Camilo dos Santos

Sobre política, educación y tecnologías

Jamás la educación debería ser solo una política de gobierno

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28 de marzo de 2021 a las 05:00

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La voluntad, la capacidad y la audacia que tengan los países de reimaginar la educación para cimentar el bienestar, la felicidad y el desarrollo de las nuevas generaciones, adquiere creciente relevancia en las agendas de lo que se va delineando como políticas públicas post pandemia. Por un lado, se verifica una saludable apertura intelectual entre diversidad de instituciones y actores, a discutir ideas desde visiones heterodoxas preocupados mas por delinear un futuro mejor, sostenible y justo que por aferrarse a planteamientos doctrinarios. Ciertamente la discusión sobre el sentido, la dirección, el alcance y el impacto de los programas de estímulo fiscal es un buen ejemplo al respecto. Mientras que, por otro lado, no parecería ser cuestión de introducir ajustes en los márgenes sino de encarar decididamente la transformación integral, profunda y transversal de las políticas públicas.

Particularmente, la aspiración de repensar la educación en su globalidad y especificidad constituye una tendencia común a países en diversidad de contextos y con situaciones educativas muy disímiles. La pandemia parece acentuar las brechas intra e inter-países y entre regiones, pero a la vez, iguala, en buena medida, a los países en la necesidad de transformar la educación de cara a la diversificación de los espacios y los ambientes de aprendizaje que se suceden a todo momento y en todo lugar, así como a las maneras de aprender.

La asunción de una agenda transformacional involucrando múltiples instituciones y actores de dentro y fuera del sistema educativo, y reflejando diversidad de credos y afiliaciones, no se contrapone a atender decididamente la coyuntura, con foco en los más vulnerables. Pero ciertamente la aspiración transformacional contraviene la idea de restaurar, retornar y reproducir una situación educativa pre Covid-19 que claramente no respondía, y menos aún ahora y de cara al futuro, a las necesidades y oportunidades de aprendizaje de todos los alumnos por igual. Nos preocupan los llamados a la presencialidad per se, que bien inspirados y fundamentados en su imperiosa e insoslayable necesidad, no agendan su revisión.

Una de las puntas de la transformación educativa radica en darle sentido y sostenibilidad a las sinergias entre política, educación y tecnología que en gran medida remite a cambios en las formas de gestar, legitimar y desarrollar las políticas públicas. Se verifica una preocupación generalizada en países localizados en diferentes contextos, de avanzar en la transformación digital como base ineludible del reordenamiento de la vida en lo individual y colectivo. No se trata de una discusión y una elaboración sólo tecnológica frente a órdenes de desafíos que tienen sustratos e implicancias culturales, sociales y políticas ineludibles, entre otras fundamentales, sino primariamente de liderar desde la política respuestas educativas sólidas que hagan un uso proactivo de las tecnologías para ampliar y democratizar la educación, el conocimiento y los aprendizajes.

La pandemia ha contribuido a visibilizar la relevancia de la política como proceso de diálogo y de construcción colectiva. En particular, en educación, la política importa en varios sentidos fundamentales. Ante todo, la política en un régimen democrático de gobierno orienta y asume su ineludible responsabilidad en contribuir a educar a las nuevas generaciones en los aspectos sustanciales que hacen a la formación integral y ciudadana de la persona. No delega esa responsabilidad ni la deja fuera de su ámbito de competencia.

También la política es la base fundamental para tender puentes, surcir, pactar acuerdos y disensos, que, englobando al sistema político en su conjunto, fortalezcan a la educación como política pública de largo aliento. Jamás la educación debiera ser sólo una política de gobierno o transformarse en un botín partidario que se la pueda espuriamente instrumentalizar para otros fines. La política en educación debe ser garante que las propuestas educativas puedan idearse, desarrollarse y evaluarse en tiempos que largamente superan una administración de gobierno, y que comprometan a ideas y equipos más allá de un período de gobierno. Sus impactos más sostenidos y significativos pueden verse en toda una cohorte de alumnos formados desde el nivel inicial en adelante. Por lo menos nos referimos a una década como horizonte de tiempo. Un buen ejemplo es la educación básica de nuevos años en Finlandia que viene desarrollándose por varias décadas bajo administraciones de gobierno de diferente signo ideológico-político (Halinen, 2017).

Asimismo, la política tiene que garantizar la circulación de pensamientos e ideas sin prescripciones ni proscripciones ni adoctrinamientos y que, en efecto, los alumnos puedan libremente entender, discutir y tomar posiciones fundadas sobre diversos temas. La política debe asumir su plena responsabilidad en evitar relatos monocordes, narrativas modo “fake news” y pensamientos únicos cuya “verdad” no puede “cuestionarse”.  

La política en el sentido que la esbozamos es el punto de partida insoslayable de una propuesta educativa que aspire a ser transformacional, inspiracional y aspiracional. Esto implicaría repensar la educación en su sentido último como una base ineludible de formación de la persona, así como de forjar ciudadanía y sociedad.  No podemos asumir que la educación es un concepto dado o que solo puede abordarse en silos o de manera recortada desde la instrucción, los aprendizajes y la evaluación, así como desde enfoques disciplinares fragmentados.

Esencialmente la educación se enfrenta al desafío de introducir progresivamente al alumno al mundo existente, como señala Hannah Arendt, pero a la vez, tomando cabal conciencia que el mundo de futuro debe ser cualitativamente distinto al existente si aspiramos a que el mismo sea habitable y sostenible para las nuevas generaciones. Las tensiones presente-futuro impactan fuertemente en el sentido y la dirección de la educación, y nos interroga sobre cómo formar para que cada alumno pueda ejercer a conciencia y competentemente diversos roles en la sociedad a lo largo y ancho de su vida, y estar efectivamente al mando de la misma. Precisamente por su carácter integral, la educación es un asunto delicado, dinámico y transversal a la sociedad en su conjunto que es, a la vez y de manera complementaria, política cultural, ciudadana, comunitaria, social y económica. El desafío yace en como sopesar estos elementos para que coadyuven a una formación comprehensiva y balanceada de la persona. Si la educación peca de reducirse a una sola dimensión, por más relevante que la misma pueda entenderse que sea – por ejemplo, cuando se reduce su rol a compensar desigualdades o en formar para lo que se entiende como mercado laboral -, se termina por afectar el derecho del alumno a una educación justa, sostenible y relevante. La educación no puede nunca disociarse del todo indivisible que es el ser humano.   La educación entendida en el sentido integral que se ha mencionado, y respaldada por la política como sustento de procesos plurales e inclusivos de construcción colectiva, posiciona a las tecnologías como un garante fundamental de las oportunidades, los procesos y los resultados de los aprendizajes. No se trata de que las tecnologías se agreguen a la presencialidad ya sea por la vía de dispositivos, plataformas /o recursos de enseñanza y de aprendizaje, sino que las mismas cumplan un rol fundamental en la transformación digital de las sociedades para democratizar, personalizar y sustanciar aprendizajes requeridos para un mundo esencialmente disruptivo.

Generalmente se menciona la dimensión digital como si se tratara de solo pensarla en términos de los conocimientos y las competencias que alumnos y educadores tendrían que desarrollar, o bien en cómo se incorpora la misma a los espacios físicos de la escuela. La transformación digital es mas que la sola dimensión digital educativa ya que supone asumir la organización y el funcionamiento sobre bases cualitativamente distintas a las existentes en cuanto a la organización de la vida personal y colectiva, al ejercicio ciudadano y al trabajo. También implica entender que tal cual se ha señalado, los alumnos aprenden de maneras muy diversas y a través de diferentes canales, siempre y cuando encuentren sentido y conecten con lo que se propone desde el sistema educativo.

En efecto, la pandemia se ha transformado en un laboratorio mundial de nuevas formas de entender, cooperar, vincularse y aprender de los alumnos, con los educadores, sus familias, sus pares y comunidades, así como con la naturaleza y los espacios físicos de su entorno. Cuánto cada sistema educativo está tomando nota y entendiendo de lo que ha ido emergiendo como desempeños competentes de los alumnos en el mundo pandémico, es revelador sobre su capacidad de reimaginar la educación de cara al futuro. Ciertamente la transformación digital abre la discusión hacia renovadas formas de entender una educación sin fronteras ni umbrales, y sin una organización fija e inamovible de contenidos, disciplinas, calendarios y tiempos de instrucción. Lo que finalmente importa cada vez es cómo logramos que los alumnos entiendan la profundidad de los temas abordados en los diferentes ciclos de formación concebidos de manera unitaria. En tal sentido, las tecnologías son un soporte fundamental para ampliar las fuentes de conocimiento y las vías de acceso a las mismas, así como vías potentes de canalizar las motivaciones de los alumnos y disparadores de su ingenio y creatividad.

En suma, estamos ante renovadas configuraciones en las relaciones entre la política, la educación y las tecnologías, que fundamentan la necesidad de una transformación educativa que se inscriba en sociedades crecientemente digitales. Esto requiere de un estado garante, estratega y orientador que, sin descuidar en atender la coyuntura, tenga la soltura de pensamiento y la capacidad programática de delinear la formación que van a requerir las nuevas generaciones. Quedarse en la dimensión digital de la educación huele a insuficiente si el objetivo es, por un lado, contribuir a prepararse competentemente para un mundo de identidades físicas y virtuales crecientemente entrelazadas en todos los órdenes de la vida; y si por otro lado, se busca potenciar la inteligencia social – la propensión a trabajar con otros para lograr objetivos comunes (Fullan, 2021) - para direccionar la inteligencia artificial hacia el logro de sociedades más prósperas, justas y sostenibles. 

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