Lula durante su discurso tras la victoria

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Lula tras la victoria: "Intentaron enterrarme vivo y aquí estoy"

El líder del PT se impuso por 50,83% al 49,17% al mandatario de ultraderecha en una de las campañas más violentas desde el retorno a la democracia
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30 de octubre de 2022 a las 21:27

En una elección histórica por su carga efectiva y simbólica tanto para el país como para el líder del Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio Lula da Silva fue electo por tercera vez presidente de Brasil, luego de sus dos mandatos anteriores (2003-2010).

“Dios, fue muy generoso conmigo para llegar donde llegué. No enfrentamos a un candidato sino a la máquina del Estado puesta al servicio de alguien. Quiero dar las gracias a las personas que votaron por mí. Estoy aquí para gobernar el país en una situación muy difícil, pero con ayuda del pueblo vamos a poder construir un mundo mejor”, aseguró Lula en su primera aparición luego que el Tribunal Supremo Electoral lo confirmara como presidente electo. "Intentaron enterrarme vivo y aquí estoy", agregó. 

“Llegamos al final de una de las más grandes elecciones de la historia que colocó a dos proyectos adversos de país. No es una victoria mía ni del PT, sino de un gran movimiento democrático que se puso por encima de los intereses de sectores. La mayoría votó por más democracia, más inclusión. En suma por más libertad y más fraternidad”, agregó Lula visiblemente emocionado.

“Hay que reconstruir el alma del país. La bandera verdeamarilla no le pertenece a nadie. Nuestro compromiso es terminar con el hambre otra vez. No podemos aceptar como normal que millones no tengan que comer", añadió en una clara referencia a que el Brasil volvió durante el mandato de Bolsonaro al mapa del hambre que elaboran las agencias de Naciones Unidas.

El derrumbe del sistema político

Después de la inusual campaña de 2018, cuando los brasileños eligieron al ultraderechista Jair Bolsonaro ante el derrumbe del sistema tradicional de partidos y las denuncias por corrupción amplificadas por los medios, poco más de la mitad de electorado dio la espalda a la escalada autoritaria de Bolsonaro, que terminó atacando el sistema electoral que lo generó.

“Yo podría estar disfrutando de mi tercer matrimonio, pero acepté ser el candidato para reconstruir el país”, dijo Lula cuando se lanzó como candidato, luego de casarse en marzo con Rosángela Silva, una socióloga militante del PT con quien comenzó un noviazgo cuando ella lo visitaba en su celda en la ciudad de Curitiba, en el estado Paraná, en 2018.

Según los analistas locales, la degradación institucional favoreció a Lula, quien durante toda la campaña ratificó su compromiso con la democracia y la previsibilidad, además de aprovechar con un discurso centrista los apoyos recibidos luego de la primera vuelta con el llamado al “voto útil” invocado por el Simone Tebet (MDB) y, en menor medida, por el partido de Ciro Gomes (PDT), dos de los candidatos que quedaron afuera del balotaje.

Lula, en los hechos, durante la campaña dejó atrás el arco narrativo que recorrió entre el momento en que el PT dejó el poder, con una popularidad superior al 80%, y el momento de su detención. Su nuevo triunfo está marcado por una de las mayores convulsiones registradas en la política brasileña. En 2010, logró elegir a su sucesora, Dilma Rousseff, quien hasta 2013 tenía índices de aprobación aún más altos que su mentor.

Sin embargo, la situación cambió drásticamente. La clase media ganó fuerza y con ella un electorado conservador. Dilma logró ser reelegida en 2014, pero por un margen muy ajustado. Su rival, Aécio Neves (PSDB), inició un movimiento para cuestionar su legitimidad y fue seguido por el Congreso en un contexto en el que la economía comenzaba a encaminarse la recesión.

Al mismo tiempo, desde ese año, las revelaciones de la Operación Lava Jato calaron hondo en la clase media, ante una izquierda cada vez más arrinconada. Finalmente, en 2016, se produjo la tormenta perfecta. Rousseff fue destituida en un polémico juicio político. En 2018, ya condenado en dos instancias, Lula fue detenido, con la ayuda del Ejército del que procede Bolsonaro y por la presión ejercida por los líderes castrenses sobre el Supremo Tribunal Federal.

Mientras tanto, el sistema político se seguía derrumbando. El gobierno de Michel Temer (MDB), quien sucedió a Dilma, se paralizó a mediados de 2017. De esa tierra arrasada, surgió Bolsonaro, fingiendo que sus casi tres décadas en el Congreso no lo calificaban como un político tradicional. La derecha más radical, entonces, salió a las calles y tomó por asalto las redes sociales, defendiendo ideas golpistas, autoritarias y estigmatizadoras.

El largo camino de regreso

Lula estuvo preso hasta diciembre de 2019, cuando el mismo Tribunal Supremo que había decidido encarcelarlo anuló las condenas por una cuestión procesal. La marea del Lava Jato cedió y Bolsonaro, el primero en sentirlo, se mimetizó con Donald Trump. Incluso copiando el guion sedicioso del expresidente estadounidense.

“El problema de ellos fue que contaron una mentira el primer día y no tenían cómo volver atrás; la prensa dedicó cinco años de campaña contra mi reputación y la población fue contaminada con esta información”, sostuvo Lula.

En medio de la operación Lava Jato, Lula perdió por un accidente cerebrovascular a su segunda esposa, Marisa Leticia Rocco, con quien estuvo casado 50 años y tuvo tres hijos. En prisión, además, perdió a su hermano Vavá y a su nieto Arthur. “Mi nieto sufría en la escuela cuando le decían que su abuelo era Lula”, dijo en algunas entrevistas.

Lo concreto, y según destacan los medios brasileños, es que nunca hubo un presidente tan divisivo en Brasil como Bolsonaro. Se diría que el espacio que la historia le reservará a Bolsonaro se reparte entre el fuerte rechazo que provoca en la mayor parte del electorado y la adoración casi religiosa de una gran porción de personas que lo sigue.

Un escenario complejo que exacerbó la pandemia, que enfrentó a al mandatario saliente con los gobernadores obligados a tomar medidas impopulares para tratar de frenar la circulación del Colvid-19. Un panorama al que se sumaron las afirmaciones de Bolsonaro sobre tratamientos falsos y medicamentos mágicos, así como el retraso en la compra de vacunas. Bajo su mandato murieron casi 700.000 brasileños.

Así fue que Lula, finalmente, emprendió su camino de regreso. Las dificultades económicas, especialmente la inflación que impactó en los precios de los alimentos, arrinconaron a Bolsonaro en la primera mitad de este año y sellaron su suerte entre los más pobres. En el grupo de los que ganan hasta dos salarios mínimos, la mitad del electorado, el PT tuvo una ventaja de más de 30 puntos durante toda la campaña.

El hombre y los interrogantes

Fanático del Corinthians, admirador del exfutbolista Garrincha, del sambista popular Zeca Pagodinho y de las novelas de la TV Globo, Lula dejó la escuela primaria en cuarto grado para trabajar como repartidor en una tintorería, vendedor de naranjas en las esquinas y lustrabotas.  Llegó a San Pablo en los años 50 huyendo del hambre con sus siete hermanos y su madre, Doña Lindú, tras 15 días de viaje en un camión de madera desde Guarnhuns, en el interior más miserable de Pernambuco.

Por el momento, la élite del PT evitó dar precisiones sobre su programa de gobierno. Hasta ahora, además de algunas señales al empresariado y el sector financiero, sus asesores y el propio Lula solo señalaron que pretenden gobernar de manera concertada. Está claro: no tendrán mayoría propia en el Congreso. Lula ganó, gobernar será parte de otra historia, la que está por escribirse.

"Los principales problemas pueden resolverse con diálogo y no con fuerza bruta", manifestó Lula, que asumirá el primero de enero. "Vamos a restablecer el diálogo para luchar contra el hambre y con el Legislativo, sin intentar cooptar, sino reconstruir la convivencia armoniosa y republicana", aseguró de cara a la alianza de partidos que apoya a Bolsonaro, que obtuvo una amplia mayoría en el Congreso en la primera vuelta.

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