Opinión > Magdalena y el bibliotecario inglés

Pepe, el charlatán supremo e Insensatez

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05 de enero de 2020 a las 05:00

Estimado Leslie:

Pepe, el charlatán supremo

Imagino que habrá escuchado hablar del juicio del negacionista británico David Irving contra la historiadora norteamericana Deborah Lipstadt, autora del libro “La negación del Holocausto”, donde acusa a Irving de falsificar hechos y pruebas históricas con el objetivo de adecuarlas a sus inclinaciones ideológicas.

Yo conocía el caso, pero muy por encima y sin mayores detalles, razón por la cual (unida al hecho de que estoy de vacaciones) acepté inmediatamente la recomendación de Netflix para ver Denial (Negación), que narra la historia de dicho proceso. La película es realmente interesante, no sólo porque trata sobre un caso real significativo, sino también -y más que nada- porque cuestiona la existencia de la verdad, la posibilidad de conocerla, y las consecuencias que todo esto tiene en una sociedad pluralista. En este sentido, el caso apunta a la necesidad de poner límites a la libertad de expresión, especialmente cuando las afirmaciones expresadas son potencialmente dañinas y carentes de pruebas que avalen su veracidad o beneficio. Es por ello que la corte inglesa dictaminó que las afirmaciones de Lipstadt no habían dañado la reputación de Irving como historiador, ya que éste había, efectivamente, manipulado la verdad con el objetivo de promover su antisemitismo. Así, aunque la historia siempre se nutre un poco de la inventiva, debemos poner margen a la licencia de quien la cuenta, so pena de confundir la mentira tendenciosa (o el mero disparate) con la interpretación razonable de los hechos.

Junto a Denial, Netflix me propuso ver El Pepe, una vida suprema, del cineasta serbio Emir Kusturica. Se trata de un documental sobre la vida del ex-presidente uruguayo José Mujica. No comentaré aquí el documental que prefiero -si es que le apetece verlo- dejar liberado a su propio criterio. Pero sí quiero detenerme en una declaración puntual de Mujica que ha causado gran controversia por estos lares y que me sugirió, además, una conexión con Denial.

Refiriéndose a su pasado como guerrillero tupamaro y a su ideología anti-capitalista según la cual los bancos son “el escalón más alto de la delincuencia humana”, en el referido documental Mujica pronuncia un auténtico elogio a la violencia vinculada al porte de armas: “Es la cosa más linda entrar al banco con una 45. ¡Todo el mundo te respeta!”.  ¡Pensar que algunos cuestionaron la moralidad de un personaje ficticio, enfermo psiquiátrico y socialmente desamparado, que recurre a la violencia para ser apreciado…! No sé que opinarán ellos, pero esta sola declaración pública de Mujica es, a mi juicio, más perniciosa que cualquiera de los actos cometidos por el Guasón en la película homónima (aunque más no sea porque éste es un villano inventado y aquel un ex-presidente de carne y hueso, democráticamente electo).

Pero Mujica, ¡oh, eximio retórico!, sale una y otra vez indemne de la parafernalia de disparates e incoherencias discursivas que despacha. Esto, gracias en parte a su afamado dicho, “Como te digo una cosa, te digo la otra”, que en el documental reproduce como “Es curioso: a veces lo malo es bueno. Y a veces, al revés, lo bueno es malo”, frente a la mirada embelesada de Kusturica. Una muletilla que nada tiene de nuevo: Lao Tzu ya lo dijo hace más de 25 siglos en China, “las palabras de la verdad son siempre paradójicas”. Pero una cosa es reconocer la confluencia de los opuestos (nada fácil de asumir, por cierto) y otra, valerse de un cliché elocuente para justificar una pose a todas luces incongruente. Mientras el taoísmo de Lao Tzu promulga, coherentemente, la renuncia a todo juicio categórico, el Pepe, colgado de su coletilla, no cesa de dictar cátedra de moralina en oferta. 

Poco le importa la verdad a Mujica. Su propósito es, en cambio, justificar sus obras y promover su ideología, cueste lo que cueste. Investido de la gracia que le concede su fama declara lo que se le canta y, como el negacionista inglés, pone a la libertad de expresión en ascuas.

Hay un refrán que dice que “el pez por la boca muere”: eso fue el caso de Irving. Pero, dígame Leslie, ¿qué pasa cuando el pez es, como en el documental de Kusturica, encumbrado como ídolo supremo venerado por las masas?

Insensatez

Estimada Magdalena:
Si el señor Mujica lee su carta de esta semana, sentirá seguramente una enorme satisfacción. Debida, en parte, a lo que podríamos denominar la Psicología de la Ancianidad. Pues ha de saber, Magdalena, que nosotros, los cada vez más ancianos, tendemos a mantener vivo el ecosistema intelectual que creamos en nuestra lejana juventud, aunque el mundo que lo justificaba ya no exista. Por eso no sería extraño que, si bien el 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín, el señor Mujica haya sentido de nuevo los ardores de la edad primera, cuando leyó que a su nombre se yuxtaponía  -¡una vez más, pero nunca es suficiente!- el adjetivo de Supremo que, en nuestra época sólo se concedía por analogía con aquel mítico Soviet que dirigía los destinos de la antigua U.R.S.S. ¡Cuánta felicidad y nostalgia en un pequeño título!

Cierto sentido de la cortesía me impulsaría a ir por el lado, sugerido en su carta, del papel de la verdad en este mundo post-dogmático que nos ha tocado en suerte. Pero sólo lo haré si me queda algo de espacio al final. Ahora necesito pedirle que no se indigne usted tanto con el señor Mujica. Pues me temo que ni sus declaraciones ni su posicionamiento obedecen a ninguna profunda convicción de tradición filosófica, ni siquiera superficial.

Es bastante frecuente, en los adolescentes, que la impulsividad se desborde en actos insensatos (aunque atractivos). Los adolescentes no siempre hacen las cosas por una buena razón. Puede bastar que algo esté prohibido, para querer intentarlo. O que uno del grupo diga: ¿Qué les parece si…? Con la condición de que sea lo suficientemente insensato y emocionante… Si me atrevo a maltratar una imagen de tradición platónica diré que la adolescencia es como un caballo brioso al que, alternativamente, hay que sujetarle las riendas, para evitar que se despeñe por un acantilado, o soltárselas, para no privarlo del conocimiento de sí mismo que ofrecen esas situaciones a las que se expone. Pero, ¿qué pasaría si aflojamos la rienda cuando hay que sujetarla, o la retenemos cuando hay que aflojarla? Las alternativas son tremendas: 1) que la (o el) adolescente siga en la ignorancia; 2) que caiga por el acantilado. En esta confusión fraguan a veces personalidades de alta complejidad.

No me referiré al señor Mujica al que no conozco. Pero puedo decirle que tuve la oportunidad de conocer a algunos guerrilleros de distintos países de América del Sur exiliados en Europa a mediados de la década del 70. Advertí en ellos un frío pragmatismo, junto a una notable falta de objetividad. Y una chocante combinación de enunciados altruistas con una sensible carencia de verdadero amor al prójimo. En otro contexto, habrían sido, sin cuestionarse demasiado, traficantes de esclavos en la costa africana hacia 1750, miembros de la Schutzstaffel en la Alemania de los años 30, o impasibles funcionarios de Planned Parenthood. Obviamente estoy generalizando injustamente, pero no los recuerdo yendo románticamente en pos de una verdad por la que dar la vida, sino como adolescentes ensayando un modus vivendi que les permitiera actuar, hacerse con el bastón de mando y con suerte gozar de cierta admiración epilogal. Con el mismo egoísmo de los chicos de Trainspotting -pero sin la simpatía de Ewan McGregor.

Cuando un anciano, como sucede en el documental de Kusturica, puede olvidar que -por acción, por omisión o por participación- estuvo involucrado en el asesinato de otras personas, y que atacó y contribuyó a derribar una democracia ejemplar; pero recuerda, en cambio, como si fuera un chiste, el asalto a un banco, pistola en mano… No está haciendo apología de la violencia. Ni está aprovechando su cuota de pantalla para defender una ideología trasnochada. Está, con la inteligencia que le resta, siendo adolescente. Y evocando, nostálgicamente, aquella época de su vida en la que pudo actuar con casi absoluta insensatez, imponiendo a su alrededor, de manera inconsulta y al precio que fuera, su desbordada crisis hormonal.

Por lo demás, es verdad que Kusturica ha construido panteones para extrañas divinidades. Pero no olvidemos que en ellos Pepe Mujica debe compartir su hornacina con Maradona. Porque, como decían mi abuelo y Heráclito, hay una justicia inherente de las cosas.

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