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Tienen menos de 18 años y enseñan robótica

Jóvenes menores de edad empiezan a ser elegidos como líderes de grupo para guiar a los más chicos en el campo de la robótica; desde los centros educativos aseguran que les “llegan mejor” a los alumnos
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29 de octubre de 2019 a las 05:00

Los niños y adolescentes saben más de tecnología que los adultos. Directores de academias privadas y el Plan Ceibal cada vez lo admiten más y empiezan a darles a los menores de 18 años lugares de mayor responsabilidad. Tanto, que algunos son docentes y mentores. Ellos, enérgicos y entusiastas, aseguran que les apasiona enseñar.

David Bonilla es uno de ellos. A los 17 años, habla como si fuera un docente de 30. O más.

Su trabajo consiste en enseñarle a dos grupos en The Electric Academy en Sinergia. Lo hace a adolescentes de 13 y 15 años y a niños de entre 8 y 10. Con los más chicos es con quienes se siente más cómodo y natural. Con los “teens”, que son casi de su misma edad, es “más difícil” deshacerse de ese rol de líder de grupo. Pero le gusta y lo desafía. Se viste como un maestro de laboratorio: lentes transparentes y túnica blanca.

Está consustanciado con la filosofía de la academia. De hecho, recita de memoria cuáles son los pilares científicos que busca transmitir al alumnado. “Utilizamos un programa llamado MEC: movimiento, entorno y comunicación. Se busca que los niños se familiaricen con los distintos tipos de movimientos de los robots, después cómo se relaciona él con el entorno y finalmente  en cómo se comunica uno con él (a través de wifi, bluetooth)”, comentó.

A los adolescentes les piden distintos tipos de proyectos. Por ejemplo, que creen un prototipo de un auto “todoterreno” que la NASA llevó a Marte para varias expediciones. “Los preparamos y les planteamos distintos desafíos”, comentó David.

Esos postulados también refieren a formas diferentes a  la hora de enseñar a adolescentes y niños.  “Se dan las mismas cosas a los más chicos que a los más grandes, pero la diferencia es la profundidad y abstracción que vos manejás con unos y con otros”, comentó. Parece que cuenta con conocimientos pedagógicos sin haber estudiado pedagogía.

Por ejemplo, “a un gurí de 15” cuando le explican cómo funciona un circuito eléctrico simple le hablan de electrónica en general. Mientras tanto, “a los chicos les hablás de hormiguitas que van por el cable”, explicó.

David ya tiene definidos tres tipos de niveles de sus estudiantes. Se llaman qué, cómo y por qué. “Hay alumnos que quieren saber el qué: qué hace un robot; a los del cómo les interesa cómo funciona y los del por qué quieren conocer cuál es el motivo de por qué funciona así. Este último lleva un nivel de abstracción más alto”. Su intención es descubrir cada una de estas “capas de interés” de sus estudiantes. “Predominan los cómo”, dijo.

Las clases se dan en duplas con el objetivo de atender de manera personalizada a todos los alumnos. En el inicio dan un poco de teórico y después una serie desafíos, que van aumentando la dificultad.

Su posición actual lo hace reflexionar sobre qué es la robótica. “Es mucho más amplia de lo que la gente cree. Está en la tele, está en todos lados. Acá los niños vienen a pensar de manera lógica y los ayuda a resolver problemas”, comentó.

Más allá de que la tecnología reina las clases intensivas de David, el celular debe quedar a un lado. Y, fuera del aula, también se evita seguir en contacto mediante WhatsApp. En cambio, desarrollan una plataforma donde todos tengan un usuario para que planteen dudas e intercambien información.

Pasión por enseñar

David es un curioso por los temas científicos desde niño. En quinto de liceo decidió hacer un curso de robótica que daban los sábados en el liceo Sagrada Familia. Y en su casa empezó a diseñar distintos robots. Llegó a crear algunos de pelea con amigos y en alguna oportunidad los presentó en ferias de ciencia de su centro educativo. Como muchos de su generación, googlea y busca videos en YouTube sobre cómo funcionan las cosas. Tanto interés y capacidad le detectaron, que su profesor le consiguió este empleo en The Electric Academy.

Su afición por dar clases no es nueva. El año pasado cobraba 60 pesos la hora por enseñar química y matemática a sus compañeros. “Fue para hacer un poco de plata. Llegué a darle 15 personas. Uno me vino todo el año pasado y este año me siguió viniendo también”, comentó. Ha ayudado a preparar escritos y exámenes y está abierto a dar a quien lo necesite.

En el liceo también fue animador. “Acá lo ven como algo muy importante porque buscan personas que sean buenas en lo lúdico”, agregó el nuevo docente.

A futuro, su objetivo es ejercer la docencia (de forma secundaria) en facultad. Sus verdaderos planes están en hacer un curso de robótica en línea para tener más conocimiento en el rubro y estudiar química “hasta hacer un doctorado”. “De grande me gustaría hacer equipos de laboratorio. Peachímetros o agitadores magnéticos”, comentó. Es el combo perfecto de las dos disciplinas en la que se está perfeccionando.

La enseñanza es un tema de vocación. “Siempre me divirtió mucho enseñar, no sé por qué. Me gusta que la gente me entienda cuando le explico”, comentó. Aunque lo que más le entusiasma a David es que sus alumnos dejen de ser consumidores de tecnología y pasen a ser productores. “Los gurises estamos llenos de estímulos con mucha  información que llega todo el tiempo. Lo que me pasa mucho a mí es que tengo muchos estímulos que no me ayudan en nada. Y yo tengo mucha energía y la deposito en cosas que no tienen mucho sentido”, comenta. Por eso,  dar clase es algo que lo llena y lo entusiasma. “Que vengan acá y que les ayude a resolver problemas y a conseguir trabajo me parece que está buenísimo”, comentó.

Mentores que aprovechan la experiencia

El Plan Ceibal fomenta la presencia de mentores y líderes en robótica. Son personas que han participado en olimpíadas de programación que, por edad, ya no pueden participar en la competencia. Pero lejos de que abandonen el tema, los ponen a liderar a grupos de adolescentes que se presentan en estos certámenes, para aprovechar la experiencia que han acumulado.

Marcelo Núñez, docente que coordina todas las actividades de robótica en el liceo nº 6 de Rivera, contó a Cromo que estos mentores han trabajado en proyectos robóticos en los últimos cinco años. “A veces a nosotros nos cuesta transmitirle el conocimiento a los adolescentes. Cuando viene un chiquilín lo escuchan mucho más”, comentó.

Los proyectos en robótica buscan que los alumnos se desarrollen en tres áreas: robótica, proyecto (cómo lo presentan al público) y valores (cómo se vinculan entre los integrantes del equipo). Y los mentores son expertos en los tres rubros.

Bruno Oliva es uno de ellos. A los 17 años, no puede participar más en las competencias por su edad y entonces decidió transformarse en mentor. Lo otorga a un grupo de 1º de liceo, que participó en la Olimpíada de esta semana. Él se transformó en una ayuda para resolver problemas en la programación del robot. “No funcionaba bien. Les decía que usaran variables matemáticas y volvió a funcionar”, comentó. 

No es en el único lugar donde es referente. Es voluntario del Plan Ibirapitá y ayuda a jubilados a usar las tablets. La experiencia que ha tenido con la robótica la traslada a este plan. Aunque en este caso “hay que tener más paciencia”.

No es el único. Fernanda Bueno (17) es mentora de un grupo del liceo nº 4 de Rivera. Y le encanta. “Te incentiva a ir más allá. Me gustó la idea de pasar ese conocimiento a otras personas”, comentó.

Al igual que Bruno, su rol de liderazgo robótico fue más allá del Plan Ceibal. En el Instituto Federal Sul-Río Grandense, donde hoy estudia, una profesora de Física la invitó a empezar a dar clase aprovechando su experiencia en la participación de torneos robóticos como el First Lego League, una competencia mundial de robótica en la que han participado decenas de niños uruguayos. “Como llevo años de experiencia vienen de otras escuelas a aprender”, comentó.  

En el liceo Toscas de Caraguatá, Tacuarembó, los adolescentes tienen un rol protagónico. “Por el hecho de que no tenemos docentes en el área tecnológica, porque yo no lo soy, hacemos un sistema lancasteriano: ellos les enseñan a los más chicos. Pero no en categoría docente”, comentó Hugo Lima, profesor de ese centro educativo.

Según Lima, es un proceso que se da “naturalmente”. “De acuerdo a las necesidades de ir formando a otros chicos, lo hacemos de esa manera”, indicó.

Y ese desarrollo que este liceo ha tenido en el mundo robótico (cuyos estudiantes llegaron a representar a Uruguay en un evento en EEUU el año pasado) intentan contagiarlo a otros centros educativos de la zona. “Nos pasó que el liceo nº 2 de Tacuarembó viajó hasta acá con dos equipos. Y, sin aspiración de clasificar a las olimpíadas, lograron hacerlo”, comentó Lima. 

Mentores que se hacen mejores
Marcelo Núñez cree que la incursión de los adolescentes como mentores los beneficia para su vida adulta. “Pienso que avanzan como personas, crecen, se hacen más responsables y se preparan para la vida del trabajo. En definitiva, se ven como parte productiva la sociedad”, comentó. 

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