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Y al quinto día, descansarás

La semana laboral de cuatro días avanza en varios países, con experiencias que dejan resultados esperanzadores: aumenta la productividad y la felicidad de los empleados. ¿Es aplicable en todos lados y en todo tipo de trabajos?
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05 de marzo de 2023 a las 05:00

 

Parece el sueño del vago, pero podría ser la realidad del productivo que quiere vivir además de trabajar. ¿Es posible trabajar cuatro días a la semana y no perder productividad, rentabilidad y motivación en el intento? En estos días Reino Unido evalúa su primer mega experimento con una semana de cuatro días, luego de que 61 empresas adoptaran el sistema hace seis meses. De éstas, 56 prorrogaron este esquema de trabajo y 18 lo convirtieron en permanente. El sueño del vago/productivo parece ser posible con resultados alentadores: menos horas trabajadas, aumento del bienestar para los trabajadores, y mantenimiento e incluso suba de productividad. 

En estos días se presentó ante una comisión de la Cámara de los Comunes los resultados del experimento que impulsó la fundación 4 Day Week (4 Días a la Semana), en el que participaron académicos de las universidades de Oxford, Cambridge y Boston, tomando como punto de partida el sistema conocido como 100-80-100: 100% del salario, 80% de reducción de la jornada laboral y 100% de la productividad.

Casi 3.000 trabajadores formaron parte del estudio en rubros tan diversos como una cadena de locales de comidas típicas inglesas (fish’n chips), una empresa de robótica o un estudio de abogados. 

Algo similar, pero más reducido, llevó adelante la misma organización (4WDG) con dos pilotos de seis meses en 33 empresas y un total de 903 empleados, en Estados Unidos e Irlanda. De nuevo confirmaron que la semana laboral más corta puede ser beneficiosa tanto para los empleados como para los empleadores, e incluso para el mercado de trabajo y la economía general de un país.

Entre la utopía/distopía de un mundo en el que el trabajo solo lo hacen robots y otro en que los humanos son esclavos del trabajo, hay muchos grises. Hace 90 años, John Maynard Keynes hizo ciertas predicciones para 2030. Creía que para entonces el nivel de vida en los países progresistas sería entre cuatro y ocho veces más alto que en la actualidad. Gracias a la expansión de la capacidad productiva, las personas dedicarían una pequeña parte de sus vidas a trabajar. Keynes imaginaba robots trabajando, lo que disminuiría la mano de obra humana a "turnos de tres horas o una semana de quince horas". El hombre por fin debería enfrentarse a su “problema real y permanente: cómo usar la libertad de no tener preocupaciones económicas apremiantes”, cómo ocupar el tiempo libre sabia y agradablemente.

Keynes le embocó en la primera parte. Países como Estados Unidos tienen un ingreso per cápita 7.5 veces mayor que en 1930; pero las horas de trabajo no siguieron la proyección del economista inglés. El empleado estadounidense promedio trabaja solo 1,9 horas menos a la semana en 2023 comparado con 1950. Con el ingreso masivo de mujeres al mercado, la cantidad de horas por estadounidense en edad laboral aumentó entre 1977 y 2023.

​​La semana de cinco días que resulta “natural” en países desarrollados, y no tanto en Uruguay donde persiste la de seis incluso a nivel legal, tiene menos de 100 años. Las fábricas británicas comenzaron a fines del siglo XIX a agregar medio día de descanso, los sábados, al domingo. El fin de semana completo de dos días fue adoptado por primera vez por una fábrica estadounidense en 1908, pero no se convirtió en estándar hasta la Gran Depresión.

El avance de esta tendencia plantea un cantidad de preguntas y, por ahora, responde solo algunas. El Reino Unido está en una encrucijada compleja desde hace más de una década, porque la productividad no ha dejado de descender (está por debajo de la media europea). Los expertos ensayan explicaciones, como que el sector servicios, que es vital en la economía de ese país, quedó muy débil después de la crisis de 2008. Pero hay quienes señalan a los salarios congelados o a los altos beneficios sociales, como los culpables del freno. De hecho, muchos trabajadores británicos tienen que rebajar las horas de trabajo para evitar que les corten ciertos subsidios previstos en la ley, como me explicó hace poco un taxista londinense apenado porque su hija no trabaja. Si lo hace, le dejarán de pagar las jugosas libras que le corresponden por tener un hijo discapacitado. 

En cualquier caso, nada sugiere que la productividad vaya a sufrir por trabajar un día menos, aunque seguramente planteará otros desafíos que pueden perjudicar tanto a las empresas como a los propios trabajadores. Mientras que en el experimento del Reino Unido el absentismo laboral se redujo significativamente y el nivel de fidelidad de los empleados se incrementó, y a tiempo de que se considera algo similar en España, los gremios apuntan contra el modelo belga. 

En ese país se aprobó una reforma laboral que permite, si hay acuerdo entre la empresa y el sindicato, trabajar cuatro días con jornadas de entre 9,5 y 10 horas diarias. Esto es “una aberración”, como dijo el secretario de Estudios y Formación de la Confederación Sindical de Comisiones Obreras de España. “Entre ir y volver a casa, son jornadas muy largas”, opina Gutiérrez. El objetivo de la reforma es flexibilizar el mercado de trabajo para que Bélgica llegue a una tasa de empleo del 80% de aquí a 2030.

En España el experimento comenzó desde el Ministerio de Industria, que aprobó que 150 empresas prueben el sistema, sin rebaja salarial. La propuesta inicial es que se den subsidios de entre 2.000 y 3.000 euros por trabajador a las empresas que se sumen al programa.

Desde un punto de vista económico, la adopción de una semana laboral más corta podría tener varios beneficios, entre ellos el aumento de la productividad de los trabajadores, también porque se ha demostrado que la fatiga y el estrés crónicos asociados con horarios de trabajo prolongados reducen la eficiencia laboral. En segundo lugar, podría fomentar la creación de empleo, ya que las empresas deberían contratar a más trabajadores. Es posible que aumente el consumo y la demanda, ya que las personas tendrían más tiempo para gastar en bienes y servicios. Además, en la guerra por quedarse con los mejores talentos, un día libre más siempre es un comodín valioso para atraerlos y retenerlos.

Pero la semana laboral más corta también podría reducir la rentabilidad de las empresas, especialmente en sectores donde se requiere gran cantidad de trabajo manual.

Un nuevo formato de trabajo parte -como siempre- de un pacto en el que la confianza es la clave, aunque no suele abundar en las relaciones entre sindicatos y empresas, por razones fundadas para ambas partes e historias complejas, de excesos, que son difíciles de superar. Una semana de cuatro días requiere no solo un acuerdo entre partes sólido y efectivo, sino también una nueva organización para el trabajo que elimine burocracias, algo que pueden lograr con mayor facilidad las pequeñas y medianas empresas o las startups sin demasiadas reglas duras. Uruguay vive mayoritariamente bajo las 48 horas que contempla nuestra legislación, con diversos acuerdos privados en sectores o empresas específicas. Nada indique que estemos cerca de la semana de cuatro días, aunque desde la teoría, seríamos un buen laboratorio de experimentación. 

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