Uruguay no es un país roñoso: Montevideo lo es (y su área de mayor influencia). Las ciudades del interior suelen estar relativamente limpias, gracias a vecinos que aún barren las veredas y reciclan sus desechos, y a municipios que funcionan con cierta eficacia. Montevideo sin embargo es mugrienta desde el fondo de los tiempos, porque sus pobladores lo son, y porque el sistema público no ha estado a la altura.
En 1807, cuando la ocupación inglesa, un escocés escribió: “No había más limpieza en la ciudad que la producida por los aguaceros que, a intervalos, sacaban de las calles los montones de basura. Alrededor de las sobras de carroña, legumbres y frutas pasadas, que en grandes masas se acumulaban allí, las ratas pululaban en legiones”.
Un siglo y medio después, en agosto de 1956, un periodista del diario The Times de Londres se asombró ante “las calles sucias de Montevideo”, y estimó que “el individualismo depara a Uruguay tres cosas: el desorden, la rapidez mental de ver y aprovechar la ventaja, y la paciencia cuando las cosas salen mal”.
Ahora el sistema de recolección de residuos y la cultura montevideana parecen haber colapsado sin remedio. Amplias zonas de la ciudad semejan una gran toldería por la mugre, la desidia y el vandalismo, con o sin conflicto laboral. Todos colaboran con entusiasmo para la debacle.
Miles de personas comen cada día de la basura, esparciendo las bolsas, o revisan los contenedores para reciclar cartón, plásticos y metales.
Algunos vecinos heroicos aún limpian sus veredas, en tanto la mayoría y la intendencia cabalgan entre la resignación, el disimulo y el no hagan olas.
El intendente Daniel Martínez cuenta en su equipo con algunos gerentes notables. Así, por ejemplo, el ingeniero Fernando Puntigliano, director de Desarrollo Ambiental, tuvo una carrera de alto vuelo en áreas de tecnología y logística en Alemania, en el puerto de Montevideo y en el malogrado proyecto minero Aratirí. Pero la intendencia es la tumba de los cracks: el elefante lo pasó por encima.
La cúpula municipal falla en ejercer la autoridad, un concepto que acompleja a la izquierda (y que, de no mediar un aprendizaje, tarde o temprano le hará perder el gobierno). La cadena de mandos no funciona y la tropa se disipó.
El sindicato Adeom es abusador e impune. Hace algunas décadas, las negociaciones con la “vieja guardia” sindical eran una garantía: los dirigentes bajaban línea y las cosas se encauzaban. Ya no es así.
“La intendencia sufre un exceso de discusión que es inversamente proporcional a su capacidad ejecutiva”, resume un antiguo alto jerarca. “Todos desean marcar perfil en vísperas electorales, entonces campean la demagogia y las palabras bonitas, pero nada de decisiones antipáticas. ‘Autoridad’ es mala palabra. Y además estamos en Uruguay: Nadie es jamás responsable de nada”.
Nadie desea conflictos en un año electoral decisivo. La intendencia es un escalón hacia un objetivo más alto: la Presidencia de la República. (Martínez tiene un atenuante: de hecho, la ruptura del principio de autoridad en la Intendencia de Montevideo se inició mucho tiempo atrás, y se profundizó durante la gestión de Ana Olivera, que construyó un escalafón paralelo, una cadena de mando doble, con personas de su confianza política y dudosa calificación gerencial).
La actual crisis de la basura, una repetición de lo que sucede cada fin de año, es paradigmática. Ya ocurrió en 2000, en 2001, en 2008, en 2010, en 2015, en 2016.
Esta vez el problema se inició porque “la barra” de Mantenimiento del sector Limpieza, la más loca y pesada de todas, exigió que se desplazara a una jefa administrativa por presunto “maltrato” o “acoso”, palabras ambiguas si las hay. Alguien incluso colgó carteles insultándola. Ya en marzo de 2017 “la barra” había destronado a un ingeniero joven al que acusó de “malos tratos” y “persecución sindical”.
Los directores de Limpieza caen uno tras otros, como bolos, después de comprobar su soledad y falta de respaldo. Además, un director que fracasa o se rinde no corre mucho riesgo: simplemente migra dentro de la intendencia o hacia otro puesto en el Estado. Nadie muere por la causa.
¿Cómo se resurge del basural? Cualquier solución deberá incluir un cuerpo gerencial competente y no demagógico; la recomposición del principio de autoridad; la privatización de la mayor parte de la recolección de residuos (conservando una zona municipal “testigo”, y vigilando que las empresas privadas no hagan colusión de precios); y “tolerancia cero” con quienes ensucien las calles.
Pero es demasiado pedir para una ciudad decadente y vencida. Las cosas tendrán que empeorar antes de mejorar –si es que alguna vez mejoran.
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