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Tras dos décadas en el poder, Recep Erdogan enfrentará por primera vez a una oposición unida

La crisis economía, las secuelas del terremoto y el voto kurdo se anuncian como factores clave de las presidenciales y legislativas del domingo. Las encuestas sugieren una victoria del socialdemócrata Kemal Kiliçdaroglu
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09 de mayo de 2023 a las 05:04

"Llegaron con un temblor de tierra y podrían verse barridos por otro temblor", afirma Melih Yesilbag, profesor de sociología en la Universidad de Ankara, con relación al presidente Recep Tayyip Erdogan y su Partido Justicia y Desarrollo (AKP).

El académico se refiere al terremoto del 17 de agosto de 1999 que en plena noche mató a más de 17.000 personas en el noroeste del país. La catástrofe alimentó un descontento popular que, junto a la crisis económica del momento, ayudó a impulsar a Erdogan y su espacio político.

Hoy, ante un escenario muy similar al que le abrió las puertas del poder, el hombre fuerte de Turquía batalla para que la situación no le juegue en contra en las elecciones presidenciales y legislativas del próximo domingo.

Para algunos, se trata de los comicios más importantes en la historia moderna del país, un punto de inflexión que podría significar el fin de la larga hegemonía de Erdogan y su espacio, el AKP, moldeado a imagen y semejanza de su líder.

Erdogan se desempeñó como primer ministro desde marzo de 2003 hasta agosto de 2014. Desde entonces ocupa el cargo de presidente. Hasta hace poco su continuidad parecía incuestionable.

Sin embargo, el desmejoramiento de la economía y lo que la oposición califica como una “irresponsable y caótica” respuesta ante el terremoto que devastó a fines de febrero gran parte del país y dejó 46.000 muertos, además de decenas de miles de personas sin techo, abrió posibilidades inéditas para la oposición.

Yesilbag recuerda que cuando Erdogan arribó al poder "la modernización de las infraestructuras fue una de sus principales promesas". El terremoto de 1999 había dejado en evidencia la pobre calidad de muchas construcciones. Poco después, Erdogan inauguró un modelo económico basado en la edificación de viviendas y las grandes obras de infraestructura.

El efecto transformador fue evidente. Durante la primera década de Erdogan, el PIB anual per cápita pasó de US$ 3.640 a US$ 12.507. En veinte años, su gobierno construyó más de 10 millones de viviendas. "Una cifra insólita. Es más de la mitad de lo que construyeron todos los países de la Unión Europea juntos en el mismo período de tiempo", explica Yesilbag.

Muchas de esas viviendas se derrumbaron con el terremoto de febrero. El sismo sacó a la luz hechos de corrupción y el incumplimiento de las normas de construcción. Hoy, al descontento por la respuesta ante la catástrofe se suma al malhumor por una inflación del 43% anual, tras superar el 85% el pasado otoño, el nivel más alto desde 1998.

En este contexto, la imagen de Erdogan cayó. Y lo hizo al punto que la reciente Alianza Nacional (AN) formada por seis partidos de oposición y liderada por Kemal Kilicdaroglu, del Partido Popular Republicano (CHP), podría tomar el control de un país clave en la geopolítica de Medio Oriente y Europa.

Golpe y contragolpe

Los observadores locales, sin embargo, advierten que Erdogan controla una aceitada maquinaria electoral y casi todos los medios de comunicación, factores que según la oposición bloquean el debate público. En ese escenario ha conseguido poner el eje de la discusión en lo que reivindica como “los logros industriales y militares” bajo su conducción.

Los analistas agregan otro tema: la forma en que el Parlamento distribuye los escaños podría darle al AKP una ventaja considerable. A medida que se acercan los comicios, parece cada vez más probable que Erdogan, como mínimo, pueda forzar una segunda vuelta y que el AKP y sus socios de coalición puedan, incluso, tener la mayoría en el legislativo.

"Los tremendos daños del terremoto barrieron la imagen de prosperidad que Erdogan y su partido llegaron a imponer. Esto puede influir en las elecciones, pero no sé si será suficiente para provocar la derrota de Erdogan", evalúa Osman Balaban, profesor de Urbanismo en la Universidad Técnica de Oriente Medio, en Ankara.

Que Erdogan siga en carrera no sorprende. Sus críticos destacan que ha demostrado una gran habilidad para utilizar los recursos del Estado en su beneficio. También para dividir o neutralizar a sus oponentes. Además, apuntan que en las recientes contiendas electorales se vio favorecido por las reformas políticas que encaró aprovechando el intento de golpe de Estado de julio de 2016, organizado por miembros civiles y militares.

Desde entonces, Erdogan ha centralizado el sistema político. Hábil estratega, supo aprovechar el golpe fallido para transformarlo en un contragolpe y establecer una alianza clave con el ultraderechista Partido de Acción Nacionalista. Un golpe de timón que le imprimió a su gobierno rasgos abiertamente islámicos y nacionalistas.

La oposición afirma que desde entonces un ejército de burócratas apoya abiertamente al AKP y pone a su disposición organismos supuestamente independientes. Dicen también que ha usado su influencia sobre el sector corporativo para aumentar su poder y que ahora controla casi todos los medios de comunicación. Mientras tanto, agregan, ha reprimido a activistas de la sociedad civil y políticos opositores.

Por lo pronto, la economía turca traviesa una crisis prolongada. La moneda perdió más de 450% de su valor en cinco años y la inflación no cede. En el pasado, el crecimiento constante fue crucial para el éxito de Erdogan. Le permitió ganar casi una docena de elecciones nacionales en gran parte debido a la reducción de la pobreza, la construcción de viviendas y el mejoramiento del acceso a servicios básicos, como la atención médica.

De hecho, durante su primera década en el poder, entre 2003 y 2013, el país atrajo cantidades récord de inversión extranjera, lo que ayudó a financiar un “milagro económico” y fortalecer la base del AKP. Erdogan pudo mantener la economía en marcha incluso después que la entrada de inversiones se detuviera por la represión de las protestas del Parque Gezi, en 2013.

Sin embargo, desde 2018, su liderazgo se ha erosionado no solo por la crisis económica. También por cambiar la constitución por un esquema fuertemente presidencialista que lo convirtió en jefe de estado, de gobierno, del partido gobernante, de la policía nacional y de las fuerzas armadas. Proceso en el que también tomó un control más directo sobre la economía.

La oposición, detrás de un candidato

Hoy, la oposición parece más unida que en el pasado. En elecciones anteriores, Erdogan podía apelar a la demonización de diversos grupos políticos, como la izquierda, los liberales, los kurdos y los alevís. Estos grupos, divididos en varios partidos pequeños, no eran lo suficientemente competitivos. El panorama cambió.

En respuesta a la reforma constitucional, cuatro partidos de oposición decidieron unir fuerzas con Kilicdaroglu como líder. Al principio, la Alianza Nacional (AN) tuvo escasa repercusión. No obstante, en el período previo a la campaña, se le unieron dos partidos más, creando un frente que abarca casi todo el espectro de la política turca.

Kilicdaroglu ha prometido “poner fin al gobierno de un solo hombre, reintroducir y fortalecer las normas y libertades democráticas y restablecer el estado de derecho”. También aseguró que se alejará de “la política exterior transaccional de Erdgan”. Si Kilicdaroglu gana, según los analistas, Ankara se alinearía más estrechamente con Europa.

A menos de una semana de las elecciones, Kilicdaroglu aventaja a Erdogan por un estrecho margen. De manera similar, la coalición opositora está por delante del bloque pro-Erdogan, conocido como Alianza Popular (AP,) en la carrera por controlar el Parlamento.

Erdogan y sus socios se muestran confiados en que conseguirán negarle a la oposición una mayoría legislativa y evitar que Kilicdaroglu obtenga una victoria absoluta. Apuntan a forzar una segunda vuelta, que se concretaría el 28 de mayo.

Los medios y el sistema electoral

Para muchos, la fortaleza de Erdogan reside en su control de los medios. En 2020, el Parlamento, con mayoría del AKP y sus aliados, aprobó una ley de redes que obliga a las plataformas que quieren operar en Turquía a abrir oficinas en el país, haciéndolas pasibles de sanciones y multas si no responden las directivas gubernamentales en materia de contenidos.

No pocas organizaciones civiles destacan que la cobertura de noticias es selectiva. La inflación apenas se menciona. Tampoco la respuesta del gobierno al terremoto. También están ausentes las denuncias de la oposición sobre actos de corrupción, los feminicidios, los abusos contra los derechos humanos y el encarcelamiento de periodistas y políticos.

La oposición también denuncia una campaña con acusaciones falsas dirigida contra el pro-kurdo Partido Democrático de los Pueblos (HDP), que apoya a la Alianza Nacional. Aunque el HDP es un movimiento pacífico, los medios a favor de Erdogan afirman que es lo mismo que el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), una organización designada como terrorista por Ankara y sus socios de la OTAN, y que ha combativo contra Turquía durante décadas.

Los dirigentes opositores sostienen que Erdogan también utiliza el sistema electoral en su beneficio. Señalan que en 2022, impulsó una ley que aumenta las posibilidades de que el AKP y la Alianza Popular puedan mantener el control del legislativo. En el sistema electoral, el procedimiento de votación presidencial es sencillo: gana el que obtenga más del 50% de los votos en primera vuelta o, si ningún candidato lo logra, gana en el balotaje el candidato que consiga más votos.

La ruta para controlar el Parlamento es más complicada. En el pasado, las bancas se repartían en función de los votos agregados, un sistema que favorecía a la alianza más fuerte. Sin embargo, Erdogan cambió la ley electoral. Ahora, en lugar de la alianza más grande, la nueva norma favorece al partido más grande, que en el sistema multipartidista del país sigue siendo el AKP.

Erdogan tiene otra carta: Muharrem Ince, un ex aliado del partido de Kilicdaroglu que ingresó a la carrera presidencial, lo que supone un nuevo desafío para la oposición. Calificado como un “populista de centro izquierda”, Ince ha estado en las encuestas por debajo del 10% y no tiene posibilidades, pero su apoyo proviene de votantes que de otro modo votarían por Kilicdaroglu.

Por lo pronto, el consenso apunta como muy probable que Erdogan consiga una victoria absoluta en las legislativas y deba conformarse con una segunda vuelta para la presidencial. En este escenario, la oposición cree que Erdogan argumentará sobre la necesidad de un gobierno fuerte y señalará al heterogéneo frente opositor como un factor de debilidad.

El voto kurdo, una clave

Los kurdos constituyen una quinta parte de los 85 millones de habitantes. Fueron perseguidos en la Turquía posotomana de Mustafa Kemal Ataturk. Luego, la república los privó de sus derechos a la cultura y la lengua. Tras llegar al poder, Erdogan se hizo popular entre la minoría al buscar un acuerdo para poner fin a la sangrienta lucha de los kurdos por su autonomía.

No obstante, el fracaso de las conversaciones en 2015 llevó a la reanudación del conflicto armado entre el Estado y el PKK. El HDP pagó un alto precio por el repunte de la confrontación. Selahattin Demirtas, su principal líder, está encarcelado desde 2016 por "propaganda terrorista", y el partido está amenazado de cierre. Tras largas negociaciones, el HDP pidió a finales de abril el voto para Kiliçdaroglu, un apoyo que podría resultar decisivo.

La estrategia "yo o el caos" funcionó en el pasado. En 2015, el AKP perdió brevemente el control del Parlamento. En los meses siguientes se registró lo que los medios locales llamaron “verano del infierno”, período marcado por actos terroristas del PKK y el Estado Islámico. Los ataques hicieron que el electorado se alineara nuevamente detrás de Erdogan, dando a su partido una nueva mayoría legislativa en las siguientes elecciones.

Algunos observadores agregan que es de particular preocupación el reciente alineamiento del Partido Causa Libre (HUDA-PAR), un partido islamista kurdo de línea dura, con la Alianza Popular de Erdogan. El HUDA-PAR tiene vínculos con el Hezbolá turco, un grupo islamista que en la década de 1990 reclutó a miembros de la comunidad kurda de Turquía y luchó contra el PKK.

Por lo pronto, Kilicdaroglu cuenta con el apoyo tanto del HDP pro-kurdo como del nacionalista turco Buen Partido (IYI), que desconfían de la militancia kurda del HUDA-PAR. Sin embargo, la reanudación de un conflicto que involucre al PKK y el HUDA-PAR desencadenaría una polarización entre el IYI y HDP y, más allá del resultado electoral, probablemente dividiría en el futuro el bloque pro-Kilicdaroglu.

No obstante la alianza, los kurdos siguen teniendo reservas sobre el candidato. La razón: apoyó las incursiones en Siria del ejército turco contra grupos kurdos armados. Abbas Sahin, cuyo partido, Izquierda Verde, representará a los candidatos del HDP en las elecciones legislativas para evitar una posible prohibición del HDP, espera que la votación permita arrojar a Erdogan al "basurero de la historia".

Por lo pronto, en este complejo escenario electoral, los analistas afirman que el contrato social de Erdogan con sus electores está roto. Kilicdaroglu ha prometido que de ganar no seguirá el camino del Erdogan. Afirma que no alimentará la polarización cultural, social y política. Sin embargo, Erdogan tiene años de experiencia y, al igual que Viktor Orbán en Hungría, construyó un populismo similar al de Donald Trump y Jair Bolsonaro. A diferencia de ellos, hasta ahora sigue en el poder.

(Con información de agencias de noticias)

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