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Transformar la educación post covid-19 (5)

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12 de junio de 2020 a las 05:02

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Como se argumentaba en la columna anterior (28/5/20), la transformación de la educación requiere de cambios profundos en los contenidos en que forma el sistema educativo a la luz de un mundo que empieza a discutir y procesar decisiones sobre renovadas bases de convivencia y desarrollo a escala planetaria. Resulta fundamental que la educación fortalezca una mirada de avanzada sobre la sociedad a futuro ya que parte de lo que se enseña hoy y cómo se le hace puede ser crecientemente irrelevante para forjar imaginarios de sociedad justos, inclusivos y sostenibles.

La revisión de los contenidos tiene que sustentarse, asimismo, en un fino análisis de las condiciones, expectativas y necesidades de las nuevas generaciones. Los adultos tenemos que asumir la mea culpa de estar dejando para los más jóvenes, un mundo y un planeta cuestionado en su supervivencia, entre otras cosas, por la propia acción humana descontrolada y depredadora, así como avara con un futuro sostenible. No podemos seguir “rehenes” de los ajustes en los márgenes, del conocimiento académico “cosmético” (Taleb, 2019), de postergar decisiones fundamentales hasta tanto lo políticamente correcto lo permita o más sencillo y cómodo de expresarlo a través de evitar “quemar las praderas”. No hay margen para un pensamiento y una acción de coyuntura que se agota en si mismo y que compromete el porvenir.

Uno de los principales desafíos que enfrenta el sistema educativo radica en repensarse y reformatearse para entender, orientar, y apoyar a las nuevas generaciones para que puedan ser protagonistas y responsables por un país, un mundo y un planeta sostenible. Si el sistema educativo se ve tentado y/o compelido a volver a su estadio pre COVID-19, se va a ahondar su distanciamiento empático, cognitivo, cultural y social respecto a las generaciones más jóvenes. Lamentablemente sería de esperar que manteniendo el status quo, las tasas de expulsión del sistema, ya en niveles escandalosos pre COVID-19, aumenten principalmente en la educación media y entre los sectores socialmente más vulnerables. Denotaría insensibilidad, estrechez de mirada y autoflagelo.

Las nuevas generaciones plantean, por lo menos, cuatro órdenes de desafíos al sistema educativo.

En primer lugar, el abordaje de la vulnerabilidad requiere de una triple consideración. Por un lado, las carencias de infraestructuras y de recursos en hogares y familias, pueden afectar negativamente los procesos de enseñanza y de aprendizaje a la luz de una tendencia creciente de moverse hacia modos híbridos donde se integran y se complementan instancias de formación presenciales y a distancia. Por otro lado, las debilidades de las políticas públicas que no logran congeniar una impronta universalista con resultados educativos de igual significación para diversidad de individuos y colectivos, con instrumentos focalizados en compensar múltiples vulnerabilidades económicas y sociales. Finalmente, la dimensión de la subjetividad que tiene que ver con el bienestar y la salud mental del alumno donde se entrecruzan, entre otros, aspectos vinculados a la psicología, la psiquiatría y las neurociencias.  No es cuestión de sumar enfoques disciplinares, donde se visualice al niño o la niña, como “depositario” de diversidad de apoyos y de intervenciones, sino de triangular enfoques para entenderlo en su especificidad como persona y aprendiz. Como señala Andy Hargreaves (2020), que los niños estén bien no es una alternativa a ser exitoso en la escuela sino es una precondición para lograr aprender, especialmente entre los grupos más vulnerables.

En segundo lugar, la pandemia planetaria devela la resiliencia de las nuevas generaciones, esto es, la diversidad de estrategias que se emplean y testan para buscar encarar y superar los cambios abruptamente generados en las condiciones y en los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Los aprendizajes en competencias y conocimientos fundamentales para la vida que se ha dado en este tiempo de confinamiento, fortalece a las nuevas generaciones en: (i) desarrollar anti cuerpos sociales, emocionales y cognitivos ante futuras pandemias o crisis que son activos a profundizar en las propuestas educativas; (ii) diversificar sus modos de relacionamiento con sus familias, pares y educadores; (iii) tomar mayor conciencia de la relevancia que tienen sus actitudes y emociones en darles sentido y sostener a los aprendizajes; y (iv) ejercitar su autonomía de pensamiento y acción para encarar diversidad de situaciones problemáticas. 

En tercer lugar, las nuevas generaciones van a exigir cambios del mundo adulto en sus actitudes y comportamientos. Es de esperar que post pandemia emerja una renovada agenda intergeneracional de derechos y responsabilidades donde se integren tres sensibilidades entendidas como complementarias. Por un lado, una reafirmación vigorosa de los derechos humanos en su conjunto, que, pivoteados en fortalecer la libertad y la autonomía de pensamiento, contribuyan a generar los anticuerpos frente a la manipulación de la inteligencia artificial con fines espurios de cercenamiento de las libertades, de convertir a las personas en datos apreciados con precios diferenciables y de control de los ciudadanos.

Por otro lado, una fuerte presencia de ideas fuerza en las propuestas curriculares y pedagógicas, que permita avanzar en la apropiación por las nuevas generaciones de conceptos y prácticas asociadas a estilos de vida sostenibles, saludables y solidarios. Asimismo, es imperioso generar un renovado modo de relacionamiento y de armonía con la naturaleza, de entenderla y de protegerla, y de sentirnos partes de un mismo ecosistema.

En cuarto lugar, las nuevas generaciones van a sentirse seguramente más conectadas con la educación si se hace el esfuerzo por reducir las brechas entre la fragmentación que es la práctica dominante en el sistema educativo, y un mundo de vivencias conectadas que es la moneda corriente de los más jóvenes. La fragmentación tiene que ver como el sistema educativo organiza sus ciclos educativos, ofertas, ambientes de aprendizaje e intervenciones, así como la organización, seguimiento y evaluación del conocimiento en áreas de aprendizaje / disciplinas consideradas aisladamente. Esta múltiple fragmentación atenta no solo contra la fluidez y progresión en el desarrollo de las competencias y los conocimientos por los alumnos que resultan vitales para desempeñarse en un mundo de cambios exponenciales y sistémicos, sino que también choca contra sus experiencias de vida que permanentemente los desafían a darle un sentido unitario a multiplicidad de estímulos y vivencias. En gran medida se trata de que el sistema educativo desbloquee sus cerrojos de subsistemas, niveles y disciplinares para entender la formación más en clave de interdependencia e integración de diversidad de piezas. El mundo va a ser crecientemente liderado por los articuladores más que por los solo especialistas de piezas.

Entendemos pues que el sistema educativo está ante el perentorio e indeclinable desafío de convocar, comprometer y entusiasmar a las nuevas generaciones en cimentar una renovada forma de entender y de actuar en la sociedad. Si no lo hace, una buena parte de los más jóvenes quedarán descolgados de la sociedad de futuro. Inversamente, otros pocos ya disponen del capital cultural y los medios requeridos para buscar respuestas fuera del sistema educativo que los conecte con el mundo que se viene.  

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