Tenemos una tendencia a creer que lo que vimos, escuchamos y vivimos es objetivo. Cuando nos relacionamos con otros desde esa convicción, es probable que logremos malentendidos. Situaciones que nos pueden llevar a frustraciones y enojos como mínimo. Dañar o romper vínculos.
Las experiencias que vivimos no tienen desencadenantes en sí. La forma de interpretarlas es lo que genera sentimientos, pensamientos y acciones. Y estas interpretaciones pueden llevarnos a la cima o al subsuelo.
Al entablar vínculo con otro, ya tenemos ideas preconcebidas. Sea de la persona, la situación, el pasado, presente o futuro. Da igual si nos estamos relacionando con otro cercano o lejano, en forma personal, a distancia o por escrito. En todos los casos y aún ante algo tan impersonal como un trámite, tenemos una idea previa. ¿Cómo será, qué sucederá, lo lograremos o no, será de interés o no? El listado de preguntas es tan vasto como las respuestas previas que tenemos.
Las interpretaciones son quizá el gran motivo de los desencuentros entre las personas y aún con uno mismo. Por estas interpretaciones podremos lograr lo que queremos como perderlo o ni siquiera intentarlo. Por las interpretaciones podremos sentirnos lo más queridos o lo más rechazados y de nuevo, la lista de opciones es inmensa.
Vivimos lo que vivimos y adjudicamos significado, es decir atribuimos motivos e intenciones. Y calificamos positiva, negativa o neutra la experiencia. El significado que atribuimos es subjetivo, está pincelado por nuestra personalidad. Por eso es que, el mundo interior de cada persona se refleja en la forma en que interpreta. Creencias, valores, deseos, memorias, inclinaciones, cultura… está integrado en ese significado.
Y esa manera particular de interpretar tiene sus consecuencias. Una porque es contagiosa sobre todo a quienes dependen como los hijos, colaboradores, alumnos, etc. Se configuran como creencias heredadas que podremos o no a prueba, o viviremos para siempre con ellas. Otra consecuencia, es que impacta, para bien o para mal, en el cuerpo y la mente. La neurociencia ha probado que el dolor físico y el dolor mental comparten los mismos circuitos en el cuerpo. De forma tal que, lo que duele emocionalmente impacta como lo que duele físicamente.
¿Y si preguntamos más e interpretamos menos?
Cuando los seres humanos interpretamos de forma errónea, alteramos la relación con otros, sean familiares, amigos, vínculos laborales o sociales