Wanted: partidos vibrantes para democracias prósperas

Ninguna democracia prospera sin partidos políticos potentes

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13 de marzo de 2021 a las 05:00

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Entre la insatisfacción de la ciudadanía con la democracia y la crisis de confianza en los partidos hay una relación muy estrecha y, probablemente, circular. Si la ciudadanía se frustra con la democracia seguramente responsabilice a los partidos políticos, dado que constituyen su columna vertebral. A su vez, si los partidos fallan en sus delicadísimas tareas de representación y gobierno, seguramente la ciudadanía encuentre razones potentes para dejar de creer en la democracia. En cualquier caso, está claro que ninguna democracia prospera sin partidos políticos potentes. Por eso mismo, desentrañar las claves del vigor de los partidos políticos es un desafío de primer orden para la ciencia política contemporánea.

Puedo decir con orgullo que un colega uruguayo, formado en el Instituto de Ciencia Política (FCS-UDELAR), ha hecho recientemente una contribución de primer nivel a la resolución de este enigma. Me refiero a Fernando Rosenblatt, y su libro Party Vibrancy and Democracy in Latin America (Oxford University Press, 2018). Esta obra se basa en la tesis de doctorado que elaboró en la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde contó con la orientación de Juan Pablo Luna (igualmente brillante, nacido y criado en la Banda Oriental) y de Kurt Weyland (Texas University). Paso a compartir su excelente argumento teórico, construido sobre la base del estudio en profundidad de los principales partidos políticos de Chile, Costa Rica y Uruguay.

Según Rosenblatt, lo que precisan nuestras democracias para funcionar son partidos vibrantes. No es lo mismo un partido longevo que un partido vibrante. Desde luego, un partido vibrante está llamado a sobrevivir mucho tiempo. Pero un partido puede vegetar muchos años sin pasión, sin militantes comprometidos, con escasos niveles de energía, en medio del tedio y la fatiga. Un partido vibrante es una organización que se caracteriza por el intenso y persistente involucramiento de sus activistas y líderes en diferentes tipos de actividades. Un partido vibrante no funciona solamente durante los ciclos electorales, sino que permanece operativo entre elección y elección. Un partido vibrante es capaz de reaccionar a entornos desfavorables, y sobreponerse a derrotas electorales o malas performances de gobierno.

Si el primer gran acierto de su enfoque es haber construido el concepto de partido vibrante, el segundo es el de haber elaborado una teoría original para explicar de qué depende que un partido político vibre o no. Según él, la vibración requiere la interacción de cuatro factores: (i) propósito, (ii) trauma, (iii) canales de ambición y (iv) barreras a la salida. Los dos primeros factores, como veremos en seguida, tienen que ver con el universo de las ideas y los discursos (aunque el autor prefiere remitirlos a otra perspectiva teórica, el Institucionalismo Histórico). Los dos últimos derivan directamente del mundo del interés, y de los cálculos de costos y beneficios tan habituales en el análisis político contemporáneo (Teoría de la Elección Racional).

La teoría de Rosenblatt es original en el sentido más profundo del término. Aunque el eclecticismo tiene mala fama, nuestro colega logró un éxito resonante combinando tradiciones analíticas diferentes.

Un partido vibrante precisa un propósito: tiene que tener sueños, ideales, proyectos, un conjunto de ideas compartidas por sus miembros. El partido vibrante, por tanto, es mucho más que una maquinaria electoral de ocasión, o un operativo de marketing ingenioso: un partido vibrante tiene alma. Pero para que un partido vibre también tiene que tener corazón, sangre, lágrimas, emoción. Ningún partido vibra solamente con un programa de principios refinado. Para que un partido vibre tiene que haber una épica, y narraciones que hagan circular la leyenda de generación en generación. La leyenda partidaria generalmente deriva de algún momento dramático, de un trauma. Además, ningún partido vibra sin militantes que quieran, y efectivamente puedan, hacer una carrera política. La política no es solamente ambición. Pero la precisa. Las reglas de funcionamiento del partido deben favorecer el despliegue de la ambición personal. Finalmente, ningún partido vibra si el costo de emigrar, es decir, de abandonar la organización, especialmente en tiempos difíciles (por ejemplo, en la hora de la derrota), es bajo. Las barreras a la salida, dice Rosenblatt, deben ser razonablemente altas.

Las cuatro dimensiones se combinan. La combinación de propósito y trauma, de razones y emociones, generan un “nosotros”, un sentido de pertenencia y lealtad al partido. La existencia de reglas institucionales que favorezcan las carreras políticas permiten que haya competencia interna y renovación. La existencia de barreras a la salida reduce los incentivos a la ruptura y modera los potenciales excesos de la competencia interna. Según Rosenblatt, los tres principales partidos uruguayos, Frente Amplio, Partido Nacional y Partido Colorado, a pesar de presentar diferencias entre sí, son más vibrantes que los de Chile y Costa Rica.

El libro es un aporte académico de primer nivel. Pero, además, constituye un excelente ejemplo de cómo la excelencia (en términos estrictamente académicos) puede combinarse con la pertinencia (es decir, con la utilidad concreta para el entorno). En mi opinión el libro es de lectura obligatoria para politólogos pero, también, para dirigentes partidarios. Me parece especialmente desafiante para el Partido Colorado, el menos vibrante de nuestros tres grandes partidos. ¿Cuál es, hoy por hoy, su propósito? ¿Dónde está la épica? ¿Hasta qué punto han favorecido el despegue de nuevos liderazgos y la competencia interna? ¿Siguen siendo razonablemente altas las barreras a la salida?

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