Juan Samuelle

Treinta años de revolución ganadera

Uruguay tiene la mayor cantidad de vacunos que haya tenido desde Hernandarias

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23 de agosto de 2020 a las 05:00

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El Uruguay del siglo XXI es muy diferente al del siglo XX, y esa diferencia significa que las oportunidades actuales y la visibilidad del país en el mundo son mucho mayores que las que hubo en épocas anteriores de nuestra historia. Esto podría ser una obviedad en una época de revolución tecnológica global. Pero no lo es. La oportunidad que tiene Uruguay es mucho mayor que la de los países vecinos, por ejemplo.

Esa oportunidad tiene un pilar fundamental en la ganadería por una revolución marcada por distintos hitos a lo largo de los últimos 30 años y que ha cuajado en la población ganadera de este 2020. En efecto, según proyecciones que el Ministerio de Ganadería divulgó esta semana, Uruguay tiene en este momento la mayor cantidad de vacunos que haya tenido alguna vez desde que Hernandarias soltó los primeros vacunos en 1611.

Y casi podría asegurarse que el año próximo el actual récord será superado. Porque si es importante el valor absoluto, que ha alcanzado por primera vez los 12,15 millones de vacunos, mucho más importantes son los datos de vacas de cría y terneros, también récords.

Cuando los vacunos fueron introducidos a Uruguay, lo que los españoles sabían de la banda oriental del río Uruguay era muy poco. Suponían que no había aquí ni oro ni plata y tenían la certeza de que a Juan Díaz de Solís muy bien no le había ido. De modo que este territorio es el único caso en el mundo en el que primero colonizaron los vacunos y luego, bastante después, vinieron los europeos a los campos. Desde hace mucho somos el país con más vacunos por habitante del mundo. Hernandarias soltó las vacas y los caballos, pero no se quedó a cuidarlos.

A partir de allí, los pastizales uruguayos demostraron estar completamente adaptados al pastoreo de vacunos y ovinos. Aun así, la ganadería uruguaya atravesó diversos momentos de asfixia, volatilidad, alternancia de auges y caídas que terminaron por generar un colapso entre 1988 y 1990. El año 1990 fue tal vez el fondo del pozo, el momento a partir del cual se ha ido forjando una revolución silenciosa que tiene muchísimo para aportar al futuro de Uruguay.

Treinta años atrás la población de vacunos alcanzaba el mínimo desde que se llevaban registros, no llegaba a 8,7 millones. Los productores habían sido arrasados por una sequía desde el otoño de 1988 hasta fines de 1989. Pero era una sequía que los había encontrado sin herramientas tecnológicas para defenderse. La aftosa era lo normal y la ganadería era equivocadamente caracterizada como un sector de empresarios indolentes, poco interesados en la tecnología, o porque eran muy grandes y no precisaban mejorar para vivir bien o porque eran muy chicos. La “oligarquía vacuna” era estigmatizada como causa del estancamiento económico general.

El corsé que ahogaba a la ganadería era la prohibición de exportar ganado en pie, que cayó finalmente en setiembre de 1992 con el Decreto Nº 457/992, que sin darle ninguna vuelta al asunto planteaba en el artículo 1: “Libérase la exportación e importación de ganado bovino, ovino y equino, en pie”. Y en el artículo 3 establecía la contrapartida: “Libérase la exportación e importación de carne bovina, ovina y equina”.

Hasta ese entonces, los productores criadores, los que trabajan con los suelos de menor potencial productivo, recibían precios ruinosos por parte de invernadores que tenían que cubrirse de un poder negociador de la industria tremendamente desigual.

La desconfianza y hasta el encono entre productores e industria era permanente. Quienes invertían solicitando crédito en los buenos momentos se fundían cuando los precios bajaban y las crisis de endeudamiento del agro eran recurrentes.

Diez años después la población de vientres, que en 1990 era de 2,5 millones, había pasado a 3,5 millones, y los productores que antes no estaban ni siquiera convencidos de vacunar obtenían el estatus de libre de aftosa sin vacunación.

Los criadores respondieron a la libertad comercial y la transformación estaba en marcha, pero todo pareció derrumbarse hace 20 años, cuando llegó la aftosa a Uruguay; se perdieron los mercados y el principal sector de la economía uruguaya, como toda la actividad económica, parecía condenado a subidas y derrumbes recurrentes. Pero ahí sucedió, gracias a la desgracia, una segunda revolución en la ganadería, consistente en ponerle una caravana con un chip a cada vacuno, sin excepción.

Gracias a esa condición, solicitada por la Unión Europea para rehabilitarnos las exportaciones, la revolución se hizo definitiva. Fue ahí que la ganadería uruguaya empezó a convertirse en la Tesla de las ganaderías. No deja de ser interesante que el récord de la población de vacunos de Uruguay ocurra en la misma semana en que las acciones tecnológicas también marcan un récord en su índice Nasdaq, Apple llega por primera vez a un valor de 2 billones de dólares y las acciones de Tesla cruzan por primera vez los US$ 2.000 por acción, y se distancia como la principal empresa automotriz del mundo. Nuestros vacunos  tienen chip y eso ayuda a sostener una diferencia clave.

El tamaño de la fábrica ganadera, el stock de vacas de cría, ha superado por primera vez en la historia los 4,5 millones, la población de terneros ha superado por primera vez y con creces los tres millones. La industria frigorífica, que estoicamente ha soportado años de baja oferta porque entre 2015 y comienzos de 2019 se fueron cientos de miles de terneros y novillitos en pie a Turquía, sabe que el año próximo empieza un ciclo de mayor oferta ganadera.

Es la riqueza más distribuida a lo largo y ancho del territorio, generada sobre pastizales nativos en convivencia con vida silvestre; es una industria generadora de decenas de miles de puestos de trabajo también distribuidos en muchos lugares del territorio en los que muchas veces es casi imposible generar fuentes laborales alternativas. Y de 50 mil productores ganaderos, 42.000 tienen menos de 500 hectáreas. Las pymes de los pastizales.

“Uruguay, carne” es lo que nos dice casi siempre un extranjero cuando le decimos nuestra nacionalidad. Y en este año en el que las industrias frigoríficas de EEUU, Canadá, Alemania, Holanda y por supuesto Argentina y Brasil se vieron paralizadas por la covid-19, demostró que pudo organizar el trabajo sin riesgo alguno ni para los trabajadores ni para los consumidores.

Tiene todavía un montón de problemas a sortear, desde el alto riesgo de sequía de esta primavera-verano, a la emergencia de imitaciones de carne que medran en el rechazo que el producto carne genera por la tala y quema que realizan los países vecinos en sus florestas.

Por eso también vale destacar que el crecimiento ganadero uruguayo se da en paralelo a un aumento tanto de los montes nativos de Uruguay como de los bosques plantados. Es decir, hay más vacunos en menos superficie, con un mejor manejo.

La mayor dificultad tal vez sea incorporar a los ovinos a esta revolución. La población ovina habría bajado 5% desde niveles ya muy bajos. Paradojalmente, aunque nunca hubo un ovino con aftosa, la traba a las exportaciones de carne ovina con hueso por el más que hipotético riesgo de aftosa golpea a la carne ovina y el encierro en el que la humanidad vive por la pandemia castiga injustamente a una fibra natural como la lana.

Pero algún día las restricciones que soporta la carne ovina en la Unión Europea y otros mercados caerán, y la gente volverá a comprarse prendas para lucir en su vida social y elegirá cada vez más las fibras naturales. Y la ganadería de carnes está en condiciones abismalmente diferentes a las de sequías anteriores, y con una sintonía entre ganaderos e industria que hace suponer que el aumento de la oferta que se viene no tendrá como correlato una baja fuerte de precios. De ser así, nuestras condiciones diferenciales de no quemar bosques y producir en medio de la biodiversidad llevarán a que la revolución ganadera se haga notar en forma visible en los próximos años. 

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