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Tres ideas innovadoras para convencer a los que no se quieren vacunar contra el covid-19

Para convencer a los que no se quieren vacunar se necesitan aportes de las ciencias sociales, no ciencia médica, de gestión o de datos

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10 de junio de 2021 a las 15:07

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Gillian Tett

Joe Biden está inmerso en una carrera contrarreloj. A principios de este año, el presidente estadounidense dijo que quería que el 70 por ciento de los adultos hubieran recibido al menos una inyección de la vacuna contra Covid-19 antes del 4 de julio, para que los estadounidenses pudieran celebrar el Día de la Independencia juntos.

Las tasas de vacunación se dispararon desde fines del invierno hasta principios de la primavera y, a principios de esta semana, 164 millones de personas (o el 64 por ciento de los adultos) habían recibido al menos una dosis, mientras que 136 millones ya habían sido inyectadas plenamente, según datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés). Pero el número de nuevas dosis administradas semanalmente ha caído casi continuamente desde abril.

¿Qué está yendo mal? El problema no puede atribuirse a una escasez de vacunas, ni a la mera logística. La distribución actualmente se está organizando bien, contrariamente a mis temores anteriores.

En cambio, el problema es algo mucho más difícil de cambiar: la cultura. Una reciente encuesta de 15 países desarrollados realizada por el Instituto de Innovación en Salud Global de Londres mostró que las personas no vacunadas en EEUU tenían el nivel más alto de desconfianza en relación con todas las marcas de vacunas. El reto para el equipo de Biden es cómo comenzar a cambiar estas actitudes, y hacerlo rápidamente. Su administración no necesita ciencia médica, de gestión o de datos, sino ciencias sociales.

La buena noticia es que los miembros del equipo de Biden parecen reconocerlo. Bajo el presidente Barack Obama, el gobierno les pedía consejos a científicos del comportamiento al concebir políticas, pero Donald Trump permitió que esa unidad caducara. Ahora Biden está reavivando el enfoque de Obama.

Cass Sunstein, un destacado científico del comportamiento que ayudó a popularizar el concepto del “empujón” — una técnica de política que dirige a las personas hacia ciertas acciones — ha escrito que el plan de Biden de acoger la formulación de políticas basada en la evidencia incorpora “un respaldo explícito de la ciencia del comportamiento, y hace un llamado por mucho más de ella”. El propio Sunstein ha sido contratado por el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés).

Mientras tanto, aparte de cualquier política de la Casa Blanca, la estructura federal en EEUU ya está permitiendo numerosos experimentos locales con diferentes tácticas. Numerosas universidades les prohibirán a los estudiantes no vacunados asistir a clases en persona este otoño. Algunas bases militares están imponiéndoles restricciones más estrictas a los soldados que rechazan la vacuna.

En otros casos, se están utilizando incentivos económicos o, dicho claramente, sobornos. Éstos van desde donas de Krispy Kreme gratis para las personas que se pongan la vacuna, hasta la oferta en Ohio de un premio de lotería de un millón de dólares para aquellos que hayan sido vacunados. En Virginia Occidental, los funcionarios incluso están planteando la idea de regalar armas como premios de lotería de vacunas.

Pero quizás los experimentos más interesantes involucran la persuasión no monetaria. La revista “Harvard Business Review” (HBR), por ejemplo, recientemente presentó un estudio de Jersey, una dependencia del Reino Unido frente a la costa de Francia. El otoño pasado, los líderes de esta pequeña isla decidieron llevar a cabo su propia campaña de vacunación utilizando la persuasión, en lugar de la coerción o el soborno, y le pidieron a un científico del comportamiento, Steve Martin, que trabajara junto con la enfermera jefe asociada del gobierno de Jersey, Becky Sherrington, para encontrar formas de lograrlo. “Yo no había hecho esto antes, pero sentimos que era importante saber cómo transmitir el mensaje de manera efectiva”, comentó Sherrington.

Ellos se decidieron por tres tácticas extraídas de la ciencia del comportamiento. Una de ellas tomaba prestada una idea desarrollada por una psicóloga de Harvard de la década de 1970 llamada Ellen Langer, quien demostró que usar “porque” en una oración era una efectiva forma de captar la atención y de ser persuasivo. Una segunda táctica importaba un concepto explorado en un reciente estudio de Wharton sobre la vacuna contra la influenza, el cual mostró que los mensajes también eran más poderosos cuando creaban “propiedad” con palabras que se relacionen con “tú”. Por ejemplo: “Se ha reservado una vacuna contra la influenza para ti”.

Pero junto con estas dos herramientas psicológicas, ellos utilizaron una perspectiva cuasi antropológica para observar las jerarquías comunitarias y los patrones locales de confianza. Esto los convenció de que sería un gran error depender de expertos científicos o médicos para comunicar mensajes; una mejor opción era, como informa el estudio de HBR, una “persona apropiada para la edad, relevante y de confianza conocida por cada grupo objetivo”.

Por lo tanto, a los trabajadores de los hogares de cuidados para personas de la tercera edad se les mostraron anuncios que presentaban a enfermeras que habían rechazado la vacuna pero luego habían cambiado de opinión. Aparentemente, esto produjo una tasa de aceptación del 93 por ciento (en comparación con el 80 por ciento que se típicamente encuentra en los principales centros del Reino Unido).

“No estamos tratando de manipular a las personas, sino de hablar de una manera que entiendan”, explicó Sherrington, quien cree que una de las razones por las que las tácticas funcionaron fue que habían utilizado la ciencia del comportamiento para dirigir el mensaje a las personas en sus propios términos. Otra razón fue que Martin compartió ideas con el personal durante todo el proceso, en lugar de simplemente ofrecer consejos al principio.

¿Se puede utilizar este enfoque en otros lugares? El gobierno de Jersey cree que sí. Y más municipios en EEUU están comenzando a experimentar con técnicas de persuasión y a comparar notas sobre lo que funciona. De hecho, Martin tiene la esperanza de que una de las consecuencias de Covid-19 sea que cree una mayor disposición para incorporar la ciencia del comportamiento en la medicina pública en un sentido más amplio.

Eso sería bueno a largo plazo. Una de las razones por las que la pandemia se salió de control el año pasado fue que muchos gobiernos inicialmente pensaron — erróneamente — que sólo necesitaban utilizar la ciencia médica. Pero, en este momento, ese objetivo del 4 de julio parece incierto. Es una señal de por qué la escurridiza cuestión de la “cultura” es importante, y no simplemente para los políticos, sino también para los científicos (frustrados).

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