Trigales con cuervos, de Vincent Van Gogh (1890)

Opinión > MAGDALENA Y EL BIBLIOTECARIO INGLÉS

Trigales bajo un cielo con cuervos y El vértigo de la libertad

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02 de febrero de 2020 a las 05:00

Trigales bajo un cielo con cuervos

Por Leslie Ford, Trinity College, Oxford

Querida Magdalena:

Permítame que le agradezca públicamente su cariñoso envío del libro Misbehaving del Premio Nobel de Economía Richard H. Thaler. Recibir por correo algo que no sea la factura de un servicio, me retrotrajo a aquellos felices y lejanos días en que los carteros eran eslabones esenciales de la comunión universal. Y créame si le digo que sus disculpas –por tratarse de un libro usado y ya leído y ocasionalmente subrayado por usted– son del todo innecesarias. No olvide que yo estoy en el negocio de los libros usados, y cuanto más usados, mejor.

Misbehaving es la autobiografía intelectual de alguien que cae en la cuenta de que la gente no siempre se comporta como predice la clásica Teoría Económica. Ni todo el mundo todo el tiempo toma decisiones económicas con un sentido último de optimización, ni el mercado restaura al final todo lo que necesita ser restaurado con un divino equilibrio. Parece más bien que aquí o allá son observables conductas económicamente heterodoxas. Y Thaler se pregunta: ¿son estas conductas irracionales, o por el contrario nos lo parecen porque en realidad las contrastamos con un marco (la Teoría Económica) que es inadecuado?

Los primeros capítulos van creando el clima para un hecho determinante: el encuentro del autor con Kahneman y Tversky, dos académicos e investigadores israelíes que ya estaban cuestionando el racionalismo de la Teoría Económica. Una vez producido el encuentro, Thaler sabe que su vida consistirá en construir un nuevo marco racional (teoría) que refleje el comportamiento humano adecuadamente. La Teoría ha muerto, ¡viva la Teoría!

¿Por qué tanta teoría? ¿No podemos vivir durante un instante y ser felices sin una teoría referencial?

Es difícil minimizar la importancia de una buena teoría. Una buena teoría no sólo nos explica la realidad (la que sea) mediante una narrativa que otro ha construido; sino que nos da las herramientas para que nosotros también podamos construir nuestro propio relato. Como muy bien explica Aristóteles: sólo hemos entendido bien cuando somos capaces de narrar.

Pero en la vida hay que andarse con cuidado. Porque es evidente, y la Teoría Económica parece un buen ejemplo, que cualquier marco racional es restrictivo. Es decir, abre una ventana, pero al mismo tiempo sólo permite ver lo que desde esa ventana se nos muestra. Un caso clásico es la visión académica sobre el arte de la pintura en la Francia de mediados del XIX. Sin duda era útil. Pero su restricción propia le impedía ver lo que existía fuera de sus manuales. La historia del Impresionismo es la de un grupo de genios ofreciendo su maravilloso arte a gente sin ojos en la cara para poder mirarlo.

Por eso, para ampliar nuestra visión, es saludable hacer ocasionales ejercicios de independencia respecto de las teorías. Ensayaré una parábola.

Yo escribo normalmente con el auxilio de un procesador de textos. Pero, con cierta frecuencia, lo dejo a un lado. No sólo por una nostalgia del papel y de la tinta, sino para escapar un poco a la lógica restrictiva de los caracteres, las líneas y demás categorías de los procesadores de texto. Al hacerlo, siempre descubro que, como decía Frossard, hay otro mundo. Vuelvo a ponerme en contacto con la caligrafía que ha crecido conmigo y en la que puedo silenciosamente contemplar quién soy y quién he sido. Puedo meterme entre dos línea ya escritas y tratar de intercalar allí algo que obviamente no cabe, jugando a adelgazar la letra y el trazo. O, en la última línea, la de más abajo, puedo hacer que cuando el papel se ha terminado, la escritura abandone su ser horizontal y, al llegar al borde de la derecha, fecundada por un súbito soplo del espíritu, empiece a trepar, libre y verticalísima, quién sabe hasta dónde o buscando qué…

Abandonar por un rato las teorías y los marcos de pensamiento nos permite ver otras cosas que no vemos cuando los usamos, pero al mismo tiempo apreciar todo lo que vemos cuando sí los usamos.

Nuestra mente es como esos cuervos de Van Gogh a los que, sólo si el cuadro está asentado en un firme bastidor y enmarcado en un rústico marco de madera, les está permitido volar sobre los trigales, bajo los tormentosos cielos de nuestra inteligencia y de nuestra imaginación.

El vértigo de la libertad

Por Magdalena Reyes Puig

“La razón pura tiene que ceder su imperativo a la razón vital:

la vida debe ser vital”

José Ortega y Gasset

Estimado Leslie,

Sabía que disfrutaría de la lectura de Misbehaving, y me alegra saber que, como yo, aprecia un libro subrayado y escrito por algún otro leyente anterior. Una buena lectura no es otra cosa que un diálogo entre el libro y el alma del lector. Y cada subrayado, palabra o signo escrito en las páginas de un libro es, así, la expresión vívida de esa conversación.

Mi primera “conversación” fue, como es de esperarse, con Nietzsche. Se trataba de una recopilación de sentencias y aforismos, entre los cuales encontré éste: “El mundo nos parece lógico porque primero nosotros lo hemos logificado”. Subrayé la frase una y otra vez, y la escolté con miles de signos de exclamación como queriendo expresar la cantidad de luz que esas palabras habían derramado sobre mi alma. Pero con la luz vino también la angustia de la incertidumbre, que me llevó a anotar al margen del texto y a modo de interpelación: “Sí, pero ¿qué hago yo con esto?”. De ahí en más, han sido varios los Así habló Zarathustra subrayados, escritos, manchados y deshojados. Pero todos con marcas y anotaciones particulares, porque el diálogo con un libro no es jamás unívoco, sino que depende del marco o circunstancia en la cual se encuentra el alma del lector al momento de leerlo. Por eso, cada Zarathustra en mi biblioteca representa un diálogo único e irrepetible con el mismo maestro.

Su encuentro con Misbehaving, por otra parte, parece haber estimulado en usted la inquietud por nuestro afán de apoyarnos en marcos de referencia; ¿por qué nos resistimos tanto a la posibilidad de vivir libres de teorías? Los humanos estamos condenados a la necesidad de comprender la realidad, no sólo para darle un sentido, sino también para poder inferir los diferentes acontecimientos que conforman al mundo en el que vivimos. En las teorías encontramos la forma de compensar nuestra ignorancia connatural y de sentir que “tenemos el control”. Por eso nos aferramos tanto a ellas, aún a sabiendas de su inexactitud o ligereza. El marco es restrictivo, si, pero sin él estaríamos condenados a no poder separar los cuervos del trigo en el cuadro de Van Gogh.

Así, es probable que no se trate tan solo de una mera resistencia caprichosa, y que nuestra avidez por marcos de referencia sea, en realidad, el medio más seguro para no sucumbir en el vértigo de la desorientación.

Pero, así como la teoría nos confiere certezas, el vértigo es la condición sine qua non para el ejercicio de nuestro libre albedrío. “La angustia es el vértigo de la libertad”, el adagio no es mío sino de Kierkegaard, quien creía que la vida no es un problema a ser explicado o resuelto objetivamente, sino una realidad a ser experimentada (y padecida) en forma subjetiva. El hombre que existe no es, ni será jamás, reductible al sujeto abstracto e impersonal de las teorías explicativas. Por esto, el concepto de homo economicus (o “econ” en la terminología más reciente) le hubiera parecido, seguramente, a Kierkegaard tan absurdo como ineficaz.

Los seres humanos reales nos “portamos mal” porque, junto a la razón, somos movidos por la emoción, la intuición, las creencias y los automatismos, concertados por nuestra capacidad para ejercer el libre albedrío. De este modo, en términos de la razón utilitaria, solemos tomar decisiones que nos deparan más costos que beneficios concretos (su frecuente abandono del procesador de texto, baluarte de la economía del tiempo para quienes nos dedicamos a escribir artículos, es un clarísimo ejemplo).

Nuestro comportamiento es básicamente incomprensible para la razón pura, tan efectiva para resolver problemas de lógica formal y matemática. Mas ello no hace de nosotros seres meramente veleidosos o irracionales, ¡para nada! Porque usted sí tiene sus razones para volver cada tanto a la caligrafía (basta con leer su carta para reconocer el placer que ello le depara). Pero es probable que nos falte un mayor ejercicio de la razón vital que enseña Ortega y Gasset para comprenderlas. 

Hay un marco, razón o teoría para cada posibilidad de pensar, ser y actuar que tenemos los seres humanos. Y el vértigo es la vacilación que sentimos cuando, en libertad, saltamos de un marco a otro para experimentar una nueva posibilidad vital. Como el arte de los Impresionistas, cada uno de mis queridos Zarathustras y las líneas que trepan libres y verticalísimas por los márgenes de sus cuadernos.

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