Nicolás Garrido

¿Destinos marcados?

Ciertas conductas negativas, que llevan al delito y a la violencia, son consecuencia de un pasado con pocas posibilidades. De igual modo, con esfuerzo y efectividad, estas actitudes se pueden revertir

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04 de agosto de 2018 a las 05:00

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Consideremos la realidad de niños y niñas que no tuvieron la oportunidad de un buen comienzo en la vida y en los años de la infancia. Crecieron con carencias de importancia durante los años de crianza asociadas a las circunstancias de la vida familiar diaria; con claro predominio de lo negativo sobre lo positivo. Ni que hablar en casos extremos de abandono y negligencia y si coexisten otros factores de riesgo. Algunos ya vienen marcados desde antes de nacer. Previo al nacimiento, el ambiente químico del embrión está ligado al medio interno de la madre. A través del cordón umbilical le "llegan" todos los nutrientes que necesita el embrión. Obviamente los cambios químicos en el medio interno de la madre (alcohol, marihuana, pasta base, otras drogas, etc.), impactarán.

Pensemos en entornos caracterizados por pautas de conducta y normas de convivencia (actitudes, valores, conciencia moral, etc.) que no están en conformidad con las reglas y expectativas de la sociedad. Al respecto, Gabriela Fulco, presidenta del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (INISA), se refirió hace unos días al "quiebre" de códigos que hay en algunos jóvenes infractores y dijo que el mismo es "tan profundo" que para muchos "no hay esperanza" de rehabilitación. ¿Qué caracteriza a estos jóvenes infractores que lleva a la resignada idea de individuos irrecuperables, vidas condenadas? ¿Disposiciones innatas? ¿Condicionamientos operantes? Seguramente crecieron y se desarrollaron en familias de alto riesgo, funcionando en entornos de alto riesgo. El entorno influye de manera crucial en las conductas de los seres humanos.

La probabilidad de conductas antisociales (con expresión de violencia o no) crece a medida que se combinan factores de riesgo –atributos de las personas y sus circunstancias asociados con conductas violentas y actos delictivos-. En este sentido, ciertamente los hijos de familias donde predominen "modelos" de conductas desviadas -violencia, robo, etc.- en sus padres, familiares o amigos, deben ser considerados una población de riesgo para el desarrollo de las mismas o similares conductas. En los hechos, existen jóvenes que ya son de segunda y tercera generación en la profesión de delinquir, en el sentido que han tenido padres, abuelos, u otros familiares que llevaban a cabo conductas delictivas como medio acostumbrado de vida y pueden haber servido de modelos para ellos.

La sociedad funciona confiando la socialización de los hijos a sus padres, y si los padres son incompetentes o no están socializados ellos mismos, los hijos pueden crecer incorporando tendencias antisociales. Muchas expresiones de la violencia son el resultado de conductas y valores convalidados por el entorno en el que uno funciona. De aquí lo importante que resulta intervenir a tiempo con buenas políticas de infancia y familia y diseñar planes individualizados de servicio a las familias en situación de significativa vulnerabilidad y riesgo social. Necesitamos una focalización más efectiva.

La socialización incluye tres componentes principales: 1) una disposición general a evitar la conducta antisocial -resultado del miedo al castigo, incluido el auto-castigo a través de la culpa-; 2) una disposición general hacia conductas pro-sociales (altruismo, empatía, actitud solidaria, etc.); 3) aceptación de la responsabilidad adulta (participar del esfuerzo colectivo, aspirar a tener lo propio mediante el esfuerzo personal en lugar de apropiarse de las pertenencias de los demás mediante el robo, etc.).

Muchos casos de desvíos en la conducta individual tienen en sus bases la conducta de otros. A título de ejemplo, es bien posible, y probable, que personas expuestas a la agresión, especialmente en las primeras etapas de la vida, desarrollen ciertos cambios estructurales en sus cerebros que las hagan luego ser más agresivas. Pasar de víctimas a victimarios. Sus modos de reaccionar y comportarse recibirán la influencia marcada de sus experiencias pasadas.

Neuroplasticidad o plasticidad cerebral son los términos utilizados para referirse a la capacidad que tiene el cerebro para cambiar a cualquier edad –para bien o para mal-. En otras palabras, el cerebro tiene y conserva la capacidad natural para cambiar y remodelarse a sí mismo a lo largo de la vida. Se construye y se transforma por información; la contenida en nuestros genes y la que recibimos del mundo exterior. Es el órgano que nos hace ser lo que somos.

Si bien el cerebro retiene su plasticidad hasta bien avanzada la edad adulta o tal vez toda la vida, hay períodos óptimos (críticos) donde ciertos aprendizajes son más efectivos. A título de ejemplo, los regímenes totalitarios tienen claro que es difícil cambiar después de cierta edad. Tal vez por eso los niños y niñas son educados y adoctrinados a una edad temprana. Por ejemplo, en Corea del Norte el adoctrinamiento totalitario llega a las aulas. Los niños desde los 2 años y medio hasta los 4 años, pasan casi todo el día en las escuelas, inmersos en un culto de adoración a la dinastía Kim. Este proceso de adoctrinamiento se sigue dando a lo largo de la escuela, y más allá.

Ahora, si el cerebro puede cambiar, entonces las conductas pueden cambiar, y si las conductas pueden cambiar, entonces las personas pueden cambiar. Claro, hay que decirlo, un patrón permanente e inflexible de conductas antisociales continuadas y de comienzo temprano, es el resultado de procesos que llevan años. Procesos mediante el cual se formaron y se hicieron dominantes ciertas redes neuronales que lo explican. Cerebros hechos, cableados, para la delincuencia. En otras palabras, nuestros aprendizajes, experiencias, y circunstancias, pueden conducir la plasticidad de nuestros cerebros en la dirección correcta o en la dirección equivocada.

La familia, las instituciones, la comunidad, y la sociedad toda, son los responsables del desarrollo de los niños y adolescentes. La educación tiene un papel fundamental que cumplir. Una buena educación y formación de base no se agota en la adquisición de capacidades académicas y cognitivas; con todo lo importante que esto es.

Supone también, encontrar igualmente salidas afectivas positivas, enseñar a resolver los conflictos interpersonales recurriendo al diálogo y no a la confrontación hostil, y formar a los alumnos en valores y principios éticos posibilitando el desarrollo de habilidades que permitan lograr un correcto desempeño en los diferentes ámbitos de la vida social, la vida familiar, la cultura, el mundo del trabajo, la vida comunitaria, la vida de relación con los demás. ¿Qué otra inversión pública puede ser más prioritaria? Estamos en año preelectoral, habrá que ver donde se van colocando las prioridades.


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