Opinión > OPINIÓN - ÁLVARO DIEZ DE MEDINA

¿El espejo en el que nos reflejamos?

La pasada ha sido una semana semiológicamente muy rica
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20 de agosto de 2017 a las 05:00
Dio inicio, según recordarán, con la imperdible defensa de las malandanzas del inagotablemente escandaloso Raúl Sendic ensayada por parte del ex presidente de la República, José Mujica, al contarnos el cuento de que, en ocasión de la visita a Uruguay de una "delegación de técnicos del exterior" ansiosos por bañarse en la playa, uno de ellos carecía de short, por lo que el entonces presidente de ANCAP "va y compra un short con la tarjeta y se lo da".

La patraña es transparente: insinúa, a los efectos de preservar a Sendic de la ira de sus correligionarios, que una jauría política y mediática perseguía a Sendic por la bagatela de un short de baño, algo que a esta altura no está en condiciones de afirmar nadie ... como no sea José Mujica.

Acto seguido, y como para recordarnos el grado de íntima continuidad de esencia entre Mujica y su antecesor y predecesor, el presidente Tabaré Vázquez volvió a emplear uno de los picnics ministeriales por el interior del país a fin de ostentar logros en los que apenas creen ya sus acólitos, y lo hizo exhibiendo la naturaleza presuntuosa y vacía de su administración, al indicarle a una pobre residente de Nuevo Berlín que allí llevara sus problemas económicos, y en tono marcadamente condescendiente, que debía, ante todo, expresar agradecimiento. ¿A quién? ¿A un gobierno? ¿A él? ¿A su partido político?
Habráse visto ...

Tan censurable e inusitada actuación, empero, fue seguida por el inesperado despliegue de la comedia de enredos de la marihuana estatal, que esta semana conociera su cumbre humorística, al quedarnos ya a todos bien en claro que la mamarrachesca iniciativa es otro estrepitoso fracaso, embarcado en el mismo tren de los pueblos libres en el que el frenteamplismo ha embarcado todos sus cuentos, sus Fondes, sus Planes Juntos, sus puertos de aguas profundas, sus satélites, o los mercados que no ha logrado abrir con unánime éxito en los cuatro puntos cardinales del globo.

Pocos recuerdan el origen de este último esperpento. Enfrentado José Mujica a otra de sus insuficiencias, la de al menos encontrar cadáveres de detenidos, desaparecidos décadas antes, sacó un día de su galera de imprudencias la idea de legalizar el consumo de marihuana, para desconcierto de tirios y troyanos.

En horas, la izquierda que soñaba con sacudir hasta las raíces de los árboles pero no ha logrado aún limpiar la estación central de AFE en Montevideo, se exaltó con una nueva, esmirriada, bandera, en tanto otros sectores del país abrían su crédito a una idea que lucía liberal. Detrás, y en tropel, llegaron los extranjeros desinformados o financiados por Soros, dispuestos a exaltar a Mujica como un ícono de avanzada. Y, claro, él así se lo creyó, porque ya se lo creía.

Hoy ya le hemos visto las patas a la sota. Es, ante todo, una burocracia: el único terreno en el que el régimen obtiene logros. Es, además, una ecuación económica insostenible, ya que supone el subsidio del estado al cultivo de cannabis (lo que le faltaba). Es, por cierto, una reglamentación y, por ende, un costo. Es, en suma, otro problema, que se ha venido a sumar al que ya existía con el consumo de drogas.

Tras cuatro años de extensas discusiones en torno a algo que todos hemos intuido, desde el comienzo, que es una idea sin pies ni cabeza, en los últimos días nos hemos venido a enterar que nada se había previsto en relación a los bancos. Ellos están sometidos a estrictas normas internacionales en materia de certificación de origen de los fondos que manejan y contra el lavado de dinero, obligados a cerrar las cuentas de aquellos clientes que, como las farmacias distribuidoras, tuvieran vinculación con actividades consideradas de riesgo. Como lo son, paradigmáticamente y según enseña no Harvard sino Netflix, la venta de estupefacientes y el terrorismo.

¿Quién debería haberlo sabido mejor que el frenteamplismo, entusiasta suscriptor automático de todos los protocolos internacionales en esta materia? ¿El que premeditadamente destruyera un renglón de la actividad financiera nacional que muy probablemente suprimió así unos 5.000 empleos, muchos de ellos mudados a Panamá o Miami?

No cabe, pues, concluir sino que ese entusiasmo estaba guiado por el de viajar a los congresos en la materia, y quienes así lo hicieron nada aprendieron fuera de usar tarjetas en los free shops, ya que esta misma semana el tercer rostro del mismo frenteamplismo, su ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori, nos viene a decir, en un patético responso, que "la verdad es que no estábamos en conocimiento, antes de que se tomaran las medidas que se tomaron a nivel internacional (¿?), de que esto podía ocurrir". Por supuesto.

El concierto termina, pues, con el exabrupto del senador Mujica que todos hemos testimoniado por televisión el 16 de agosto.

¿Qué nos regaló este hombre tan destemplado y perdido?

Primero, la balandronada, dirigida al propio gobierno que integra, en cuanto a que "si esto queda trancado, se va a trancar el Parlamento (...) ¿tenemos que hacer un trancazo de carácter institucional para solucionar esto?": un giro más propio de una toma de rehenes que de un comentario senaturial.
Segundo: la impotencia de la ignorancia. "No se puede permitir que no se encuentre una solución (...) tienen que inventar una salida". Cualquiera, donde sea, como sea: alguien tiene que poder, porque alguien en algún lado tiene que saber algo. Y dicho, claro, con un dejo de zonza y furiosa desesperación. ¡Porque cree que este tema está "encauzado" y "solucionado", contra toda evidencia!

Y la frutilla de la torta: el enumerar "salidas" posibles: "redes de pago"(¿?), "red de correos" (¿?), "varios gremios" (¿?), todas las cuales chocarían con el mismo obstáculo financiero: la necesidad de contar con una cuenta bancaria regulatoriamente aceptable.

Y es para esa objeción que Mujica reservaba la madre de todas sus respuestas: "sí, pero podemos funcionar con euros". No "bitcoins": euros. Llegó en susurro, tentativamente, poniendo fin al intercambio, y en forma tan inesperada que hasta los embelesados periodistas que lo festejan quedaron en silencio.
Es que quien fuera el presidente de la República parece creer que los euros circulan en un sistema alternativo al financiero, y están dotados de propiedades mágicas desconocidas por el dólar y lo que llama las "altas finanzas internacionales".

¿Qué tribunal precisaría, ante este impotente chamuyo, de más tiempo para acordar su fallo?
¿Es esta comedia, son estos comediantes, salidos del sepia de las antiguas películas de Buster Keaton, el reflejo de nuestro rostro en el siglo XXI? ¿Por qué?

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