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Los desafíos de Gustavo Petro en una Latinoamérica en transformación

La toma de posesión del nuevo presidente inaugura una nueva era en la vida de los colombianos. Las décadas de conflicto armado, el surgimiento de los paramilitares y la necesidad de lograr una distribución más equitativa de las riquezas marcarán las posibilidades de la transformación que planteó el Pacto Histórico en su campaña electoral
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06 de agosto de 2022 a las 05:04

Por Eduardo Anguita

El viernes, a solo 48 horas de llegar a la Casa de Nariño, la sede presidencial, Gustavo Petro realizó la llamada “posesión ancestral”. Una ceremonia arhuaca, en la esplendorosa Sierra Nevada de Santa Marta. Los arhuacas son una comunidad originaria, de la que quedarán unos 30 mil habitantes, que hablan su idioma y tienen una vida de subsistencia. Es una de las 87 poblaciones aborígenes censadas en el país y el idioma arhuaca es uno de los 67 reconocidos por Colombia. Además de cientos de miles de pobladores originarios de América, Colombia tiene unos tres millones de habitantes descendientes de esclavos africanos.

No fue casual que Petro eligiera a Francia Márquez como su compañera de fórmula. Ella es afrodescendiente, trabajó de mucama, se recibió de abogada, defiende las energías renovables, las diversidades sexuales y las comunidades autóctonas. Se sabe más del pasado de Petro, procedente de una familia de clase media acomodada que en su juventud se sumó a las filas del movimiento M19 de guerrilla urbana. Un grupo que tuvo una vida efímera a diferencia de las guerrillas rurales de las FARC y el ELN, pero que mostró la disposición de confrontar con el sistema.

Tanto Petro como Márquez encarnan una generación completamente distinta a los mandatarios que los preceden. Hay que remontarse al asesinato del líder popular del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948, para ver cómo la alternancia entre liberales y conservadores no dejó lugar al surgimiento de partidos o coaliciones con líderes que no formaran parte de la aristocracia colombiana.

Petro tiene experiencia como alcalde de Bogotá y como senador nacional. Ya formó un gabinete que cuenta con figuras nuevas pero también con políticos formados en esos partidos tradicionales. Una figura clave es Álvaro Leyra, miembro histórico del Partido Conservador y partícipe destacado de todas las conversaciones de paz en su país. Hace pocos días, Leyraviajó en su nombre para reunirse con Freddy Bernal, el hombre que representará a Nicolás Maduro en Colombia.

Si la Comisión de la Verdad dejó cifras impresionantes sobre las violaciones a los derechos humanos, si la llegada de un presidente que hace una ceremonia ancestral y una vice de origen afro son un signo de lo que vendrá, no cabe dudas de que el diálogo con el gobierno de Maduro es un signo clave del cambio.

En efecto, tras la asunción, Petro y Maduro reabrirán la frontera, cerrada por el saliente mandatario Iván Duque, que tomó esa medida en sintonía con el ex presidente Donald Trump. Ahora no solo se abre la frontera, no solo se restablecerán los respectivos embajadores en Bogotá y Caracas. El diálogo que la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) tiene con la empresa privada Grupo Energía Bogotá para reactivar un gasoducto y enviar así gas de Venezuela a Colombia marca una diferencia inmensa entre el distanciamiento completo que tuvieron estos dos países desde que los presidentes Álvaro Uribe y Hugo Chávez tomaron completa distancia.

Y esa distancia está también en el giro que Washington tiene respecto de la Colombia que presidirá Petro. Porque Joe Biden, presionado por la inflación y el aumento del combustible, reactivó el diálogo de la Casa Blanca con Maduro.

Hasta ahora Colombia mostró un modo de gobernar de espaldas a los derechos humanos. La prueba es que Iván Duque pegó el faltazo al informe de la Comisión por la Verdad y porque las Fuerzas Armadas bajo su mandato y el de Álvaro Uribe quedaron marcadas por represión ilegal. Y porque “los falsos positivos” fueron una muestra de la crueldad de esos mandatos. En efecto, las patrullas militares llegaban a poblaciones o barriadas en la noche, sacaban por la fuerza a jóvenes que subían a camiones y luego, vestidos con ropa de guerrilleros, aparecían muertos “en combate” o por “venganzas de las guerrillas”. El miedo de sus familiares llevó a que esta práctica, por años, se naturalizara. En los últimos años, las organizaciones sociales y la labor incansable de la Comisión por la Verdad presidida por el jesuita Francisco De Roux, ayudó a que los tribunales estuvieran cargados de denuncias y se esclareciera esa manera de aterrorizar a la población civil.

Petro ya tiene problemas con varios mandos de las poderosas fuerzas armadas de Colombia, que no quieren un presidente izquierdista ni están de acuerdo con la disolución de las brigadas antimotines que ya anunció el presidente electo. Sin embargo, los militares colombianos miran a Washington y desde la Casa Blanca no hay ningún interés en aceptar la represión y persecución a los líderes sociales y ambientales, muchos de los cuales fueron asesinados.

Por el contrario, “el patio trasero” tiene otros nombres, otras fuerzas políticas, distintas a las dictaduras militares que siguieron la Doctrina de la Seguridad Nacional o los líderes políticos neoliberales que aplaudieron en Consenso de Washington de 1989. Latinoamérica es también Gabriel Boric, el nuevo presidente chileno, es Lula, el veterano dirigente del Partido de los Trabajadores que va primero en las encuestas para los comicios del próximo 2 de octubre en Brasil. Y Latinoamérica es el continente con los índices de desigualdad de la riqueza más marcados del planeta. África es el continente más pobre, Latinoamérica el de minorías poderosas que resisten cambios.

En un mundo de alta violencia, de guerras y de reequipamiento militar de los países poderosos, es muy difícil ponderar qué resultados pueden tener los programas y proyectos de cambio. Muestran, sí, sin dudas, voluntades de cambio. Petro es una muestra clara de esa voluntad.

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