Stephen Paddock llegó al hotel Mandalay el pasado 25 de septiembre como uno más de los miles de turistas que a diario van a Las Vegas a vivir una experiencia única, no en vano, el eslogan que caracteriza a la ciudad dice: "Lo que sucede en Las Vegas, se queda en Las Vegas".
Estaba disfrazado de hombre común, por lo que nadie en la recepción notó nada extraño en su comportamiento, tampoco los guardias que fisgonean a través de
cámaras a los pasajeros recién llegados. Paddock pasó sin problemas la prueba de normalidad; nada de sospechoso tenía su imagen en vivo y directo, y lo mismo pudo decirse de la imagen captada por las cámaras.
Otro ciudadano más que llegaba con el sueño de hacer fortuna en el casino, pero que se iría perdiendo como la gran mayoría. A esa conclusión se llegó fácil, muy pronto. La falta de escrutinio, o la excelencia del asesino a la hora de camuflarse, son también responsables de lo ocurrido.
¿Cómo pudo ser que alguien llegara a un hotel de lujo cargado con valijas llenas de
armas y nadie observara algo fuera de lo rutinario? La pregunta sigue esperando una respuesta respaldada por evidencias.
La historia que ha podido rescatarse de Paddock indica que la mente de uno de los homicidas seriales más violentos de lo que va del siglo XXI era aguda y que tenía contemplado escapar, no morir como un kamikaze quieto, perpetrado en el piso 58 de uno de los hoteles emblemáticos de la ciudad. Antes que un
asesinato en masa motivado por el odio, se trató de uno realizado por alguien que se llevó a la tumba el secreto de sus verdaderos motivos.
¿Por qué lo hizo? Rápidamente se llegó a la conclusión, hoy errada, de que habría enloquecido tras perder todo su dinero en el casino, y que como consecuencia del resentimiento acumulado habría convocado a la muerte para vengarse del casino. No fue así. Se sabe ahora que Paddock tenía en un banco US$ 5 millones, producto de sus exitosas visitas al casino y de las rentas de sus propiedades.
Por lo tanto, una corte deberá decidir qué hacer con el dinero, pues el asesino murió intestado, como si su propia muerte no hubiera estado contemplada como una de las posibilidades al cometer su atroz acto.