“Haremos todo lo que podamos para apoyar a Ucrania, más allá de las decisiones de Washington”. El español Josep Borrell, la máxima autoridad de la UE en Asuntos Exteriores, se refería a un crédito anunciado con toda fanfarria en una cumbre del G7 hace tres meses, que se espera esté operativo a fin de año.
Un horizonte que es, en sí mismo, un despropósito
Ese era el clima hace apenas unos días en una reunión de ministros de relaciones exteriores. El colega ucraniano, Dmytro Kuleba, ya ni mencionaba el crédito. Casi vencido.
Pero decía a la vez hostil y apesadumbrado: “Necesitamos acciones audaces de nuestros aliados, y si ustedes no son capaces de tomar esas decisiones, no culpen a Ucrania, la culpa es de ustedes”.
Kuleba hablaba de cuestiones más inmediatas: necesitaba permiso para utilizar armas de mayor alcance para llegar a territorio ruso y prometía a la UE que sólo se atacarían blancos militares.
A nadie puede extrañarle, Kuleba acaba de renunciar. Fue en la antesala de un anuncio de un gran recambio que afectaría a la mitad del gabinete ucraniano.
Este mes, el presidente Volodimir Zelenski viajará a EE.UU. y participará de la Asamblea Anual de las Naciones Unidas, donde se encontrará con su par Joe Biden.
Desencuentro sobre la letra chica en plena guerra
El préstamo en cuestión es el famoso crédito de u$s 50.000 millones que utilizará el flujo de los rendimientos de los activos rusos congelados (u$s 5.600 millones anuales).
La ingeniería financiera del mecanismo que se emplearía para usar esos fondos fue motivo de desacuerdo desde un principio.
Pero la Unión Europea cedió. A pesar de que el bloque ya había acordado un esquema según el cual Ucrania recibiría la ayuda dos veces por año.
Son las ganancias que surgen como retorno de ese dinero proveniente del banco central ruso (u$s 280.000 millones, la gran mayoría de esos fondos están en Europa).
Washington tenía otra idea
Así surgió el préstamo, el concepto de un desembolso único. La estructura era mucho más compleja pero tenía una ventaja: blindaba esa ayuda de los vaivenes políticos esperables en un año de multi-elecciones.
¿Cuál es ahora el punto de la discordia? EE.UU. ya tiene el esquema del préstamo, que se repaga con los rendimientos de los activos rusos inmovilizados.
Pero para que funcione, la primera condición es que la sanción, es decir el congelamiento, siga en pie. De lo contrario, el crédito lo termina pagando el G-7.
Y acá surge la tensión. Washington pide garantías respecto a la renovación de la sanción.
Después de todo, aporta unos u$s 20.000 millones, al igual que la Unión Europea. El resto lo completan otros miembros del G-7, como Reino Unido, Canadá y Japón.
El régimen de la UE requiere la extensión de la medida cada seis meses mediante el voto unánime de los 27 miembros.
Para tranquilizar a Washington, los europeos le recuerdan que las sanciones están vigentes desde 2014, cuando los rusos invadieron Crimea.
Pero Washington, en realidad, tiene un punto. Se llama Hungría.
Hungría y el riesgo de que los activos rusos se descongelen
El primer ministro húngaro, Viktor Orban, ya se opuso en otras ocasiones a renovar las sanciones y no sería raro que se resista a cualquier cambio.
La UE trabaja en un documento con dos opciones alternativas al régimen actual para llegar a un acuerdo con Washington.
Por un lado, una inmovilización permanente (“open-ended”) pero bajo revisión en intervalos regulares y por el otro, extender la renovación actual cada seis meses a períodos más extensos (18, 24 o 36 meses).
Budapest difícilmente se acople. Las relaciones se vienen deteriorando desde que Orban viajó a Moscú y Beijing en supuestas misiones de paz totalmente autoproclamadas.
La erosión llegó al punto que Borrell impidió que Orban fuera anfitrión de una de las reuniones de los ministros de Asuntos Exteriores en Hungría por su posición respecto a Ucrania.
Y esto pese a que el país había asumido la presidencia rotativa del Consejo de la Unión Europea y es tradición que sea sede de estos encuentros.
Mientras tanto, la Comisión Europea espera poder implementar su parte del préstamo si no hay consensos factibles.
No es el escenario óptimo pero si las cosas ya son difíciles ahora, las elecciones de noviembre harán casi inviable avanzar en un acuerdo con Washington.
“Necesitamos un mecanismo real”, decía hace poco el presidente ucraniano Volodimir Zelenskiy. “Las discusiones relevantes ya tomaron demasiado tiempo. Finalmente necesitamos decisiones”.
La percepción del tiempo es siempre relativa. Ni hablar detrás de la trinchera.