Ah, es muy fácil. No salgo de mi casa. Es una decisión consciente. Sí, tengo una vida. Soy profesor, voy a la filarmónica, a la ópera, estoy con mis hijos. Pero hago poca vida editorial, hice mucha de joven. No es que sea un gran intelectual, es que me cansa un poco. O no sé, me dejó de interesar. Ya viví esta etapa, sé lo que es.
¿La disfrutaste?
Sí, muchísimo, pero hay otras cosas que me perdí por estar midiendo el éxito en millas de avión. Porque además es un éxito ilusorio. Nadie se hace millonario en esto.
Bueno, digamos que el éxito en la literatura pasa por otro lado.
Sí, lo sé. Que tú en Montevideo tengas ahí en la rodilla un libro que yo escribí desde mi estudio en Harlem, pues... Es mucho más de lo que yo quería de la vida. Yo jamás esperé ir a una librería en Buenos Aires y que tengan mis libros. Es buenísimo, es lindísimo, claro. Mi queja es por el desgaste de los aviones, los festivales, también creo que es normal con la edad (risas).
Para empezar a hablar de tu último libro, ¿qué lugar tiene el tándem Hernán Cortéz / Moctezuma en la cultura popular mexicana? Pienso en lo que sucede en Uruguay con Artigas, que está muy presente. ¿Qué pasa allá con ellos?
Es gracioso porque yo escribí una novela sobre psicotrópicos, no sobre Cortés y Moctezuma. Esta es una novela sobre drogarse un montón. Es 100% una comedia psicodélica y nunca pensé que estaría raspando las profundidades de la historia con ella. Claro, hay una investigación muy seria que respalda el libro, pero me parece que solo tomando un montón de ácido puedes entender cómo funcionaba el mundo prehispánico. Es decir, la experiencia religiosa pasaba por el consumo de cosas muy divertidas, y por eso la novela no aspira a ser histórica, está escrita desde el mundo contemporáneo. Fíjate que en ella a Montezuma le gusta T-Rex. Pero volviendo a tu pregunta, en México la gravedad del encuentro entre estas dos figuras es tal que el libro fue leído, creo, como parte de una discusión. También apareció en un momento raro, que yo no tenía tantísima conciencia porque no vivo en México: tres años después de los 500 años de la caída de Tenochtitlan. Hubo una discusión muy profunda en México, en la que por supuesto mucha gente muy ideologizada dijo muchas idioteces, pero en la que se publicaron textos muy importantes que cambiaron las formas de leer ese encuentro entre Cortés y Moctezuma. Hubo una discusión muy constructiva sobre el trauma de la historia y hoy, si te subes un taxi en la Ciudad de México y le dices al conductor que eres uruguayo, primero te preguntarán si vas por Nacional y Peñarol, y luego si estás con Cortés o Moctezuma. Y se espera que digas Moctezuma. Si dices Cortés, todo mal.
¿Por qué fue tan importante ese encuentro entre ambos?
Porque cambió al mundo brutalmente. El momento en que estas dos personas se ven a la cara, el mundo se vuelve global. Pasa a existir una economía global, el planeta se monetariza. Empieza finalmente a circular moneda gracias a la plata mexicana. Y empiezan a suceder otras cosas: el tomate va a Italia, se abre el comercio con China, en España empiezan a comer fideos, es decir: lo que quiera que seamos como pasajeros de esta modernidad, se lo debemos a ese momento. De todos modos, a mí la palabra encuentro me incomoda un poco porque lo de los españoles fue una invasión, pero ese primer contacto lo cambia todo. Aparece la ciudad moderna, por ejemplo, la idea de la cuadrícula, de la orientación este, oeste, norte, sur, de los distintos grupos raciales ocupando distintos espacios controlables desde el centro, las calles como cañón. La ciudad deja de ser una máquina de producción y se convierte en una máquina de extracción estratificada de acuerdo a la raza, al ingreso, a la lengua. Los gringos son tan imperialistas que creen que inventaron el racismo, que el colonialismo lo inventaron los europeos. Pero todo pasó primero en Tenochtitlán.
¿No esperabas que la novela se leyera en clave histórica?
Cuando salió en México y se empezó a tomarla como material histórico me pareció rarísimo. Porque además una novela así realmente incide muy poco en la realidad. A mí no me preocupa que alguien se vaya a ofender con ella, porque las personas a las que puedo ofender ni siquiera me van a leer. Lo tengo claro: habrá mil mexicanos que lean mi novela, cien uruguayos, tres peruanos. El libro no se va a discutir en grandes paneles intelectuales, esa dimensión no entra en su historia. Eso no es una preocupación para mí. Pero sí me importaba dejar claro que todos fueron los malos. Por ejemplo, hay dos opiniones históricas: que los sacrificios humanos de los mexicas eran rituales y muy pocos, y que los sacrificios humanos eran tantos que por eso mismo los mexicas se extinguieron. Yo siempre siempre pensé que los números estaban exagerados, que los cronistas exageraban, que los cálculos matemáticos eran imposibles, no se pudo sacrificar a tanta gente en un día, más si estaban todo el día drogados. Pero mientras estaba escribiendo la novela, una amiga consiguió que la persona que está dirigiendo las excavaciones de Tenochtitlán bajo la Ciudad de México, un arqueólogo muy brillante, me llevara a esos túneles, a las ventanas arqueológicas que les llaman. Allí vimos el Tzompantli, que es un altar lleno de calaveras que no sobrevivió al tiempo y del que solo quedan unas columnas, pero esas columnas están hechas de cráneos. Las vi y no dormí durante días. Ver esa cantidad de cabezas, de niños, de mujeres... Ni siquiera han terminado de probarlas genéticamente, no se sabe de dónde vienen esas cabezas, pero es perfectamente posible estemos hablando de una cultura genocida, porque el número de cabezas humanas es enorme. Te quita el sueño. Y ves, eso cambió por completo mi lectura de la novela. La relación de los mexicas con la muerte era mucho más obscena de lo que pensaba. Entonces, en todo caso, me preocupaba eso al escribir, que nadie pensara que pertenezco a la tribu de los que creen que los mexicas eran santitos o que los españoles eran el diablo. Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe, era un protestante de mierda, promotor de la leyenda negra, ideológicamente imperialista, todo mal, pero decía que en la caída de Tenochtitlan pelearon el diablo contra Satanás. El chiste me parece buenísimo.
¿Cómo fue crear tu propia imagen de Moctezuma para la novela?
La figura de Moctezuma es una figura vilipendiada en la historia, y difícil de entender. La historia ha trabajado contra él. Entonces, ¿cómo reconstruir su historia? Y sobre todo, ¿cómo explicarlo? Soy un novelista que trabaja con archivos históricos muy serios, porque me gusta y porque doy clase de eso. Pero de pronto entendí, y eso me permitió cumplir una ilusión de toda la vida que escribir una novela que sucediera en Tenochtitlan, que lo único que explica todas las conductas de Moctezuma en 1519 y 1520 es que tenía una depresión del carajo. Yo soy una persona que ha sufrido episodios de depresión muy graves, no me da vergüenza decirlo, la salud mental es solo salud. Me leí todas las bibliografías de Moctezuma y me parece clarísimo. No podía salir de la cama, no podía tomar decisiones, no podía dejar de consumir hongos. Estaba tan expuesto a los alucinógenos que creo que eso explica todo, ¿no? Si no hubiera estado drogado todo el tiempo hubiera defendido su imperio.
¿Esa presencia de los alucinógenos en las culturas prehispánicas a qué se debe?
Me parece que no se puede entender la estética de las grandes culturas prehispánicas, ni ciertos procesos rituales de ese mundo, si no entendemos la cultura de los alucinógenos, que estaba mucho más viva que en Europa. En Europa también se consumían, sobre todo en Escandinavia, pero menos que en México. Por ejemplo, claramente las esculturas son un reactivo que se activa con los hongos. Los códices, los libros mexicas, todo estaba hecho para que se mostraran en la escuela, en el Calmecac, a niños un poco viajaditos. De alguna manera así se interpretaba la realidad, los alucinógenos eran una ayuda para comprender el mundo. Y no tiene nada que ver con estas tonterías new age que se dicen sobre las naciones originales. Pero había una relación con el mundo menos abstracta que la que tenían los europeos. Los dioses estaban en el mundo, nada más que no los podías ver. Para verlos te comías un honguito y listo. Y si ahorita tú y yo nos vamos al bosque y nos comemos unos hongos, los vemos. Ahí están, no se han ido a ningún lado.
¿Cómo influye el espacio y la ciudad en tu escritura? La novela al final especifica que fue escrita entre Ciudad de México y Nueva York, tu lugar de residencia.
Y hay un pedacito de la novela, no sé cuál ya, escrito aquí. Durante un invierno nos quedamos un poco más de tiempo y estaba trabajando en la novela y escribía en un café en Punta del Este, un café cero literario, era como un café de millonarios. Pero sí, las ciudades influyen en la escritura. Soy una persona de ciudad, me gustan, mi trabajo de investigación como profesor siempre ha sido sobre ciudades. Me interesan los procesos históricos urbanos, no me interesan nada las historias del campo, en lo absoluto. Nunca he estado en un rancho, nunca he tocado un caballo, no tengo idea a qué huelen, soy una persona muy de ciudad y que además ha vivido siempre en los dos motores urbanos del continente. La Ciudad de México y Nueva York son ciudades de una musculatura y un pulmón gigantesco. Nueva York, con mucha riqueza. México, con muchísima profundidad. La ciudad de México es una ciudad que tiene 800 años, por ejemplo. Y durante esos 800 años ha sido la capital de algo. Eso no existe en América, es un fenómeno único. Me fui de ella en el 98 y como todos los que se fueron, le tengo un amor que seguro no se justifica. Para mí Ciudad de México es un territorio mítico al que voy solo en épocas que me gustan. Es una relación matizada, no sé si por la nostalgia, pero sí por los libros. Y creo que si viviera en ella, sería menos literaria para mí.