Diego Battiste

Pelusso: "La primera vez que hablé con Alarcón pensé, este es un visionario o un loco"

Un repaso por la carrera del entrenador: una charla imperdible en Cerro, el llanto de Lima y Pouso en Danubio, la relación con Alarcón, el saludo de Cedrés en el 7-2 y las anécdotas tras anunciar su retiro como DT

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04 de julio de 2020 a las 05:01

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Es posible que ningún entrenador de fútbol cuente el esfuerzo que le llevó clasificar a una copa internacional como lo hace Gerardo Pelusso. Cuando un amigo le preguntó cuánto le había costado llegar con Cerro a la Copa Libertadores de 1995, el entrenador le respondió: “40 mil kilómetros”. Y lo explicó.

El día que iba a firmar contrato con el equipo albiceleste le prestaron un Fiat 147 para viajar de Florida a Montevideo, pero a los 20 kilómetros le explotó el motor. “Hizo ¡pum!”, recordó Pelusso. Se quedó en medio de la carretera y terminó el viaje a la capital para sellar el acuerdo con Cerro en un ómnibus de Cita. Días después pagó el arreglo del motor que quedó cero kilómetro y compró el auto a buen precio. En él viajó todos los días de Florida al Tróccoli, durante el año 1994. En el camino iba recogiendo jugadores: Diego Viera, Álvaro González, Sandro Franco, Marcelo Bartora. Completó 40 mil kilómetros. Esa temporada Cerro fue vicecampeón de la Liguilla y se clasificó por primera vez en su historia a la Copa Libertadores.

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Así empezó Pelusso a desandar el camino como entrenador principal en el fútbol profesional. Hasta 2018 en Deportivo Cali cuando decidió que sería su último club. “No dirijo más, pero no me retiro del fútbol”, aclaró en la charla con Referí en la que repasó momentos puntuales y anécdotas de una carrera de éxitos, salpicada de algunos fracasos, a la que le formalmente esta semana le puso punto final.

¡Qué año aquel de Cerro!

Te cuento una anécdota: el club tenía graves problemas económicos, y se había roto la relación entre el plantel y la directiva. Entonces no concentrábamos y en la Liguilla nos juntábamos en el Tróccoli, hacíamos una merienda, la charla técnica y nos íbamos al Estadio. Cada uno en sus autos. El día del partido decisivo contra Defensor llegamos al Tróccoli, había un montón de gente jugando una final de un campeonato del barrio y no pudimos entrar. Nos fuimos a la casa del preparador físico que vivía en el Cerro y di la charla técnica en un pizarrón de su hijo que en la parte de abajo tenía patitos, perritos y gatitos para contar. Fue increíble. Esta charla va a quedar para la historia les dije, con todas las dificultades que hemos tenido y las que tenemos ahora, porque vamos a ir a la Copa Libertadores, porque a Defensor le ganamos. Entonces el Ruso Homann me preguntó: ‘¿Y por qué le vamos a ganar a Defensor?’. Porque tenemos al Pipa (Rodríguez, el golero) que ataja penales. Yo no sabía ni que decir, pero quería darles ánimo. Al final empatamos y les ganamos por penales porque el Pipa atajó uno. Y eso lo tienen grabado porque cuando nos juntamos me lo recuerdan.

En la Copa les tocó una serie bravísima.

Difícil si: Peñarol, River e Independiente. En River estaba en proceso el equipo que al año siguiente ganó la Libertadores; Independiente venía de ganar la Supercopa, y Peñarol era un equipazo. La peleamos hasta el final. Quedó para toda la gente de Cerro el triunfo imborrable contra Independiente en el Tróccoli. Estaba lleno, fue una fiesta, son cosas inolvidables. Un año lleno de dificultades pero muy bueno.

¿Qué lo motivó a dirigir en Rivera después de tres años en Chile?

Fui a Frontera por un desafío de tipo (persona) del interior. Siempre soñamos con el campeonato nacional, con que el fútbol del interior tenía que jugar en la capital. Había arreglado de palabra con Antofagasta y vinieron hasta Florida a buscarme de Frontera en 1999. Era el sueño de todos nosotros. Me arriesgué y fui. Estuve un año y medio. El primero bien, era un cuadro del interior que pretendía tener una organización medianamente parecida al fútbol profesional y la fuimos llevando, hasta que el presidente que aportaba en lo económico se tuvo que desaparecer en Brasil. El segundo año se hizo insoportable la situación porque ya no teníamos ni comida en los viajes. Y nos fuimos.

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¿Cómo fue el regreso a Cerro en 2003?

Ahí hice un clic en mi carrera. La crisis del corralito de 2002 fue la más dura de mi vida. El 15 de julio me quedo sin equipo en Ecuador y viajo a Quito, donde tenía amigos, me alquilo un apartamento y me quedo de bacán. Tenía una platita guardada porque un técnico lo primero que tiene que hacer es guardar una platita en el banco porque no sabés en qué momento te quedás sin trabajo. El 1° de agosto me llama mi hija y me dice: ‘Papá cerraron los bancos’. En 15 días me quedé sin trabajo y sin plata. Cero pesos. Viví una crisis muy dura, estuve un año encerrado con mis hijos en un monoambiente, pensando cómo a los 50 años estoy tan mal, algo tengo que estar haciendo mal. Empecé a mirar para adentro, a ver los errores que venía cometiendo como entrenador y la conclusión más importante fue darme cuenta que este era un trabajo en equipo, acá no hay juego individual. Y lo entendí después de mucho equivocarme. En esa crisis armé un cuerpo técnico con buenos profesionales, empezamos a estudiar las metodologías de trabajo, cuál era la función de cada uno, organizarnos, trabajar sin tener equipo. Ahí vino Cerro y empezó a funcionar la cosa. No hay muchos secretos en el fútbol.

La consolidación se dio al año siguiente en Danubio.

Se empezó a notar el trabajo en el equipo, el cuerpo técnico tenía otra solvencia, otra fortaleza y tuvimos la oportunidad en el momento justo porque los guachos de Danubio eran una máquina de jugar. Era subirlos y ponerles la camiseta. Ganamos el primer campeonato faltando tres fechas, lo robamos. De ahí nos fuimos de gira a Italia; jugamos dos campeonatos y los ganamos los dos. Además, vendía y vendía jugadores, y el que venía atrás jugaba mejor. Después del primer campeonato se fueron los dos delanteros que eran Juan Manuel Olivera y Guglielmone. Y apareció Salgueiro, volvió Diego Perrone y Nacho Risso estaba en su plenitud. Los carrileros eran el Bola Lima, Bruno Silva y Anchén que te ponían un misil en el área. Pouso y Gargano en el medio; me acuerdo que Gargano se puso la camiseta en la cancha de Fénix y no se la sacó más. Los zagueros Jadson Viera en un nivel impresionante, Cafú y Guillermo Rodríguez. Luego vino Stuani. No es mérito nuestro, los jugadores estaban ahí. A Ribair con 16 años lo puse en Primera y jugó todo el campeonato. En los dos años que estuvimos, Danubio vendió 17 jugadores. También debo hacer un reconocimiento a Arturo y Héctor Del Campo, dos caballerazos.

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Danubio había perdido dos finales seguidas con Nacional, ¿cómo encaró con los jugadores aquella de 2004?

Me acuerdo de una conversación que tuvimos en mi habitación en la concentración con Pouso y el Bola Lima. Ellos habían jugado las finales del 2001 y 2002 siendo muy chiquilines, pero acá ya eran de los maduros y me contaban esa historia. Me decían que ese año no se podía escapar: ‘Sino nos vamos a recibir de cagones, llegamos a las finales y nos cagamos’. Se pusieron a llorar los dos. Aparte, eran unos locos con unas agallas. Tranquilo les decía yo, somos los mejores, no nos gana nadie. No me olvido más de un día que venía saliendo de mi casa y me gritaron ‘ganen nomás si total ustedes se cagan en las finales’. No tengo idea de qué cuadro serían, pero me marcó porque lo asocié a lo que me decían los jugadores. Así que había que ganarla como fuera posible.

Aunque después del 1-4 de ida, habrán resurgido los fantasmas.

Nosotros teníamos ventaja porque ganamos la Anual, así que si ganábamos una de las dos finales ya estaba. Pero vamos a jugar la primera y perdemos. Parecía que nunca habían jugado al fútbol. Otra vez los fantasmas. En tres días hubo que hacer un trabajo fuerte desde el punto de vista anímico, que no se olvidaran que habíamos sido los mejores todo el año. Ganamos un partido increíble, faltando 20 segundos para terminar. El día que vamos a jugar esa final, estábamos en la charla técnica y les digo: 'El día está horrible, llueve, hay viento, así que el primer córner lo tiramos derecho al arquero. Que la agarre, pero ¿saben dónde tiene que terminar ese arquero?, allá en el fondo; van tres derecho a él y me lo meten adentro del arco con pelota y todo'. En eso miro para el costado y Mario Viera, que era mi asistente, me dice: ‘¡No seas malo, es Sebita!’. El golero de Nacional era su hijo.

¿Es verdad que aquella vez que Danubio le ganó 7-2 a Peñarol, Gabriel Cedrés se acercó para que les pidiera a los jugadores que bajaran el ritmo?

No. La historia viene cambiada. De un partido anterior. En 2004 le íbamos ganando 5-0 a los tres minutos del segundo tiempo y la verdad, los jugadores de Danubio pararon porque a los tres días jugábamos la final con Nacional. Y la cosa se confunde porque en ese partido de 2005 a Cedrés se le va una pelota afuera y viene al lado mio, me da la mano y me habla. Y mucha gente entendió que vino a decirme, paren. ¡Nooo! ¿Cedrés te va a decir paren la mano? Un tipo con un temperamento y una garra tremendas, estás loco. Me saludó bien. Eso fue una historia inventada.

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¿Cómo califica su relación con Ricardo Alarcón, presidente de Nacional?

Alarcón es un visionario. Tenía un enfoque del fútbol que me gustó, aprendí mucho con él. Cuando conocí a Alarcón uní una frase que me quedó de un dirigente chileno que conocí en Iquique y que había sido el gestor de aquel Cobreloa que llegó a finales de Copa Libertadores, Lucho Gómez, un tipo muy inteligente que una vez me dijo: ‘Aunque no sé tocar ningún instrumento, yo soy un gran director de orquesta porque sé elegir los músicos’. Y es una gran verdad de la vida. Ser un buen jefe de equipo. Eso lo uní a Alarcón, que en cada área buscaba al que consideraba mejor. De entrada, me dijo: ‘Yo no sé nada de fútbol’. El 99% de los dirigentes no te lo dicen, al contrario, saben que no saben nada, pero te dicen que saben y te quieren armar el equipo.

La llegada a Nacional se dio a mediados de 2007, pero Alarcón lo había llamado antes.

Cuando terminé el primer año en Alianza me llamó para ver si quería venir a Nacional. Le dije que sí, que era el desafío de mi vida ir a Nacional, pero en ese momento no podía. Yo le había prometido al presidente de Alianza que si salíamos campeones me quedaba y la palabra hay que cumplirla. Entonces me dice: ‘Igual le voy a decir que es lo que quiero para Nacional, para que lo sepa’. Y estuve una hora en el teléfono. Cuando terminó la llamada lo comenté con mis compañeros y les dije, el presidente que tiene Nacional es un visionario o está loco de la cabeza, porque me dijo que en la parte social van a llegar a 50 mil socios, que va a terminar el Parque Central, fortalecer las divisiones juveniles para salir campeón y venderlos después. Está loco este tipo decía yo, el club estaba fundido, debían 18 meses a algunos técnicos de juveniles y me estaba hablando de eso. Me quedé seis meses más en Alianza y al poco tiempo de volver a Uruguay, Nacional se quedó sin técnico y nos reunimos en Florida, nos comimos un asado y me repitió lo mismo que me había dicho por teléfono. Ahí aprendí cómo debe funcionar un entrenador dentro de un proyecto institucional cuando lo hay, porque es una palabra que todos usan, pero nadie sabe que es. Alarcón no es el típico futbolero que te dice hay que ganar el domingo y si no ganamos vamos a ver qué hacemos. Es de otro lote.

¿Qué faltó para alcanzar la final de la Copa Libertadores 2009?

No me reprocho nada, porque llegamos hasta donde se podía, era un muy buen plantel, pero tampoco nos sobraban cosas como para ganarla. De todas formas, contra Estudiantes si no nos hubieran hecho trampa, nosotros capaz que le ganábamos. Fue una de las últimas trampas que hizo Grondona, abrió un período de pases cuando no existía, un pase en préstamo por 30 días que eso no existe en ninguna parte del mundo y él lo inventó y le dio la posibilidad de reforzarse a Estudiantes cuando no tenía defensas. Schiavi le remendó la cosa y le armó la defensa. Sin Schiavi no tenían a quien poner. Nosotros también veníamos maltrechos porque habíamos tenido una epidemia de gripe, que le bajó la energía al equipo, tuvimos 14 casos de gripe, nos tiró el equipo abajo, no llegamos bien a Estudiantes.

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¿Qué significado tuvo ganar el campeonato Uruguayo 2008/2009?

Para mi fue una revancha que esperé 40 años. Vine a los 15 a Nacional, y ahí aprendí a querer a Nacional. Me recibieron dos dirigentes y me trataron como si llegara a la casa de mis viejos en Florida. El técnico era el Pato Galvalisi, leyenda de Nacional, un padre para nosotros. Yo no era hincha de Nacional, ahí me hice hincha, fue mi casa, viví en el Parque Central, aprendí a querer la camiseta, me trataron espectacularmente bien y no pude triunfar como jugador. Me tuve que ir como todos de nuestra generación, entre ellos Eduardo Pereyra, porque estaban los campeones del mundo de 1971, y era imposible jugar.

¿Estuvieron mal los dirigentes de Nacional en despedirlo después del clásico del 0-5 en 2014?

El que estuve mal fui yo cuando volví a Nacional. El tema no fue ese partido. Cuando volví a Nacional no hice lo que hacía siempre, me dejé llevar por la camiseta, lo que significaba Nacional. Si yo hubiera analizado, en ese momento no debía haber venido. Me equivoqué cuando volví.

¿La Copa Sudamericana que logró con Santa Fe fue un broche de oro en su carrera?

Fue importante, claro, pero más allá de los resultados, el broche de oro fue dirigir la selección de Paraguay. Dejá los resultados de lado, después de una selección no hay nada. Es lo máximo porque jugás contra los mejores, con los mejores, tenés las condiciones máximas de trabajo. Me tocó ir a Europa y que nos recibieran como si fuera el embajador del país. Fui al Benfica y Jorge Jesús, que es el técnico de Flamengo que tiene fama de ser un tipo complicado, me trató como si me conociera de toda la vida. Fui a Suiza y me estaban esperando con alfombra roja. Trabajar con los jugadores paraguayos a nivel de relacionamiento, del ida y vuelta, fue muy bueno. El jugador paraguayo es sumiso, disciplinado, es trabajador, agradecido…

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¿El uruguayo no es así?

Los uruguayos somos distintos, tenemos otra rebeldía, que es muy buena para algunas cosas, y no tan buena para otras. Esa rebeldía de querer siempre romper las reglas. Todo el mundo estaba esperando que saliera el protocolo (sanitario contra el coronavirus) para encontrarle algo mal. Estuvo un mes en estudio por cuatro médicos que hace más de 40 años que están en el fútbol, están los preparadores físicos, los entrenadores, salió y hay que cumplirlo. Pero no, estamos viendo cómo podemos romper las reglas, eso es muy de los uruguayos. Y mirá que yo me incluyo.

Volviendo a Paraguay, entonces le quedó un buen recuerdo del trabajo con la selección.

El paraguayo es sumiso hasta que entra a la cancha, después tenés que matarlo si le queres ganar. Y mirá que a nivel de selección no nos fue bien, las grandes estrellas ya habían terminado y los que quedaban, Tacuara Cardozo, Roque Santacruz, Justo Villar, Pablo Da Silva, estaban de vuelta, pero trabajar con ellos… Sabés lo que es trabajar con Justo Villar. Era el capitán del equipo y en un momento dado no jugaba en Estudiantes porque tenía una lesión en la espalda y le dije: ‘Mirá que te voy a citar pero no vas a ser el titular’. Un tipo que había jugado mundiales, que era el líder, y era el primero en apoyar a sus compañeros, empujarlos para que entraran a la cancha, el que más colaboró conmigo. Me dio gusto trabajar con los jugadores paraguayos, en Olimpia igual. Los quiero siempre.

Líber Vespa fue un puntal de aquel Cerro de 1994 y era su asistente en Deportivo Cali cuando falleció. ¿El destino es cruel a veces?

Fue muy duro, en tres meses se nos fue. Todo lo que significaba Líber para mí, primera vez que dirigí, era el capitán del equipo. Siempre le decía: 'Vos me ayudaste tanto que ni te imaginas'. Lo hacía naturalmente porque era el dueño del cuadro, el mejor jugador que había en el fútbol uruguayo en ese momento. Pero siempre me quedó una deuda de gratitud con él, cuando dejó de jugar siempre seguí sus pasos, le preguntaba qué estaba haciendo, le decía que estudiara, que se preparara. En un momento determinado, cuando surgió la posibilidad lo llevé como asistente. Todos los días lo veíamos mal, eso fue muy duro.

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¿Qué resumen hace de su carrera?

Estoy muy tranquilo, bárbaro, porque miro para atrás y el fútbol me dio mucho más de lo que soñé cuando vine a Montevideo a los 15 años. Soñaba con ser jugador de fútbol profesional. Lo fui, jugué en el exterior, me puse la celeste, canté el himno con la selección. Y como entrenador me volví a Florida para arrancar del mismo lugar. En un momento determinado decidí retirarme, cuando me vine de Cali en el avión sabía que era el último viaje. La mala experiencia de Catar y lo que pasó con Líber me empujaron a tomar la decisión.

Y así, a los 66 años y quién sabe cuántos kilómetros recorridos (ya no en el Fiat 147), los desafíos de Pelusso son otros, aunque nunca dejará de ser entrenador.

"Ahora quiero darme satisfacciones a mi"

"Ya está, quiero hacer otras cosas, no quiero vivir mal en el estrés permanente, el día a día", dice Pelusso y agrega: "La vida del entrenador es vocacional 100%, de otra forma no podés. Estás desayunando y tenés cinco problemas para solucionar. Llegás a la cancha y tenés cuatro problemas más, cuando termina el día son 10 o 12. Después en la lucha y en la pelea todo el tiempo. A los muchachos jóvenes que están estudiando les digo la verdad, bien gráfica, hace de cuenta que te pongo en la boca de la selva y te doy un machete, hace camino para allá adentro, de repente encontrás un camino o un árbol atravesado. El entrenador tiene presiones de todos lados y además en el fondo, si será pasión pura, que el trabajo del entrenador es para dejar conformes y contentos a todos los que te rodean: al jugador motivado, al dirigente y al hincha que quieren ganar, y cuando algo no funciona la culpa la tenés vos, al que le cortan la cabeza es a uno. Yo también tenía ganas de darme satisfacciones a mi mismo. Qué voy a buscar, salí campeón en cuatro países distintos, gané una copa internacional, dirigí una selección. ¿Plata? Si no voy a vivir siete vidas, voy a vivir una sola y para vivir la que tengo lo mejor posible me alcanza y los que me rodean no tienen problemas. No me interesa amontonar plata. Lo que si me gusta y lo siento, es trasmitir lo que aprendí por el camino a los nuevos entrenadores, prepararlos mejor. Y además integro el grupo de estudios técnicos de Conmebol con los mejores entrenadores de Sudamérica. Hacemos conferencias, charlas… tengo más trabajo que antes".
Trayectoria
2018: Deportivo Cali, Colombia
2017: Integrante del GET (Grupo de Estudios Técnicos de Conmebol)
2016: Al Arabi, Qatar
2015 - 2016: Independiente Santa Fe, Colombia.
2012 - 2013: Selección de Paraguay.
2011-2012: Olimpia de Paraguay.
2010: Universidad de Chile.
2007-2008-2009 y 2014: Nacional.
2006-2007: Alianza Lima, Perú.
2004-2005: Danubio.
2001-2002: Aucas,Ecuador.
2000: Racing de Montevideo.
1999: Frontera Rivera.
1998: Everton de Viña del Mar, Chile
1996-1997: Deportes Iquique, Chile
1993-1995 y 2003: Cerro.
1992: Quilmes de Florida.
1987-1988-1989: Atlético de Florida.
1984: Emelec de Ecuador.

 

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