La vida en sociedad requiere la práctica constante de las virtudes morales

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Secularismo y desintegración social

A medida que la civilización occidental se aleja de Dios, se autodestruye
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28 de noviembre de 2022 a las 05:04

Imagina que tienes la oportunidad de robar cien millones de dólares con la seguridad plena de que no dejarás ningún rastro. Sinceramente, ¿te abstendrías de robar? ¿Por qué razón?

Los cristianos y otros creyentes tenemos al menos dos excelentes razones para no cometer ese crimen (ni ningún otro): la primera es que la conciencia moral nos dice que no debemos hacerlo, porque está mal; la segunda es que, aunque nadie descubriera el delito y aunque todos, incluso el mismo delincuente, lo olvidaran, Dios lo ve y lo recuerda; el mismo Dios que, después de nuestra vida terrena, nos juzgará y retribuirá a cada uno según sus obras buenas o malas.

Empero, ¿qué pasa con los ateos, cada vez más numerosos? ¿Cuáles serían sus razones para no robar esa fortuna con impunidad garantizada? Muchos ateos se abstendrían de robar, pero no podrían justificar racionalmente su conducta de un modo satisfactorio a partir de su filosofía atea. Si Dios no existe, no hay un orden moral objetivo, el fin justifica los medios y no hay ningún acto humano que sea intrínsecamente malo. En esa hipótesis, la moral sólo puede ser concebida en clave subjetivista, relativista o utilitarista: no existe la verdad en materia moral; la ética está basada en los sentimientos, experiencias o proyectos de cada persona; en definitiva, cada uno elige sus convicciones éticas más o menos como elige ser hincha de un club de fútbol en lugar de otro; es una mera cuestión de gustos, y "sobre gustos no hay nada escrito"...

Más aún, si, como piensan tantos ateos, fuéramos sólo animales algo más evolucionados, venidos al mundo sin ningún propósito y destinados a la aniquilación total en la muerte, no habría manera de fundamentar sólidamente una condena moral de quienes dedican sus vidas a gozar del mayor placer, riqueza y poder posible, sin preocuparse por los demás. Ahora bien, una sociedad en la que la mayoría de la gente pensara y viviera de esa manera egoísta no podría funcionar. El temor al castigo de la justicia terrena por violar la ley positiva no sería suficiente para evitar que la sociedad cayera gradualmente en el caos, excepto quizás recurriendo a una dictadura férrea y sanguinaria, otra perspectiva indeseable.

La vida en sociedad requiere la práctica constante de las virtudes morales. Veamos tres ejemplos:

A) Ninguna sociedad subsistiría mucho tiempo si la mayoría de sus miembros no tuviera hijos o no los mantuviera y educara. Tener hijos, mantenerlos y educarlos implica muchos sacrificios y renuncias, porque absorbe gran parte del trabajo, energía y dinero de los padres. La paternidad bien ejercida exige abnegación y altruismo. De allí se deduce que el bien social es incompatible con la proliferación de mentalidades y estilos de vida egoístas. Demostración por el absurdo: si hoy todos los uruguayos comenzaran a vivir con el objetivo supremo de obtener el mayor placer posible para sí mismos como individuos, muchísimos optarían por no tener hijos; y así nuestra república dejaría de existir al cabo de pocas generaciones.

B) La vida económica requiere un mínimo de confianza entre las partes que celebran un contrato. La falta absoluta de confianza extingue los intercambios comerciales. ¿Quién entregaría un producto a un cliente si estuviera casi seguro de que no le va a pagar? ¿Quién pagaría por adelantado a un proveedor si tuviera muy buenas razones para sospechar que no le va a entregar el producto comprado? Además, la desconfianza encarece las transacciones y puede volverlas inviables. ¿Cómo podría haber un comercio fluido si, debido a la abundancia de fraudes de todo tipo, hubiera que comprobar exhaustivamente la calidad de cada unidad comprada, en lugar de limitarse a contar las unidades recibidas y hacer pruebas a una muestra? ¿Cómo podrían subsistir las empresas sin un mínimo de confianza entre los socios capitalistas, o entre los accionistas y los gerentes? La desconfianza engendra desconfianza; y esa espiral, a la corta o a la larga, tiende a producir una separación, tanto en los matrimonios como en los negocios. Pero no puede haber confianza mutua entre personas que están decididas a utilizar cualquier medio, aunque sea inmoral o ilícito, si les conviene para enriquecerse, y que creen que todos están dominados por el mismo afán desmedido de lucro. La confianza mutua requiere de ambas partes virtudes como la honestidad, la laboriosidad, el servicio, la justicia, etc.

C) La democracia exige un mínimo de confianza entre los ciudadanos y sus representantes electos. ¿Por qué votaríamos a un político si tuviéramos buenos motivos para pensar que éste, una vez instalado en su cargo de gobierno, no defenderá con empeño nuestros derechos e intereses legítimos? La democracia no puede subsistir si la mayoría de los ciudadanos y los gobernantes buscan sólo o principalmente su propio interés personal, no el bien común.

El secularismo es la ideología que busca organizar la sociedad como si Dios no existiera; es pues un ateísmo práctico. Ahora bien, si uno no vive como piensa, terminará pensando como vive. Por eso el ateísmo práctico tiende al ateísmo a secas. Y, como sugerí antes, pese a que de hecho existen ateos de buena voluntad, de por sí el ateísmo fomenta una cosmovisión amoral, que estimula el individualismo y desestimula la práctica de las virtudes morales.

Los últimos dos o tres siglos de historia de la civilización occidental demuestran esta dinámica funesta. A medida que nuestra civilización se aleja de Dios, por medio de la descristianización y la secularización, se autodestruye, deslizándose hacia su fin, que puede tener diversas formas: desintegración total (caos anárquico), dictadura comunista, islamización, etc. Ojalá muchos, cristianos y no cristianos, comprendamos que la única esperanza de sobrevivencia de Occidente es el regreso a la valoración y la vivencia de sus raíces y tradiciones cristianas.

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