Te doy la bienvenida al Pícnic! de esta semana, que deseo te acerque buenas lecturas, novedades, datos para disfrutar, y que también te robe unos minutos para reflexionar. Esta semana pensé bastante en cómo la vida se parece peligrosamente a un videojuego, en el que todo tiene un fin y un premio, o una fichita de esas que te dan por superar tal o cual barrera, meter el gol, matar a alguien o rescatar a la princesa. El problema es que muchas veces no queremos jugar a un juego en particular, o ni nos damos cuenta que lo estamos jugando. Confieso que todo eso me vino a la mente mientras miraba horribles imágenes de guerra y sufrimiento de la invasión a Ucrania, y luego de leer una nota del New York Times en la que entrevistan al filósofo C. Thi Nguyen, quien ha estudiado y publicado un libro en el que explora esta voracidad del ser humano por superar etapa tras etapa, como en el juego de la oca, pero sin un destino claro.
“Los juegos manipulan lo que hacemos, cómo lo hacemos, por qué lo hacemos. Y la forma en que la mayoría lo hace es manteniendo los puntos”, dice Nguyen, y agrega: “Los juegos te brindan este momento único en el que, en lugar de la náusea de mil millones de valores diferentes y no tienes idea de qué tan bien lo estás haciendo, te dan un momento en el que sabes exactamente lo que estás haciendo porque hay puntos. Y sabes exactamente lo bien que lo has hecho, ¿verdad? Sabes exactamente cómo estás teniendo éxito, porque los puntos tienen reglas mecánicas claras y explícitas que te dicen cómo obtenerlos. Y eso no se aplica a la crianza de los hijos, a la investigación o, no sé, a ser cónyuge”.
El problema no son los juegos, que suelen tener partes hermosas y despertar aspecto lúdicos que olvidamos a menudo, sino la mecánica de la gamificación -como se le llama en estos días-, por la cual hay que llegar a un fin ganando puntos. En el camino, muchas veces, nos olvidamos de por qué estábamos interesados en ese objetivo final. La escuela, el trabajo, las redes sociales están estructuradas, en su mayoría, como un juego. Pero, ¿los queremos jugar con las reglas y los puntos que nos imponen? Y si debemos jugarlos, ¿qué grado de conciencia tenemos y qué valores que consideramos centrales a nuestra identidad dejamos por el camino? Soy Carina Novarese; me he puesto algo filosófica pero creo que esta semana es más necesaria que nunca tu reflexión, porque la guerra no es un juego y nuestro pequeño planeta sigue estando lleno de ellas.
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