno, o Poder Ejecutivo colegiado, el gran proyecto de Batlle y Ordóñez, su mayor enemigo histórico. El herrerismo se integró a ese colegiado, que significó “entrar en el gallinero del vecino y comerle algunas gallinas”, y de paso debilitó el poder personal de su nuevo enemigo: el joven y muy popular Luis Batlle Berres.

Integró el gobierno colegiado en representación de la minoría blanca y se ocupó básicamente de fastidiar a Batlle Berres. Luego forjó una alianza con un agitador ruralista y colorado, Benito Nardone, “Chico Tazo”, y ayudó a la reunificación del Partido Nacional.

En las elecciones de octubre de 1958, cuando tenía 85 años y más de seis décadas de protagonismo político, el viejo caudillo pudo por fin darse el gusto de ver un aplastante triunfo de los suyos sobre el Partido Colorado. No fue candidato a nada y murió poco después, el 8 de abril de 1959.

Herrera se caracterizó por el liberalismo en materia económica, el conservadurismo en lo social y un nacionalismo antimperialista, todo aderezado con una actitud entre oportunista y populista.

Publicó una gran cantidad de libros, incluso un par de ellos que, después de revisar los archivos del Foreign Office británico, echaron luz sobre el proceso independentista de Uruguay.

“No ha de haber en la historia del país quién se le asemeje”, lo despidió Carlos Quijano en Marcha. “No fue un estadista, sin duda; fue un caudillo, el último gran caudillo quizá, con sus errores, sus exageraciones, sus pasiones –sus tremendas pasiones–, su extrahumana energía ... Instinto, olfato y premonición, a semejanza del baqueano que ignora la geografía pero conoce el rumbo. Un guerrillero siempre, como en los tiempos mozos…”

El tiempo de los Lacalle

Luis Alberto Lacalle, nieto del “Viejo” Herrera, nacido en 1941, parecía destinado a morir a la sombra de Wilson Ferreira Aldunate, el carismático y excluyente líder de los blancos. Pero tras la temprana muerte del caudillo, en 1989 llevó al viejo Partido Nacional, uno de los más antiguos del mundo, de nuevo al gobierno, tras vencer con holgura a Jorge Batlle Ibáñez, hijo de Luis Batlle Berres y el último de la dinastía. Esa historia, por reciente, es más conocida. Y ahora, treinta años más tarde, su hijo mayor, Luis Alberto Alejandro Aparicio Lacalle Pou de Herrera, repitió la hazaña.

Los Herrera y los Lacalle, animales políticos de antigua prosapia, fueron subestimados demasiadas veces. Ya no. El último de ellos, aún joven, acaba de derrotar al Frente Amplio, una coalición que pretendía gobernar largamente como sustituta histórica del Batllismo. Bien podrían decir, como André Malraux, que forman parte de aquello que es más grave que la sangre de los hombres, más inquietante que su presencia en la tierra: la posibilidad infinita de su destino.

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.