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Marcel Keoroglian: “La enseñanza más grande que me dejó mi viejo fue ser de Rampla”

Un personaje que deja un rato el Carnaval, la TV, la radio, el cine y el humor para hablar del club del que es seguidor desde los dos años
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18 de marzo de 2019 a las 05:03

Al entrar a su pequeño estudio en su casa de Sayago, lo primero que se ve es una enorme batería, bien de los años de 1970. Pero no es un instrumento cualquiera, es la que usaba la banda uruguaya Opa, la de los hermanos Fattoruso.

¿Qué hace esa batería en la casa de Marcel Keoroglian? Es que hace años estudió con Osvaldo Fattoruso y nació una amistad.

“Lo invité a salir en Contrafarsa en 1993 con su pareja, Mariana Ingold, y tuvimos el placer de tenerlos con nosotros”, cuenta Marcel a Referí.

Opa se fundó en Estados Unidos y para él, era “música adelantada para la época”.

Después se hizo amigo de Hugo Fattoruso por la comparsa Cuareim 1080. “Yo escribía las letras y él la música. Eran los ídolos más grandes de la música uruguaya y esa amistad es un orgullo enorme para mí”, explica. Osvaldo le terminó vendiendo la batería que conseva como el verdadero tesoro que es.

Su abuelo Vanes llegó a Uruguay escapando del genocidio turco y se instaló en el Cerro. Le decían Deli Vanes, porque en turco quiere decir “loco”.

“Era medio loco, es cierto. Pero en un campo de concentración, debido a su personalidad arriesgada y de ser medio borrachín, hizo amistad con un turco que tenía la potestad de firmar salvoconductos. Entonces él lo emborrachaba y el otro le firmaba papeles. Así no solo se salvó él y mi abuela, sino ayudó a salvar a mucha gente”.

Poco tiempo después trajo a sus hijos, el menor, Krikor de dos años, terminó siendo el padre de Marcel.

Y fue él quien le contagió el espíritu ramplense. Porque ya con dos años lo llevaba a ver a la B.

“Hasta casi fines de los años de 1960 Rampla era el tercer grande indiscutido. Llegó a tener campeones en los cuatro Mundiales que ganó Uruguay”, explica

Y es así: Pedro Arispe estuvo en 1924 y 1928, en 1930 lo hizo el arquero Enrique Ballestrero y en 1950 William Martínez.

En 1980 Rampla ascendió de manera invicta con un cuadrazo que dirigía Luis Garisto y le cambió el nombre al histórico Parque Nelson por el de Estadio Olímpico.

“Ese fue un equipo que me marcó. Jugaban Pedro Graffigna, Palito Mamelli, Nelson Bustos, Gustavo Faral, Biglio, Roberto Martínez, el golero era Requelme”, recuerda. Y agrega: “Roberto Martínez era de Rocha y fue mi ídolo, aunque en realidad, en esa campaña eran todos ídolos”.

Uno de sus más grandes recuerdos con Rampla fue la caravana que se hizo ese año por el tan ansiado ascenso.

“Después de 11 años pudimos ascender, se jugó con casi 10 mil personas en el Franzini –nunca lo vi tan lleno–. Yo tenía nueve años y de eso no me olvido más. Me fui con mi viejo en el auto hasta el Cerro y me quedé en la sede. Yo no viví nunca en el barrio y estar allí para mí era muy especial porque solo iba a la cancha. Ahí pusieron el tango de Rampla una y otra vez. Fue lo más grande que viví”, dice.

Pero también hay un grato recuerdo que no olvida. La tarde en que le dieron vuelta el clásico a Cerro en el Centenario con un gol de Enrique Saravia.

“Después de festejar, me quedé literalmente tirado en la tribuna con Eduardo Rigaud. Parecía estar en un estado alucinógeno (sin haber consumido nada). No sabíamos si llamar a la ambulancia o qué hacer. Al final me pude levantar, pero estaba casi desmayado de la emoción”, explica.

No hay fin de semana que no acompañe a Rampla a cualquier cancha. “No falto acá, ni en el interior, con lluvia o frío. Estoy siempre. El día que no puedo ir, me sitnto mal, porque siento que no estoy con mi viejo”.

Con su padre iba siempre a ver a su equipo. “De repente no nos hablábamos en toda la semana, pero íbamos juntos a la cancha y en el gol, llegaba el abrazo y te olvidabas de todo”.

Entonces cuenta cómo es la relación con sus hijas. ¿Las obliga a ser de Rampla?

“Las obligo horrible, es una dictadura espantosa”, reconoce.

Y cuenta una anécdota: “Un día íbamos en familia a tomar un helado. Mi hija chica, Matilde –quien hoy tiene siete años– me empezó a contar que en la escuela algunos compañeritos eran hinchas de Nacional. ‘Me gusta Nacional’, tiró así nomás. Me empecé a calentar y nos volvimos a casa sin tomar el helado”.

Pero no terminó allí la anécdota. Matilde no entendía por qué volvían para su casa y le preguntó a su madre con toda su inocencia. “¿Qué pasa mamá? ¿Los que son de Nacional no toman helado?”.

De allí en adelante, es hincha de Rampla, al igual que su hemana mayor, Catalina, de 17 años.

Marcel explica: “Es que necesito mantener dos cosas en mi familia: la ‘armenidad’, porque nos quisieron borrar de la faz de la tierra, y el ser hinchas de Rampla”.

Y vuelve a hablar de Krikor, su padre. “La enseñanza más grande que me dejó mi viejo fue ser hincha de Rampla”.

En su momento y luego de pasar una infancia complicada desde el punto de vista económico, Krikor fue un comerciante próspero, dueño de un supermercado en los inicios de los años de 1970 cuando había muy pocos.

Así, ayudó varias veces económicamente a Rampla e incluso llegó a ser dirigente.

Cuando habla de su padre, se le ilumina la cara. Ya falleció hace años y obviamente, lo enterraron con la bandera de Rampla.

“Estoy muy acostumbrado a perder. Tengo la coraza bien gruesa. Ahora lo manejo mejor. Cuando estaba mi viejo, había tristeza”, recuerda.

Consultado acerca de si es anti Cerro además de ser hincha de Rampla, lo niega rotundamente: “Nunca en la vida mi viejo me inculcó ser anti Cerro”.

Cuando volvía la democracia después de 12 años de dictadura en el Uruguay, una vecina lo llevó a un tablado y se enamoró del carnaval. “Quedé flechado. Tenía 12 o 13 años y era la reapertura democrática y lo veía con mucha ebullición”.

Recuerda que tuvo “unos líos bárbaros” con su padre cuando le dijo que quería ser murguista. Su papá estaba en contra porque en esa época, quienes salían en murgas no eran bien vistos.

“Yo no era buen estudiante, no me gustaba estudiar. Solo quería tocar el tambor y él no veía futuro ahí”, por eso tuvimos nuestras discusiones.

Con el paso del tiempo, Marcel fue un referente de la murga. Ganó siete primeros premios: cuatro con Contrafarsa, a los que hay que sumarle los que obtuvo con La Gran Muñeca, Los Asaltantes con Patente y Don Timoteo. Y se define como cupletero de murga, un puesto que de a poco está desapareciendo.

En Contrafarsa, Daisy Tourné –exdiputada, senadora y Ministra del Interior–, les dio clase de foniatría.

Por eso este año, “fue un carnaval triste”. Aunque hicieron más de 100 tablados conDoña Bastarda –un disparate en esta época–, no lograron entrar en la Liguilla debido a una quita importante de puntos en la primera rueda del concurso.

La murga había actuado un rato antes en el Teatro de Verano cuando se enteraron que no clasificaban. Y allí Marcel gritó: “Están arruinando el carnaval por un puestito político en la intendencia”.

“Grité a 80 metros del jurado y no le grité al jurado. Le grité a los políticos y alguien me grabó y marché”, explica.

Sostiene además que sintió “impotencia, bronca, porque si bien sabíamos que teníamos esos descuentos de puntos, el reglamento no estaba claro. No quiero ser pedante, pero la murga este año estaba para definir la categoría”.

Entonces recuerda que su padre le había enseñado otra cosa: “Una vez me dijo: ‘No grites en pleno partido porque sos gordo y te reconocen de todos lados’. Y es verdad”.

Y el tema Rampla vuelve al tapete. Dice que tiene un tío de 94 años que se llama Kegam al que lleva siempre a la cancha a ver al equipo y disfruta como loco.

“Le da alegría ver a un niño con la camiseta. Toda la ropa que tiene en su casa es roja y verde. Y lo más increíble: en la pared de su cuarto, la que está detrás de la cama, está pintada la bandera de Rampla”, sostiene con orgullo.

Hoy tiene 47 años, pero cuando era más joven, se fue a probar al club. Quería jugar al fútbol y dice que “no andaba mal”, pero que era medio gordito y entonces la experiencia no funcionó.

Recuerda cómo sufrió en la época en la que Ramón Barreto era el presidente y no había un peso. “Fueron años tremendos. Por eso me quedo contento –aunque parezca mentira– solo cuando veo entrar al equipo a la cancha”.

Una vez fue con su esposa Patricia al Parque Roberto a ver Racing-Rampla. Ella es de Racing, entonces decidieron ver el partido en tribunas separadas.

“Rampla empezó ganando y le mandé un mensajito jorobándola. Al rato lo dieron vuelta y me tuve que fumar todas las bromas de ella”.

El carnavalero que habita en él no se circunscribe solo a la murga. Marcel es guionista de comparsas y también salió en Cuareim 1080 con la que ganó dos primeros premios.

Nunca había ido a las Llamadas hasta que hace algunos años, tuvo que ir a cubrirlas para un canal. “Ahí me gustó muchísimo y me llamaron para escribir. Me enloquece el candombe”.

Trabajó como actor en las películas “Una noche sin luna”, “Mi Mundial” y “78 revoluciones”, un documental en el que no solo actuó, sino también dirigió junto a Germán Tejeira y que ganó el premio DOC TV Latinoamérica.

Considera que Rampla “se ganó el respeto otra vez cuando con Castillo se logró independencia económica y no ir a algún lado a pedir dinero y también al clasificar a la Copa Sudamericana. Con esta directiva también hay otra cabeza”.

Y su padre Krikor vuelve a aparecer en sus recuerdos: “Mi viejo me enseñó que nosotros éramos el tercer grande del fútbol uruguayo. Y eso lo tengo incorporado en el ADN de la vida”.

 

 

LOS JUICIOS CON LOS ÁRBITROS
Hace muy poco vivió momentos complicados debido a un par de demandas judiciales que sufrió de parte de los árbitros.
“Es que el presidente de Rampla de entonces, Juan Castillo, contradijo a la empresa Tenfield en el tema de quién iba a ser la marca que vistiera a la selección uruguaya, Puma o Nike. Como se puso en contra de la empresa, para mí empezó una campaña tremenda de los jueces en contra de Rampla. Nos mataban con los distintos fallos en todos los partidos”, recuerda.
Entonces escribió algunos tuits en contra de los jueces. Allí los trataba de alcahuetes y buchones. “Lo que cualquiera le grita a un juez en la cancha”, añade.
La gente agremiada en la Asociación Uruguaya de Árbitros de Fútbol (Audaf), lo llevó ante la Justicia.
“Me llevaron a juicio por denunciar la mugre que hacen. Tendrían que ir en cana ellos”, escribió en su momento. El fiscal pidió que fuera procesado, pero su abogado, Ignacio Durán –quien hoy es el presidente de Rampla– le dijo que si pedía disculpas todo se arreglaría.
“No quería pedir disculpas, pero lo hice”, y no pasó más nada.
Más adelante siguió tuiteando y fue otra vez a la Justicia, aunque su causa se archivó.
“Querían ejemplificar conmigo cuando hay senadores, diputados, ministros que dicen cosas mucho peores y con ellos no pasa nada”, sostiene.
EL PEOR AÑO DE SU VIDA
Para Marcel Keoroglian, 2003 fue borrado de su memoria. Dice que para él es como si no hubiera existido.
Rampla tenía muchos problemas económicos. Estaba en la Divisional B y el presidente era José Luis Corbo. Poco antes del cierre del plazo que había en la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) para poder pagar las deudas con los futbolistas y el cuerpo técnico, había expectativa para saber si los rojiverdes se podrían poner al día o no. De no hacerlo, no iban a poder jugar el Campeonato Uruguayo de la B.
La solución no llegó. Por lo tanto, Rampla se desafilió durante una temporada y no jugó.
“Fue el peor año de mi vida. No poder ir a ver a Rampla fue horrible para mí”, cuenta Marcel.
Y agrega: “Eso sí: no vi una pelota de fútbol en todo el año. Si no podía ver a Rampla, no iba a ir a ningún otro partido ni ver nada por televisión. Ese año fue cero fútbol. No existió para mí”.
LAS FRASES
“Antes Rampla contrataba a jugadores como Alzamendi, Ruben Paz, Wilmar Cabrera y no tenía un mango; ahora se apuesta más a juveniles”
“La campaña del Ronco (López) que fue segundo y casi sacó campeón a Rampla, fue notable; el Ronco es muy querido en el club”

 

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