Los viejos uruguayos y la letal ecuación de ineficiencia y olvido

¿Qué hacemos con nuestros uruguayos más experientes, los que dieron vida y trabajo para que ahora estemos acá?

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02 de mayo de 2020 a las 05:03

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Mi abuela Virginia fue una presencia constante en mi vida y la de mis hermanas. Pasábamos los veranos con ella y, cuando se hizo más grande, ya viuda, vivió muchos años en la casa contigua a la nuestra. Era divertida y autoritaria, amorosa y rezongona, tocaba tango en el piano y gritaba “¡Viva la Pepa!”. Era argentina, de ahí su frasecita que a nosotros nos causaba mucha gracia. En algún momento empezó a identificarnos como a sus hijas y a mi madre como su madre. Comenzó un proceso en el que, desde nuestros despreocupados años adolescentes, vimos cómo se iba convirtiendo en la niña que nunca conocimos. Mi madre la cuidó amorosamente y murió viejita y feliz, en su cama, luego de haber conocido a tres de sus siete bisnietos, entre ellos a mi hija.

Empiezo esta columna con una historia familiar que me hace recordar alegrías y tristezas, esas emociones que van de la mano del final de una vida, un destino al que todos nos dirigimos indefectiblemente. Hacia allá vamos y llegaremos a una edad avanzada si la vida y nosotros mismos somos gentiles con nuestros cuerpos y espíritus. Sin embargo, casi nunca planeamos muy bien cómo llegaremos y mucho menos cómo llegarán nuestros padres o abuelos. Nuestros seres más queridos casi nunca tienen, tampoco, un plan de acción muy claro sobre esos años en los que a veces la mente se nubla aunque el cuerpo responda, o la mente está clarita pero el cuerpo no hace caso.

Esta semana todo Uruguay se horrorizó cuando nos enteramos, el sábado 24, que los casos de coronavirus se habían disparado (33 nuevos positivos en un mismo día), debido a un brote en un centro residencial de Montevideo. Un día después el gobierno informó que sólo 41 de los 1.208 residenciales que funcionan en Uruguay están habilitados. Solo un 3.39%. Y se estima que hay muchos clandestinos.

El covid-19 se la agarra  con la personas mayores y se atrinchera en estos centros en los que viven juntos. Pero lo que pasa en los residenciales, donde viven más de 15.000 uruguayos que solo cometieron el pecado de sobrevivir durante muchos años, va más allá de este maldito virus

Si esta cifra contundente no te revienta los ojos es que no tenés ojos. O tal vez no tenés ni conciencia ni corazón ni memoria ni respeto por los que te criaron. Y ni siquiera temor por lo que tocará vivir cuando llegues a esos años. Pero seguro que sí te rompió los ojos y seguro que te llenó de tristeza. Sin embargo, el problema de los “residenciales” se arrastra desde hace tanto que parece siempre. Al menos desde que tengo memoria y experiencia periodística, cada pocos años y siempre en consonancia con un triste escándalo -la muerte o el maltrato de un anciano, por ejemplo- resurge esta problemática endémica que demuestra mucho más que ineficiencia estatal y arribismo de pseudos empresarios; demuestra la sociedad que somos, la que hace la vista gorda a lo que incomoda, a lo que “no tiene solución”, a lo que no se ve casi nunca.

Oscar Del Pozo - AFP
El problema de los “residenciales” se arrastra desde hace tanto que parece siempre

Si lo anterior no bastaba para hacerte enojar, mirá esto: entre el total de estos establecimientos hay 208 en una situación “crítica” y 110 que “no respetan los Derechos Humanos”, según un relevamiento realizado por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides). Apenas se conocieron estas cifras empezó el cacareo político partidario, sobre todo en redes sociales, estos amplificadores modernos de las bajezas de las que somos capaces los seres humanos. El ring estaba pronto pero la verdad es que esta pelea la gana por knockout la desidia de todo un pueblo.

Cada vez que se dice “centro residencial” u “hogar” hiervo un poco de rabia por la hipocresía. Si bien muchos son verdaderos hogares para los adultos mayores que allí habitan, la mayoría no lo son y demasiados se convierten en depósitos de ancianos desprotegidos. Es el polo de la vida que más se puede comparar al otro extremo, el de la niñez, igual de desamparada en tantos casos.

El ministro de Desarrollo Social, Pablo Bartol, dijo que esos centros están en una situación “casi espeluznante” y anunció que a las personas allí internadas se las trasladará como se hizo recientemente con ciudadanos en situación de calle, en riesgo aún mayor que la generalidad de enfermarse de Covid-19. “Esto nos va a servir para encarar un problema histórico del Uruguay que lleva larga data sin un abordaje serio”, dijo Bartol. Como uruguaya solo deseo que cada una de sus palabras se cumpla al 100%. Confieso que tengo que hacer esfuerzos para no dejarme ganar por el escepticismo, que nace de haber escuchado tantas veces iniciativas similares.

Ante esta emergencia se anunciaron varias medidas para proteger a los adultos mayores que viven en este tipo de residencia: desde testeos masivos hasta estricta prohibición de visita, una medida que ya estaba vigente pero no fue respetada. Terminó en contagio y al menos en tres muertes de ancianos que vivían en estos “hogares”.

Muchos de estos establecimientos son impecables, otros tantos son solidarios, algunos hacen lo que pueden y están también los clandestinos. Las regulaciones existen pero paradójicamente son tantas y tan complejas que terminan alentando la ilegalidad. Si un hogar no logra cumplir con las reglas debería cerrar y si cierra los adultos mayores quedan en la calle o vaya a saber dónde. O se los pasa a otra casa, que incluso cumple menos con las regulaciones. A lo anterior se suma un muy escaso control y aún menos herramientas para efectivamente cerrar un centro que termina siendo un peligro para sus residentes.

El covid-19 se la agarra particularmente con la personas mayores y se atrinchera en estos centros en los que viven juntos; esto ha pasado en los países más desarrollados del mundo. Pero lo que pasa en los hogares, residenciales, casas de salud o como quiera llamarle a los lugares donde viven más de 15.000 uruguayos que solo cometieron el pecado de sobrevivir durante muchos años, va más allá de este maldito covid-19. Hay responsabilidades institucionales sí, y de todo tipo, pero hay sobre todo responsabilidades personales. Son muchos los que quedan solos y muchos más los que tienen familias que no quieren o no pueden hacerse cargo de ellos.

La pregunta queda dolorosamente colgada de nuevo en el aire: ¿qué hacemos con nuestros uruguayos más experientes, los que dieron vida y trabajo para que ahora estemos acá, los que nos cuidaron a nosotros y a nuestros hijos? Es una pregunta para la crisis y para después. Es una pregunta para hacerse también cada cinco años, cuando votamos, cuando se puede reclamar con oídos más atentos del otro lado. Y es una pregunta que hemos soslayado.

Es ley de vida que alguna vez te convertirás en padre de tus padres; no es casualidad que mi abuela pensara que mi madre era su madre. Nada es casualidad. Ni siquiera la ineficiencia o el olvido.

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