Terraplanismo y otras etiquetas

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25 de marzo de 2021 a las 05:03

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Son tiempos de distanciamiento, parcial o total. Y para muchas personas la tecnología es la que las mantiene conectadas vía redes sociales, publicas y privadas. Esto no es obra de la pandemia, la conexión a través de los espacios virtuales ya es parte de nuestras vidas hace años.  Según el ultimo estudio de Radar (Informe del Internauta Uruguayo) el 82% de los uruguayos usa redes sociales públicas. Un 52% las usa para debatir sobre aspectos políticos y sociales de actualidad (43% en Facebook y 15% en Twitter). Quizás sin embargo aun con este uso extendido no se puede comparar la calidad del intercambio que se da sobre una y otra plataforma, la real y la virtual. La virtual tiene la potencia de derribar geografías, de ampliar horizontes. Podemos debatir, acordar y disentir con gente de todo el planeta, en tiempo real, con nick (seudónimo) o con nuestro nombre de nacimiento. La real tiene un gran mérito que es que cuando vemos que alguien no esta de acuerdo con nosotros, comienza primero un diálogo que puede transformarse en un debate, no en un etiquetado a diestra y siniestra.

Ese etiquetado es el que ocurre en las redes sociales. En las redes donde los gobiernos dan anuncios, los periodistas crean agenda y se discuten temas clave para nuestro bienestar colectivo las etiquetas abundan y los hashtags definen qué es de interés. Hay una etiqueta que resurge y que llama a la reflexión: terraplanista.

La definición de terraplanista es simple: alguien que cree que la tierra es plana. Según sondeos de 2019 de Datafolha, en Brasil son un 7% y en Argentina en 2020 un estudio de Zuban Cordoba arrojó un 12%. De todas maneras la “etiqueta” terraplanista se utiliza para los escépticos de la ciencia, los “anticientíficos”, los “antivacunas”. Pero ¿es todo lo mismo? La etiqueta descalifica, alinea sobre el extremo, no tiene interés en entender o profundizar sobre qué aspecto “anticientífico” preocupa a la persona. O nos alineamos todos a favor de “los científicos” (eso suponiendo que ellos están todos alineados) o hay terraplanismo. ¿Yo me perdí o estas etiquetas nos atrasan tipo 4 siglos?

¿Porqué no podemos tomar como que lo que esa persona expresa como su opinión es un punto de partida y no una definición inmutable de su ser? Quizás ahí está toda la diferencia. Quizás por eso Twitter es una herramienta increíble y poderosísima cada vez peor usada. Ya en 2019, pre pandemia, un estudio francés medía la polarización de los “antivacunas” y los ”provacunas” en Twitter, aislados entre sí, opuestos, extremos.

En lo que es mediación comunitaria, que en otros países se usa mucho, se utilizan herramientas dialécticas para acercar a las partes, generar empatía, encontrar los espacios potenciales de acuerdo. Twitter está en las antípodas. Los intercambios son en su mayoría violentos. La necesidad de resumen y los pocos caracteres se vuelven aliados de la sobresimplificación: si/no, blanco/ negro, feo/lindo, “de los míos”/ “de los otros”. No construye, aleja, divide. ¿Es culpa de la herramienta?

En las limitadas interacciones que he tenido en persona en estos tiempos he escuchado a quienes tienen dudas sobre las vacunas (mi posición de partida es favorable a la vacunación y de que en este momento es un imperativo colectivo). En la cara, llamar “terraplanista” a alguien y comenzar a insultarlo en 280 caracteres no parece una buena idea. Por eso las interacciones derivan naturalmente a un ¿“que es lo que te preocupa”?. No he recibido la misma respuesta dos veces. A esos “terraplanistas” etiquetados como todos iguales les preocupan cosas distintas, tienen dudas, tienen puntos de partida distintos, argumentos que se construyen a partir de situaciones, información recibida, sentimientos. Interesante escuchar, entender de dónde vienen, y elegir el espacio donde nuestra opinión puede aportar sea o no luego tenida en cuenta. Pero ese proceso es lento, y no entra en 280 caracteres, no se favorece por el “hilo”. Es mucho mas fácil “etiquetar”. Y nada cambia por que de uno y otro lado aparecen nuestros sesgos para para conseguir afirmar lo que ya creemos.

Marzo es un mes donde particularmente vemos un caso que se suma al clásico etiquetado de la grieta que funciona todo al año: “foca”/ “multifruta” o “comunista”/ “facho”. En marzo, el mes de las mujeres y el feminismo, todo se vuelve radical. No abundan los intercambios constructivos entre quienes tienen diferencias. “Machista”/ “feminazi”, etiquetas que aíslan. Nadie gana. En un intercambio reciente de tertulia en En Perspectiva Agustín Iturralde llamaba a no discutir “con la peor versión de eso en lo que no estas de acuerdo” sino buscar de ese grupo quien o quienes pueden estar más cerca, pueden ayudarte a ver luz en los argumentos que están del otro lado. “En marzo lo veo mucho mas que nunca”, dijo, y yo coincido.

En un intercambio que se dio en Twitter sobre una frase en un vestuario nadie pedía mas información, todas las personas “sabían”.

Y queda claro que la norma en Twitter es jamás preguntar, jamás desmenuzar el argumento, proveer contexto. Las pocas personas que pedían mas contexto o información no tienen likes ni respuestas. Parias de la red donde ya tenés que saber y producir una opinión rápida y breve. Opiniones pre-etiquetadas, furibundas, determinantes. ¿Le echo la culpa a la herramienta?

Hay una nueva red social que se llama Clubhouse, todavía muy pequeña y no sabemos si sobrevivirá ni por cuanto.

David Meerman, un autor especializado en marketing de redes sociales lo llamó “una bizarra mezcla mashup de programa de radio de preguntas y respuestas, debate de cóctel y reunión en zoom (sin video, claro). Me gusta esta definición. Y coincido con Meerman también en que es una forma muy sana de interacción. Son grupos de personas que se unen para discutir un tema, con sus opiniones como puntos de partida. Pero tiene cierta reminiscencia a una discusión “real” presencial. Las personas defienden sus puntos de vista con la apertura de quien va a ponerlos a prueba, a mejorarlos, a llevarse otros puntos de vista, a entender mas sobre algo y disfrutar el proceso de mutación.  Una regla de la red social es usar el nombre real y solo se participa en tiempo real. Reglas del mundo real en el mundo virtual.

No estoy haciendo el caso para que Clubhouse sustituya a Twitter como espacio de generación de agenda, ni creo que eso suceda. Pero sí me permito soñar con que esas reglas de apertura mental puedan imbuirse en las redes que hoy son populares y modificar la forma de “discutir” que hoy se da en esas redes, particularmente en Twitter, y que son modeladoras de agendas, de comportamientos reales, de generación de referentes.

En un entorno de nuevo confinamiento, aquí y en el mundo, donde muchas personas vuelven a estar mas solas y tienen esas maravillosas herramientas en la mano como vía de socialización, depende de quienes las usan que sean espacios constructivos o la bomba que nos falta para estar cada vez peor, sentirnos peor, y estar de verdad – y a pesar de las herramientas – mas solos y aislados que nunca. O quizás se sientan mejor en sus burbujas de Tik Tok que tiene el mejor algoritmo del mundo y vean solo lo que les gusta.

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