GABRIEL BOUYS / AFP

Nueva coalición española tendrá dificultades para mantenerse a flote

La estrecha victoria parlamentaria de Pedro Sánchez indica que habrá problemas en el futuro

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09 de enero de 2020 a las 16:35

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Por FT View

España instaló su primer gobierno de coalición desde la década de 1930. A juzgar por el tono altamente cargado del debate de estos últimos días, parece que gran parte de la clase política del país ha vuelto a caer en la inquina y la polarización que presagiaron la guerra civil. Al dirigirse al parlamento, el líder socialista Pedro Sánchez invocó a Manuel Azaña, el presidente republicano derrotado por el general Franco. Los opositores derechistas de Sánchez respondieron con acusaciones de traición y gritos de "¡Viva el Rey!".

Sánchez ganó una estrechísima votación de investidura por 167 votos a 165 para convertirse en presidente apoyado por una coalición que incluye a Unidas Podemos, partido de extrema izquierda, y a sus aliados comunistas. La votación pone fin a ocho meses de parálisis política después de una elección no concluyente en abril, negociaciones fallidas sobre un pacto del gobierno y una repetición en noviembre que apenas cambió los resultados.

Sánchez tenía la intención de gobernar solo. Apostó a que las nuevas elecciones fortalecerían su posición a expensas de la extrema izquierda. Su apuesta fracasó. Los socialistas están ahora en plena coalición con la izquierda anticapitalista, para lo cual hay pocos precedentes exitosos en la Europa de la posguerra.

Ambas partes acordaron subir los impuestos, reducir más rápidamente en las emisiones de carbono y regresar a la negociación colectiva. Pero en otros temas, las diferencias son grandes y las relaciones personales son tensas. Ambas carecen de una mayoría parlamentaria general y tendrán que luchar por cada voto. Aprobar el presupuesto pondrá a prueba su alianza hasta sus límites.

Su prioridad es abordar los males sociales que se ciernen tras la crisis. En la última década, España se adaptó magníficamente a ser una economía orientada a la exportación de ser una economía demasiado dependiente de la construcción de viviendas. Fueron los trabajadores españoles quienes se llevaron la peor parte. Se merecen una parte mayor del éxito de España. Pero sería un error deshacer los cambios, en particular el cambio de la negociación salarial a nivel de sector a la negociación a nivel de empresa que les dio a las compañías españolas la capacidad de adaptarse rápidamente a las nuevas condiciones y oportunidades. Aumentar el impuesto sobre sociedades a grupos más grandes, como pretende el gobierno, también puede desalentar la inversión necesaria para aumentar la productividad. Con una deuda pública de alrededor del 100% del producto interno bruto, tendrá que demostrar su apego a la disciplina fiscal.

Sánchez llegó a acuerdos con varios partidos para garantizar su puesto. Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), el más pragmático de los partidos secesionistas de Cataluña, se abstuvo en el voto de investidura a cambio de conversaciones sobre el futuro de la región. La extrema derecha y la centroderecha han acusado a Sánchez de traición. Pero sus intentos de deslegitimar su derecho a gobernar debido a su voluntad de sostener conversaciones son ridículamente exagerados.

El diálogo sólo puede ser positivo. Los líderes de Madrid y Cataluña deben encontrar formas de aliviar las tensiones y subsanar las divisiones. Se deben explorar nuevos mecanismos para reanimar la autonomía regional dentro del Estado español. Sin embargo, tarde o temprano, si ERC continúa exigiendo una votación sobre la autodeterminación, presentará una diferencia insuperable. Éste es un gobierno que enfrenta una posible derrota parlamentaria a cada paso.

Las divisiones en Cataluña a causa de la iniciativa ilegal de independencia en 2017 y la reacción nacionalista que provocó en el resto de España han amplificado los efectos de la fragmentación política y la polarización que son comunes en gran parte de Europa. Sánchez será juzgado por su capacidad para calmar los ánimos. Es poco probable que la oposición agresiva ceda. Pero el pragmatismo en el poder, incluso con la extrema izquierda como socios, ayudaría a restablecer parte de la ecuanimidad política por la que se conoció alguna vez a la España moderna.

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