Sanguinetti puso en aviso a Nin Novoa sobre la solicitud de asilo que haría Alan García

Una cadena de llamados con consultas y avisos que incluyeron a un excanciller peruano, un expresidente uruguayo, el actual canciller y el embajador uruguayo en Perú se había desencadenado varias horas antes que García pisara suelo uruguayo en el país incaico, contaron fuentes políticas a El Observador.

La cúpula aprista le solicitó a José García Belaúnde –un funcionario diplomático de carrera que llegó a ser ministro de Relaciones Exteriores en Perú durante la segunda presidencia de Alan García- que llamara al expresidente Julio María Sanguinetti para explorar cómo el político colorado veía la eventualidad de un pedido de solicitud de asilo en Uruguay. Al peruano le importaba saber específicamente cómo el gobierno uruguayo reaccionaría ante la solicitud.

García Belaúnde reunía una doble condición que lo hacía la persona ideal para concretar el acercamiento. Por un lado tenían una relación histórica con García: eran amigos y estudiaron juntos en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Esa condición de cercanía le generó importantes dificultades a García Belaúnde para desarrollar su carrera durante los años de gobierno de Alberto Fujimori. En ese período visitó a García en su exilio en París. La vuelta al poder de Alan García en 2006 le tenía guardado un honor particular al diplomático: ser ministro de Relaciones Exteriores.

Por otro lado, García Belaúnde tenía un conocimiento del Uruguay y cierta relación de proximidad con el expresidente Sanguinetti –y sobre todo del excanciller Enrique Iglesias- que había cultivado durante los dos años (1986-1988) que pasó en Montevideo como representante permanente del Perú ante la Aladi.

En esa primera conversación telefónica, Sanguinetti le dijo a García Belaúnde conceptos similares a los que declararía pocas horas después que García se metió en la embajada, cuando fue uno de los primeros en salir a defender el asilo. En ambos casos se refirió a la “tradición” del Uruguay en materia de concesión a este tipo de solicitudes. “El asilo no se niega (…) El asilo hay que darlo”, dijo el expresidente.

Sobre la “tradición” uruguaya sobre el asilo, Sanguinetti también conversó con el ministro de Relaciones Exteriores, Rodolfo Nin Novoa, a quien avisó sobre el llamado que había recibido y le alertó que García se presentaría en una de las embajadas de su Cancillería, aunque no podía saber exactamente cuándo. Nin Novoa no estaba en Uruguay, sino en una misión oficial que lo había llevado primero a Centroamérica y luego a Bruselas. El argumento de la "tradición" fue esgrimido por Nin Novoa en algunas de sus declaraciones públicas sobre este asunto.

Con el paso de los días–y en vista de la complejidad que la situación revestía-, Sanguientti fue moderando su postura inicial. Tuvo oportunidad de escuchar varias campanas: recibió a los congresistas del Apra y también al exministro Pedro Cateriano, con una opinión contraria al asilo.

El segundo llamado que hizo Sanguinetti fue directamente al embajador uruguayo en Lima, Carlos Barros, un funcionario de carrera de filiación colorada con un estrecho vínculo con el expresidente. De forma que cuando García llegó con su solicitud de asilo en las últimas horas de aquel sábado el embajador sabía a qué atenerse y lejos de interrumpir su cena, agregó un cubierto más.