Si la economía es en parte un estado de ánimo, o un espejo del sentimiento de los agentes económicos, el de la presidenta del BCE, Christine Lagarde, flaqueaba semanas atrás cuando advirtió de que el pacto comercial entre EEUU y la UE, muy ventajoso para el primero y nada inocuo para la segunda, pasaría factura a la actividad económica en la eurozona. "Se espera que el crecimiento se desacelere en el tercer trimestre", avisó el 20 de agosto durante un acto en Ginebra (Suiza).
Sus advertencias, luego matizadas señalando que Europa está resistiendo mejor de lo que se preveía el mazazo arancelario de Trump (una tarifa media del 15% a los productos comunitarios), según dijo Lagarde este martes desde Helsinki (Finlandia), han empezado a tomar cuerpo. Si bien la presidenta del BCE cree que "la zona euro está capeando la tormenta arancelaria" mejor de lo que se esperaba, ha reconocido que Europa se está viendo "afectada" por el uso "del comercio como herramienta de poder".
Pese al giro un tanto balsámico de sus declaraciones, lo cierto es que sobre la economía del euro amenaza con volver a llover sobre mojado, con menos crecimiento e inflación al alza, despertando de nuevo al temido fantasma de la estanflación. El PIB de la eurozona pinchó en el segundo trimestre, con una anémica tasa de crecimiento del 0,1% en contraste con el 0,6% del primero. Y las señales más recientes confirman y ahondan en esa debilidad. Mientras, la inflación, que se resiste a verse doblegada del todo, aceleró en septiembre hasta el 2,2%, dos décimas más que en los tres meses anteriores, retornando a los niveles de abril, según el avance de ayer de Eurostat.
En el marco de esa sintomatología económica, la industria de la eurozona entró de nuevo en terreno de contracción en septiembre, con un retroceso de 0,9 puntos en sus índices PMI, hasta los 49,8 puntos, fruto esencialmente de la caída de los nuevos pedidos, que disminuyeron a su ritmo más rápido en seis meses, según el informe publicado ayer por S&P Global, evidenciando la debilidad de la demanda exterior en pleno pulso comercial.
Destrucción de empleo
Ese renovado deterioro del sector manufacturero de la zona euro, que ha traído consigo "un ritmo más fuerte de destrucción de empleo", y que aún es acotado gracias a los pedidos ya en marcha, que han permitido que los volúmenes de producción crecieran ligeramente en septiembre aunque con un progreso "lento", es reflejo del impacto que los aranceles de Trump están causando ya sobre el comercio de la UE. El BCE, por boca de la propia Lagarde, desveló el martes que el mal acuerdo comercial con EEUU acarreará un descenso de las exportaciones europeas al otro lado del Atlántico de unos 66.000 millones, con un impacto negativo acumulado sobre el PIB del 0,7% entre 2025 y 2027, un mordisco notable pero inferior al 1% anual estimado a inicios de año. Y si el ánimo de las autoridades no es precisamente boyante, menos lo es aún el de los empresarios, cuya confianza "se debilita", hasta el punto de que el nivel actual es "inferior a la media de los últimos diez años".
Y todo ello en un contexto en el que los sectores manufactureros de las tres mayores economías del euro, Alemania, Francia e Italia, no acaban de remontar el vuelo: "La recesión que comenzó en 2022-2023 se está atenuando, pero no ha terminado por completo", señaló ayer Cyrus de la Rubia, economista jefe del Hamburg Commercial Bank, entidad que, junto a S&P Global, elabora los índices PMI, y que, pese a las dificultades, prefiere ver el vaso medio lleno en lugar de medio vacío. "Teniendo en cuenta factores adversos como los aranceles estadounidenses, la incertidumbre política en Francia y España (cuyos Gobiernos son objetos de críticas), el difícil comienzo de Alemania con su nueva Administración y las tensiones geopolíticas generalizadas, el sector industrial europeo se mantiene sorprendentemente bien", señaló el experto. De momento, la industria española resiste, pero su avance también se enfría.
Al cóctel de bajo crecimiento se añade una inflación resiliente. A pesar de que Europa no ha replicado a los aranceles de Trump (al contrario, ha eliminado los gravámenes sobre todos los bienes industriales de EEUU), la inflación en la eurozona volvió a esprintar en septiembre. Lo hizo de la mano de los alimentos frescos que, aunque se moderaron respecto a meses anteriores, se encarecieron un 4,7%, y de los servicios, que subieron un 3,2%, una décima más que en agosto.
A ello se añade un menor abaratamiento de la energía: su precio cayó un 0,4% frente al -2% de agosto. Mientras, la inflación subyacente, que es la que más preocupa al BCE, repuntó una décima, al 2,4%. Entre las grandes economías del euro, España lidera el alza de precios con un IPC armonizado del 3%, 3 décimas más que el mes anterior; seguida de Alemania, con un 2,4%, también 3 décimas superior. En Italia, los precios repuntaron 2 décimas, hasta el 1,8%, mientras que en Francia lo hicieron en 3, hasta el 1,1%. Estos datos sitúan en 8 décimas el diferencial de España respecto a la eurozona, lo que supone una clara desventaja para la competitividad de sus exportaciones, cuyo destino mayoritario es, precisamente, el bloque europeo.