Rayuela y la esperanza y Esperando se encuentra

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10 de mayo de 2020 a las 05:00

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Rayuela y la esperanza

Querida Magdalena:

Si tengo espacio le contaré, al final, algo de Cortázar que le divertirá. Pero antes, quiero detenerme en la cita de Rayuela, tan poética y filosófica al mismo tiempo, que usted ha hecho: “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. Un texto que destila esa voz que tanto aman los lectores de Cortázar. Y que confirma que el amor, primero es búsqueda, y luego, encuentro, en ese orden.

Entiendo perfectamente que, excepto para mí, no es demasiado importante que Cortázar y yo estemos de acuerdo. Pero creo que para muchos resultará interesante la hipótesis que parece sostener el gran escritor argentino: que se pueda esperar algo que no se conoce, o lo que es igual, que cierto conocimiento de lo que no se conoce sea condición previa de toda búsqueda. Cuánto más, en el amor. Al comienzo de West Side Story, Tony siente esta anticipación: Something’s Coming… Algo va a pasar…

No se trata de un rollo esotérico, perteneciente a un mundo de poéticas vaguedades, propio de personas dispuestas a creer en cualquier cosa con tal de que sea suficientemente absurda.

Desde un punto de vista puramente racional, no estamos completamente confortables, porque parece que al mismo tiempo conocemos y desconocemos lo que está por venir -y que, en algún lugar del camino, nos hemos cargado el Principio de No Contradicción. En efecto, para el racionalista es inadmisible aceptar un conocimiento del tipo: “andábamos para encontrarnos”. Es que la filosofía moderna ha separado la razón del corazón. Pero desde el punto de vista histórico, estas anticipaciones cortazarianas no son infrecuentes, incluso si dejamos de lado el mundo de la poesía y nos limitamos al campo de la Filosofía.

Muy radicalmente, en La República, Platón recuerda estos versos de Píndaro: “…dulce a su corazón/ alimento de su vejez/ lo acompaña la esperanza…”.  Pero, ¿cómo puede ser la esperanza el alimento de una vida que se está terminando? ¿Esperanza de qué? Por el contexto del diálogo, sabemos que se trata de esperanza en una vida feliz después de la muerte. Pero si hay algo que ahora no nos está dado conocer experimentalmente es, precisamente, la Vida Eterna. Y, sin embargo… ahí está la esperanza, plantada en medio del libro quizás más importante del más grande de los filósofos paganos.

Sí: las anticipaciones cortazarianas son, en realidad, un invento platónico. “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.

Buscamos y encontramos, por supuesto, pero buscamos porque, de algún modo, ya conocemos -aunque oscuramente. Ese modo de oscuridad, de misterio, es distinto, pero no es contradictorio, con el del conocimiento final y pleno que produce el encuentro. Cuando éste sucede, no es como el final de una lección que nos aburre de tantas veces repetida. Es más bien, como explica otro poeta, repetir lo nunca igual/de aquel asombro infinito.

Si no entiendo mal a Platón, el conocimiento se produce bajo el impulso contemplativo del eros. El amor suscita en el alma nostalgias que la mueven a conocer, que hacen que desee conocer. ¿Conocer qué? No lo sabe con certeza. Pero, cuando finalmente se produce el encuentro, el alma entiende: “Ése era el objeto de mi nostalgia”. Es como si volviera a su casa, a una casa en la que pasó momentos muy felices, allá en la infancia, pero que había olvidado por completo. Sólo ahora que ha regresado puede recordar y reconocer y comprender. Y entiende qué es lo que ha estado buscando. De un modo que inigualablemente junta la Filosofía con la poesía, el filósofo de Atenas dice que el conocimiento es recordación, anámnesis. Conozco lo que recuerdo. Y he buscado lo que -oscuramente- recordaba.

De este platónico modo, algunos filósofos cristianos, de la Alta Edad Media, insistieron en que el hombre no puede buscar a Dios si del todo lo ignora. Y dedujeron, con encanto infantil, que aunque el dogma aristotélico afirma que “nada hay en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos”, todo ocurre como si en el hombre hubiera ciertas ideas pre-existentes que lo empujan hacia adelante y, al mismo tiempo, lo orientan en su camino.

Llegando al final de la página, advierto que me he quedado sin espacio para el cuento de Cortázar que le había prometido. 

Esperando se encuentra

Estimado Leslie: 

Siempre me pregunté por qué, entre todos los males que Zeus introdujo en la caja de Pandora estaba, también, la esperanza…

Los mitos han sido siempre para mí una fuente inagotable de cuestionamientos. En su enigmática composición siempre puedo descubrir una percepción aguda de la naturaleza, tanto humana como de la realidad que nos rodea. Así, poetas mitólogos como Homero o Hesíodo fueron, sin duda, ilustradísimos precursores del conocimiento filosófico y científico que, lejos de suplantarlos o superarlos, aún se nutren de sus intuiciones para poder dar sentido al mundo en el que vivimos. 

Dulce alimento para la vejez (en los versos de Píndaro), y vigoroso estímulo para salir a deambular por las calles de París (en la novela de Cortázar), la Esperanza está, sin embargo, contenida junto a todos los males en la tinaja destapada por la primera mujer de la mitología griega (en el poema de Hesíodo).

Entonces, ¿es la esperanza un bien o un mal?  Tanto para Píndaro como para Cortázar ella es, por lo visto, un bien. En otra ocasión, incluso, el más grande de los filósofos paganos (¡adoré su expresión!) explícitamente afirma que “la esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”. Por otra parte, leyendo su carta, deduzco que la esperanza es, además, una cualidad claramente benéfica para usted también…

Sin embargo, un poco por deformación profesional (los filósofos estamos, inexorablemente, condenados a la sentencia de Oscar Wilde, “creer es muy monótono, la duda es apasionante”), y otro poco por obra y gracia de Hesíodo, la respuesta no es tan clara para mí.  En este sentido, pienso que Hesíodo (para algunos, el primer filósofo griego) decidió dejar a la Esperanza “aprisionada entre infrangibles muros bajo los bordes de la tinaja” para que nosotros nos cuestionáramos, precisamente, si es una calamidad más de las miles que salieron de la caja, o si es, por el contrario, el único bien que Zeus -en un gesto de compasión hacia nosotros- decidió incluir en la funesta tinaja como un analgésico para sobrellevar las frustraciones que la vida inevitablemente nos depara.

Espero que no me tilde de relativista, pero le confieso que para mí la esperanza no es, per se, ni buena ni mala. Siguiendo el hilo de la metáfora de Cortázar: la esperanza es la forma que tiene la vida para defenderse de las angustias, incertidumbres y calamidades que nos apremian. Pero como todo mecanismo de defensa, ésta puede ser un escudo detrás del cual nos refugiamos tullidamente a la espera de algún gran prodigio que venga a salvarnos, o, por el contrario, un motivo para no rendirnos ante la adversidad, y confrontar los obstáculos, “mirándolos a la cara y con la frente bien levantada”.

Etimológicamente (ya conoce usted mi afición, ¡tan nietzscheana!, a indagar en la genealogía de las palabras) esperanza proviene de “esperar”, pero también de “expandirse” y “prosperar”.  Así, la esperanza es un medio idóneo -quizás el más cuando es bien canalizada- para encontrar en nuestra incapacidad para saberlo y controlarlo todo, la forma de entender que las cosas buenas, como en la cocina, demandan tiempo. Y que, sin la virtud de la espera, nada de verdad prospera. 

Ahora pienso en los filósofos existencialistas, y en como su concepto de la angustia se vincula con el de la esperanza en una forma particularmente íntima. En efecto, ellos nos incitan a no eludir la angustia: estamos condenados a experimentarla y vano o, peor aún, de mala fe es el afán de “barrerla debajo de la alfombra”. Esto les ha ganado la fama de pesimistas, nihilistas y promotores del sinsentido absurdo de la vida.  Sin embargo, existe en el pensamiento de los existencialistas una clara apuesta a la esperanza.  Porque en su exhortación a confrontar la angustia, ellos confían en que los seres humanos podamos encontrar el poder -recóndito y desconocido, pero siempre vigente en nosotros- para iluminar y liberar a nuestra frágil conciencia y hacer de nuestra existencia un estar en el lugar que elegimos estar, haciendo lo que elegimos hacer.              

En tiempos de incertidumbre y desasosiego coronavirusenses, el andar de la esperanza nos viene “como anillo al dedo”.  Y también algún buen cuento de Cortázar, con el que usted desafía mi “actitud de espera” por toda una semana. 

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