Estilo de vida > Entrevista a Daniel Mella

"A Satanás lo conozco desde que era niño”

El jóven escritor uruguayo autor de excelentes novelas como Derretimiento y Noviembre, regresó después de diez años de silencio con Lava, un libro de cuentos con el que acaba de ganar el premio Bartolomé Hidalgo
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17 de octubre de 2013 a las 18:03

Ningún caso tan raro como el de Daniel Mella (1976), reciente ganador del premio de narrativa Bartolomé Hidalgo 2013. Hijo de padres mormones, excelente basquetbolista que llegó a integrar la selección uruguaya sub 18, joven prodigio que a los 24 años ya tenía en su haber tres estupendas novelas, un día decidió dejar de escribir con la misma convicción con la que antes había abandonado su religión, y su carrera deportiva. Para aumentar el aura de leyenda que le rodea, este año volvió a publicar un notable libro de cuentos, Lava, con el que se llevó el mencionado galardón. Actualmente vive en Parque del Plata, da clases como profesor de inglés, y escribe para el suplemento El País Cultural. El Observador charló con el escritor para saber como es volver y ganar por varios cuerpos.

¿Por qué dejó de escribir cuando más éxito tenía, cuando estaba en boca de todos?

Lo que pasó es que empecé a sospechar de todo el asunto y también de mi mismo. Nunca tuve la sensación de ser exitoso. No puedo hablar de la calidad de mis libros, ni se cual es mi ubicación dentro de la literatura uruguaya. Cuando tenía 24 años y salió Noviembre yo estaba en medio de una ruptura sentimental, deprimido. Miraba hacia el futuro y me veía haciendo siempre lo mismo, me vi solidificándome en el rol de escritor y eso me asustó. La literatura se empezó a convertir en una esposa: me despertaba y estaba ahí, me iba a dormir y estaba ahí, iba al baño y lo mismo. Se transformó en una obsesión. Llega un momento en que la literatura empieza a justificar tu vida, lo es todo, y fuera de ella no sos nada. Por eso paré diez años.

¿Que sintió al ganar el premio Bartolomé Hidalgo?

Para mi fue muy inesperado.Todavía no se que se les pasó por la cabeza a los jurados. En definitiva lo veo como un estímulo. Una vez había ganado un premio que daban la fundación Bank Boston y el INJU: “Premio al joven sobresaliente”. Era un premio muy condescendiente ya desde el nombre y además no te daban un peso a pesar de que lo otorgaba un banco (risas). En general no presento mis obras a concurso, así que verme involucrado en esto fue raro. Recién a la semana de ganar empecé a disfrutarlo sin culpa. El premio también me sirve para justificarme un poco frente a los que piensan “este es escritor, a este no le gusta laburar”.

¿Por qué decidió volver con un libro de cuentos?

Empecé a escribir una novela que me parecía buenísima, pero cuando la estaba terminando descubrí que era horrible. Entonces la fui destruyendo, y quedo un solo cuento, y a partir de ese cuento fueron surgiendo otros. Yo veía que eran textos sin mucho aliento. Estuve como tres años escribiéndolos, sin apuro, muy tranquilo. Cuando tuve tres o cuatro pensé: “que lástima, son pocos para publicarlos, tendría que tener cuatro más”. Y eso no me gusta, no me gusta rellenar, por eso me tome tanto tiempo. Y también está dedicado a esos muchos novelistas que inmoralmente dicen que escriben cuentos para entrar en calor. El cuento siempre es bastardeado.

Sin embargo hay algunos que de tanto espesor, de tanta densidad conceptual, podrían llegar a ser novelas, como Ahora que sabemos. ¿Comparte esta impresión?

Sí, es verdad, me gusta mucho a mí también ese cuento. Lo que sucede es que cuando estaba escribiendo sentía que terminaba donde terminó. Cuando llegué al punto final, como quien dice, sentía que ese era el peso de la criatura. Ahora estoy rescatando un cuento escrito hace quince años y quien te dice que no termine siendo una novela.

¿Qué quiso expresar en Lava?

Yo no parto de una idea previa que quiero expresar, no tengo ese conocimiento, voy descubriendo a medida que escribo. Sí puedo darme cuenta de que se mueven ciertos temas comunes entre los cuentos, y también me percato de que en ellos conviven extremos, como en Bocanada. Ahí está esa mujer que da a luz, pero al mismo tiempo está en riesgo su vida; hay un nacimiento, pero también hay un entierro de una placenta. Lo mismo en Lava: está ese sueño de tener un hijo por un lado y por otro ese volcán que es como una pesadilla. No tengo una teoría de cómo debe ser escrito lo que tengo en las manos y por eso no puedo justificar lo que hice.

En Lava la presencia de niños es constante. ¿Por qué?

Siempre hay niños en mis libros. Está la niña de Noviembre que desaparece, Pogo termina con el tipo mirando a una niña en el ómnibus, etcétera. Puede influir que yo tengo tres hermanos menores. Y además siempre me han gustado mucho los niños. Por eso disfruto cuando doy clases, o con los hijos de mis amigos, y hasta con los hijos de los vecinos. Siento que he preservado un cierto elemento infantil en mí que me parece importante. No se si es una pureza o una ingenuidad. Creo que es parte de mi mirada, de mi forma de ver las cosas, ya que muchas veces no puedo creer la miseria del mundo adulto.

¿Siente que dejó atrás el salvajismo de Derretimiento?

En parte. Cuando paré de escribir miré lo que ya había escrito y por primera vez ví lo violento o salvaje que podía ser esa literatura. Cuando escribí Derretimiento no me daba cuenta. Cuando releí esa novela pensé: “que enojado que estábas en esa época”. Esos libros me permitieron zafar de las garras de la depresión, fueron una herramienta de supervivencia. Hoy no rechazo esos libros, todavía me gusta la literatura que hiere. Pero en los cuentos de Lava no se dio. Quizás porque hoy le presto atención a otras cosas.

¿Cómo influyó la crianza mormona en su vida?

En mi caso fue una crianza basada en el miedo, y me marcó durante años. Mucha gente se mete a una religión porque le brinda un consuelo, le alivia el miedo al vacío, a no saber, a estar solo en el universo. La religión te da todo un set de reglas; te da un contexto donde poder crear una familia con ciertas seguridades. Si tu pareja es de la misma religión parece más fácil que la cosa funcione. Cuando tus hijos te preguntan ¿papi que es la muerte?, vos tenés una respuesta armada. En mi caso la religión me generó imágenes monstruosas. A Satanás yo lo conozco desde que era niño.

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