Diego Battiste

Transformar la educación post covid-19 (1)

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16 de abril de 2020 a las 05:03

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La pandemia planetaria covid-19 nos coloca ante la impostergable necesidad de repensarnos y recrearnos como sociedad, ciudadanos y personas. La misma historia de la humanidad nos indica que siempre hemos logrado sortear obstáculos y remover barreras para sobrevivir y desarrollarnos como especie. No creemos que esta situación actual vaya a ser una excepción. No obstante, lo cual, la capacidad de respuesta puede consumirse totalmente en responder a la coyuntura, o bien, atreverse también a idear el día después asumiendo transformaciones que el país se debe como tal desde hace buen tiempo.

La transformación educativa es clave para forjar una sociedad cimentada en estilos de vida solidarios, justos y sostenibles. Ya esto se sabía previo a covid-19, y en particular diversidad de instituciones y actores, entre ellos, crucialmente el sistema político, tomaron nota de la urgencia de una transformación de la educación y del sistema educativo en su conjunto. Básicamente una transformación de la envergadura que el país debe encarar implica desarrollar un conjunto articulado de competencias y conocimientos para el ejercicio de la vida, la ciudadanía y el trabajo, desde cero a siempre, en diversidad de espacios complementarios de formación (formal, no formal e informal) y sin barreras impuestas entre formas de administración (públicos/privados), niveles y ofertas educativas, y ambientes de aprendizaje.

Los efectos e implicancias de covid-19 ponen aun mas en el tapete la necesidad de una transformación, que otrora pudo plantearse para países que se encontraban más apremiados por la necesidad de encararla, pero que hoy se extiende a todos los países con relativa independencia del desempeño de sus sistemas educativos. Ya no es posible un retorno a una educación pre covid-19 esencialmente por una doble razón. Por un lado, porque las personas, las comunidades y los países requieren otro calibre de respuesta de parte de la educación frente a los desafíos que enfrentan; y por otro, porque educadores y alumnos han ido ampliando sus maneras de conocerse, de entenderse, de apoyarse, y más aún, de conectar las emociones y las cogniciones.

Diego Battiste

En este primer artículo de una serie sobre las transformaciones educativas post covid-19, proponemos tres ángulos complementarios para avizorar caminos posibles que el Uruguay podría emprender. En primer lugar, asumir la condición de país protagonista de una transformación que reviste un alcance global, y que tiene esencialmente que ver en cómo la educación cimenta nuevas formas de entender y orientar la vida en sociedad, de relacionarnos entre nosotros, así como con la naturaleza y las máquinas de aprendizaje. La educación no debe ni puede ser reproductor de estilos de vida que llevan inexorablemente a la destrucción planetaria, a la decadencia humana y al ahondamiento de brechas. Más que nunca, una educación de ribetes globales debe asumir un rol de enlace entre culturas, tradiciones, afiliaciones, países y regiones, que converjan en una efectiva globalización de valores y referencias universales vinculantes.

Una educación global no implica la aceptación de una globalización mutilada en su vocación universalista ni tampoco el status quo de una desregulación despiadada de normas y prácticas que terminan afectando a los más vulnerables, ya sean países, comunidades, ciudadanos, trabajadores y personas. Una educación global es una apuesta a un nuevo contrato de sociedad a escala mundial que requiere de nuevas formas de cooperar y entenderse entre los países, y críticamente, de un multilateralismo educativo que profundice en cómo generar y conciliar bienestar, justicia social, desarrollo sostenible y convivencia. Tenemos que combatir el aislacionismo educativo contraponiéndole una intensa movilización de experticia entre regiones y países. Esto implica la búsqueda de respuestas comunes de cómo potenciar las enseñanzas y los aprendizajes para que nuestros alumnos puedan ser generadores, protagonistas y diseminadores de un renovado orden de convivencia planetaria que supere una visión miope de solo “mercado planetario” (Morin, 2020). 

En segundo lugar, la transformación educativa va a implicar nuevos modos de enseñar y de aprender que tienden a ser crecientemente híbridos integrando la educación presencial y a distancia. Nunca más será una educación enteramente presencial, pero tampoco solo a distancia. Los humanos de todas las edades necesitamos siempre de la cercanía física con los pares - críticamente, los niños y las niñas, los adolescentes y los jóvenes – y formando parte de diversos colectivos.

Diego Battiste

Ciertamente, una educación híbrida potenciará la apropiación de la tecnología para que educadores y alumnos amplíen sus marcos de referencia y conocimientos, así como puedan usar múltiples recursos educativos. Pero más importante aun, los modos híbridos van a permitir que la presencialidad se concentre en un ida y vuelta permanente entre alumnos que interrogan a sus educadores a partir de sus indagaciones, lecturas y producciones, y que, asimismo, los educadores los motivan y retroalimentan para que continúen profundizando en sus aprendizajes. Esto va a ahondar en una mayor empatía entre educadores y alumnos, y en personalizar las enseñanzas y los aprendizajes potenciado por el uso proactivo de la inteligencia artificial. En tercer lugar, la transformación va a requerir de renovados marcos de cooperación entre las instituciones educativas y otras de índole social, para fortalecer a las familias en pautas de crianza, así como en el acceso facilitado a infraestructuras, equipamientos y recursos que coadyuven a que todos los alumnos pueden hacer uso de la educación a distancia como un complemento efectivo de la presencialidad. La reforma del estado es condición sine qua non para que la educación pueda cumplir los roles ineludibles y complementarios de política social, cultural, económica y comunitaria. Repensar la educación y el sistema educativo implica repensar el estado tanto a su interior como en el relacionamiento hacia afuera del mismo. Necesitamos fortalecer la musculatura del estado garante de oportunidades, así como su condición de estratega y de articulador de iniciativas.

En definitiva, la transformación educativa es hoy una oportunidad planetaria de la que no se escapa país alguno. Lógicamente, hay un clúster de países que han emprendido transformaciones educativas de larga data, como procesos continuos y progresivos, que los ubica en mejores condiciones relativas. Específicamente, el Uruguay tiene el enorme activo de contar con plataformas y recursos educativos, que, lideradas y gestionadas por la ANEP y el Plan Ceibal, abren un sin número de oportunidades para modos híbridos de enseñanza y de aprendizaje. Sin embargo, tenemos un fuerte debe en calidad de las propuestas educativas, principalmente, en los para qué, qué y cómo de enseñar y de aprender, así como en un modelo de gobernanza y de gestión desacoplado con un mundo de cambios disruptivos.

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