La película está disponible en Netflix
Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Espectáculos y Cultura > RESEÑA

Rubia: la polémica película de Netflix es un cuento de terror protagonizado por Marilyn Monroe

La película sobre la vida de la actriz tiene grandes aciertos, y otras decisiones frustrantes y fallidas
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07 de octubre de 2022 a las 05:02

Desde que Rubia apareció en el catálogo de Netflix, e incluso ya desde antes, cuando se estrenó ante los ojos del mundo en el prestigioso Festival de Venecia, dividió las aguas cual Moisés cinematográfico. La película del australiano Andrew Dominik sobre la vida de Marilyn Monroe motivó discusiones, peleas y polémicas por su retrato de la actriz estadounidense, con parte del público tomándola como una obra necesaria y exitosa, y otra planteándola como un insulto para la figura que retrata y también para la audiencia.

Dominik, responsable de la bellísima y sutil El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, tiene como antecedentes más inmediatos a este largometraje los documentales One more time with feeling y This much I know to be true, sobre los músicos Nick Cave y Warren Ellis, que en Rubia aportan la banda sonora. Y ahora estrena este retrato de Monroe, que desarrolló durante más de una década y que ya desde un principio estaba señalada a convertirse en un foco del calendario de estrenos del año.

Eso tiene que ver con un revisionismo de la figura de Monroe que se ha dado en los últimos años. A través de documentales, libros y distintos debates culturales, el trayecto vital de este ícono de la cultura pop y una de las actrices más exitosas de su época, está siendo rascado y cuestionado, para señalar el impacto que la exposición permanente, el lado oscuro de la industria del espectáculo y el machismo tuvieron en su salud mental y en los eventos trágicos que marcaron su vida.

Y esos eventos están en Rubia, pero ojo, que esta no es una película biográfica. Por más que se enfoque en una figura real y cuente sucesos que efectivamente ocurrieron, no se planta como un relato exacto y veraz de la vida de Monroe. Es, en realidad, una ficción basada en otra ficción, la novela homónima de la escritora Joyce Carol Oates, y como tal debería ser vista. Hay aquí eventos incomprobables, otros inventados y otros reales, pero el planteo de la película es más impresionista que factual.

Víctima del sistema

Rubia tiene mucho de ensoñación. En una de las primeras secuencias, la niña Marilyn (en realidad, todavía es Norma Jeane Baker) y su madre salen a las sinuosas rutas de las colinas de Hollywood, en medio de un descomunal incendio, y bien puede dudarse si se está viendo algo que sucede en la realidad o es todo un delirio. El fuego vuelve a aparecer en otros momentos, en flashes alucinatorios y dementes que parecen sacados de una película de David Lynch.

Y en varios tramos, la película genera la incomodidad y la tensión de una historia de terror, o de un thriller psicológico. Porque quiere decir que la vida de Monroe tuvo mucho de terror en el trato que tuvo por parte del sistema de Hollywood y de la cultura de su época, para la que fue estrella de cine, fantasía andante, ícono sexual, actriz reconocida, rubia tonta, referente de estilo y moda, y como dice en varios pasajes de la película: “carne”. Simplemente carne.

Ana De Armas hace un trabajo destacado encarnando a Monroe

En la era dorada de Hollywood, que terminó más o menos en la época de la muerte de la actriz, los estudios dictaminaban la vida de sus principales figuras: vestimenta, lifestyle, parejas, cómo responder ante la prensa y aspecto físico estaban regulados al detalle, para colocar a cada ícono en un estereotipo determinado. Y a Monroe le tocó ese. Un rol del que trató de salir, pero el sistema le impidió. Y ese es un hecho de la realidad, del que la propia actriz habló en vida.

Eso está presente en Rubia, y lo muestra  bien: las miradas condescendientes cuando cita a Dostoievski o a Chejov, las burlas cuando se propone radicarse en Nueva York y “actuar en serio”, la objetificación constante, los reclamos para dejar de ser Marilyn Monore y la infelicidad de ese papel que Norma Jeane Baker interpretó toda su vida.

La dualidad entre Norma –la persona real, como incluso le pide a sus distintos esposos que la llamen– y Marilyn, la diferencia entre la mujer y el alter ego profesional está subrayada con solidez y con distintos guiños visuales, como el salto del blanco y negro al color, aunque el recurso a veces parece arbitrario.

Dominik y equipo usan con creatividad las distintas herramientas del lenguaje cinematográfico. Los cambios de relación de aspecto, la fotografía, la iluminación y el diseño de producción todas generan una coreografía precisa para plantear el onírico y etéreo, pero también duro viaje por la vida de Monroe.

Y en el centro de todo está Ana de Armas. La actriz hispano-cubana no solo tiene un parecido por momentos escalofriante con su colega —ayudada por maquillaje y prótesis, cabe aclarar—, sino que también se convierte en la columna sobre la que la película se sostiene y no se viene abajo a causa de sus fallos. De Armas, número cantado para los próximos Oscar, crea una versión llena de dolor, deseo frustrado y miedo, pero también inteligencia y la capacidad de, casi como un interruptor, ponerse la máscara de Marilyn que esconde los terrores y los traumas de Norma Jeane.

Monroexplotation

La película está disponible en Netflix

Queda la sensación, en distintos pasajes, que Rubia no está a la altura de lo que propone De Armas. Sobre todo porque su premisa en cuanto a Monroe peca de explotativa y reduccionista. Marilyn es una mujer frustrada, obsesionada con la ausencia de una figura paterna en su vida, y abusada por todos a su alrededor. Y no mucho más.

Dominik machaca tanto sobre el punto que puede resultar frustrante. Claramente la intención es repetir el ciclo tortuoso de la vida de la actriz, e incomodar al que se siente a ver esta obra, así como tirar abajo el costado más glamoroso de la mitología y la iconografía que Monroe generó en vida y en muerte.

Pero además de la reiteración constante de ciertos esquemas, hay decisiones creativas que no funcionan, como la aparición de fetos creados con efectos digitales, o una escena en la que uno de ellos “habla” con Monroe y le recrimina los abortos realizados en distintos momentos de su vida, así como algunos recursos de montaje que más que rupturistas invitan a agarrarse la cabeza.

Rubia, más allá de sus más de dos horas y media de duración, se pasa rápido, ayudada por una narrativa que avanza en viñetas a medida que salta entre los eventos clave de la vida y la carrera de la actriz. Pero en todo ese repaso, más allá de su dureza y del golpeo constante a su protagonista, al final no genera ninguna sensación particular.

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