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Echar luz sobre PISA (1)
Agradecemos a El Observador la posibilidad de dar inicio a una serie de columnas que pretenden echar luz sobre el uso de los informes de PISA como una de las herramientas de soporte para la elaboración de propuestas de transformación educativa. No se trata de santificar ni de demonizar a la herramienta per se sino de saberla usar para robustecer las políticas publicas en educación.
El informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes o Informe PISA (por sus siglas en inglés, Programme for International Student Assessment) es un estudio trianual que acumula siete evaluaciones que se han realizado desde el 2000 en adelante. Su finalidad es contribuir a evaluar un conjunto de conocimientos y competencias (básicamente respuestas a situaciones planteadas) entendidos como claves en las áreas de matemática, lectura y ciencias entre los alumnos que tienen 15 años. Esencialmente PISA nos ilustra sobre cómo los estudiantes pueden analizar, razonar y aplicar sus conocimientos en contextos que no les son a priori familiares.
Como señala Andreas Schleicher (2019), Director de Educación en la OCDE y Coordinador Internacional de las Pruebas PISA, las personas son crecientemente compensadas, no solo por lo que conocen, sino por lo que pueden hacer con lo que conocen. El mismo agrega que, para tener un buen desempeño en PISA, los estudiantes deben ser capaces de extrapolar lo que conocen, pensar cruzando las fronteras disciplinares, aplicar el conocimiento creativamente ante diversas situaciones y evidenciar estrategias de aprendizajes efectivas.
Ciertamente, existe una fuerte correspondencia entre los aspectos señalados por Schleicher, con los atributos que personas, ciudadanos, trabajadores y emprendedores requieren desarrollar a lo largo y ancho de toda la vida para encarar los desafíos que plantea un mundo permeado por el cambio exponencial, impredecible y sistémico.
Entendemos que las pruebas PISA sirven a la política pública en dos aspectos básicos. En primer lugar, nos permite como país participar de un propositivo multilateralismo educativo de intercambio de ideas, estrategias y prácticas a escala mundial. En la última evaluación que data del 2018, participaron un total de 79 países, esto es, 37 miembros de la OCDE – Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos – y 42 socios, entre los cuales figura Uruguay. Simplemente el dato que 600 mil estudiantes participaron de la evaluación que, asimismo, representan cerca de 32 millones de estudiantes de 15 años, da cuenta de la magnitud de la prueba, así como del bagaje de conocimientos que aporta a una perspectiva internacional de educación comparada. El Uruguay, haciendo tributo a su vocación internacionalista, ha participado de manera continua en las evaluaciones PISA desde el 2003 a la fecha, lo cual es indicativo de una política de estado que se ha mantenido con diferentes administraciones de gobierno.
En segundo lugar, PISA nos permite hurgar en algunas de las claves que contribuyen a explicar resultados educativos de alto desempeño y/o bien tendencias de crecimiento constante del desempeño de países a lo largo de las mediciones trianuales. No es cuestión de modelizar o imitar sino de entender y aprender en clave comparada.
Tomemos el ejemplo de Estonia que es un estado báltico con una población de poco más de 1,3 millones, inmersa en un contexto desafiante teniendo en cuenta su cercanía a la Federación Rusa. Estonia registra los valores más altos en lectura, matemática y ciencias de entre todos los países europeos. Al igual que Portugal, verifica un crecimiento positivo constante desde el 2000 a la fecha. La mejora del desempeño educativo de Estonia se explicaría, entre otras cosas, por tener la sagacidad de nutrirse de experiencias educativas exitosas, como ser el modelo de escuela básica finlandés de nueve años, así como combinar liderazgo y solvencia profesional para encarar transformaciones profundas.
El viceministro de Educación e Investigación de Estonia, Mart Laidmets, asevera que los tres pilares del sistema educativo de su país son: (i) un currículo nacional potente que orienta y deja margen para que las escuelas comprehensivas de grados 1 al 9 (equivalente a nuestra escuela primaria y al ciclo básico de educación media) puedan hacer suya la propuesta educativa; (ii) educadores altamente calificados que poseen una formación de maestría y que disponen de autonomía para personalizar el currículo –los para qué y qué de educar y de aprender– y la pedagogía –el cómo hacerlo–; y (iii) madres y padres que reconocen que la educación le da a las personas las chances de progresar y de alcanzar su potencial.
Cabe, asimismo, acotar que el gasto por alumno en Estonia es cerca de un 30% inferior al promedio de los países de la OCDE. Recociendo que dispone de una menor cantidad de recursos respecto a otros países, Laidmets señala que la clave está en gastar sabiamente con foco en mejorar las condiciones de trabajo docente, la creación de materiales de aprendizaje y la dotación de infraestructura física que requiera menos recursos para su mantenimiento (Roberts, 2019).
Una primera visión de conjunto de la evaluación PISA nos permite confirmar su alto valor como un cúmulo de saberes y experiencias compartidas que la transforman en una base de datos, así como en un laboratorio de ideas y de innovaciones a escala mundial. Saber hacer uso de la misma es una de las claves para idear una nueva generación de políticas públicas en educación que perentoriamente el país requiere.
