Opinión > Columna/Eduardo Espina

"Encantado, soy Nicanor Parra"

Personaje fascinante, el poeta chileno murió en enero a los 103 años de edad
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24 de marzo de 2018 a las 05:00
Es la primera vez que pasa esto. Aquí nunca roban a nadie. Usted es el primero.

-Bueno, a mí me acaban de robar. Por lo menos en algo he sido el primero.
-No sé qué decirle.

El propietario del local, tal como él mismo lo reconoció, no sabía qué decirme. En verdad, las palabras resultaban insuficientes para intentar resolver una situación irreparable, salvo que el ladrón se arrepintiera y devolviese la prenda robada, algo que no pasó. En una cafetería ubicada en uno de los barrios más seguros de una de las ciudades estadounidenses con menos crimen, me habían robado la campera de cuero, compañera de tantas juergas y travesías, a la cual había dejado colgada en la silla donde estaba sentado mientras iba al baño. Todo ocurrió en menos de dos minutos, no más.

Nadie vio nada, como si hubiera desaparecido en forma mágica, de la misma forma que comenzó la noche en que Nicanor Parra (1914-2018) me regaló el "poema" que había dibujado y que yo llevaba siempre en un bolsillo interior de la campera como amuleto, pues era la misma que tenía puesta la noche en que lo conocí. En verdad, el robo de la campera no me importó tanto como el hecho de haber perdido para siempre un pedazo de papel con infinito valor artístico agregado. El invisible caco se había llevado el resultado material y memorable, llamémoslo así, de una noche de esas que parecen inventadas por el azar para que el destino tenga luego algo para contar.

En noviembre de 1990 asistí al Miami Book Fair que todos los años se realiza ese mes en la ciudad al sur de Florida, donde hay más colachatas que buenas librerías. Puesto que me alojaba en el mismo hotel de casi todos los participantes, pude comprobar por primera vez in situ, que las estrellas literarias no necesariamente consiguen su fama escribiendo gran literatura, de esa que resiste el paso del tiempo. En el lobby del hotel las figuras más solicitadas por el público para que le firmaran un libro eran autores de novelas policiales o románticas que habían vendido millones de ejemplares sin recibir ni una sola reseña elogiosa, cocineros y músicos que habían escrito un libro de ocasión, y figuras políticas que habían hecho lo mismo para alimentar su ego. Etc. Como en un buffet de comida china, todo estaba mezclado. Si uno no prestaba atención, podía terminar confundiendo cantidad con calidad y comprando una novela de Sidney Sheldon, quien era una fábrica de best sellers, y al cual me encontré dos veces en el ascensor, una vez subiendo y otra bajando.

En noviembre de 1990 asistí al Miami Book Fair que todos los años se realiza ese mes en la ciudad al sur de Florida, donde hay más colachatas que buenas librerías. Puesto que me alojaba en el mismo hotel de casi todos los participantes, pude comprobar por primera vez in situ, que las estrellas literarias no necesariamente consiguen su fama escribiendo gran literatura, de esa que resiste el paso del tiempo.
Una noche estaba en la puerta del hotel esperando la camioneta que transportaba al edificio donde se realizaban los actos, pues iba a escuchar la lectura de Nicanor Parra. El portero me dijo que el vehículo recién se había ido, y que el próximo saldría en 15 minutos. Un hombre canoso y despeinado que estaba escuchando la conversación me preguntó si iba en esa dirección, a lo que respondí que sí. "¿Y si nos vamos caminando?", preguntó. El portero acotó: "No queda muy lejos, pueden ir sin problemas". Empezamos a caminar en silencio y como a las dos cuadras de haber salido me preguntó: ¿Cómo se llama?". Eduardo, dije, a lo que respondió en forma rápida y cortante, tal como hablan algunos chilenos: "Encantando, soy Nicanor Parra". Me paré sorprendió. Lo miré y le dije: "Qué coincidencia, justo voy a su lectura". "Entonces vamos juntos", dijo. Nunca antes había visto una foto de Parra, por lo tanto, lo vine a conocer primero en persona. La caminata cambió de ritmo y la conversación alcanzó imprevista sintonía. A los dos minutos pareció como si nos conociéramos de toda la vida. Luego de andar varias cuadras, me dice al ver un carro donde vendían panchos: "¿Quiere un hot dog antes de seguir? La mejor comida del mundo son los hot dogs americanos". Comimos dos cada uno, lo cual no impidió llegar en hora, incluso diez minutos antes.

"Después de la lectura espéreme y nos volvemos juntos en la camioneta", dijo antes de salir rumbo al escenario. La sala estaba repleta. La lectura estuvo notable. Parra fue uno de los poetas que mejor sabía leer su poesía en público. Comenzó con Proyecto de Tren Instantáneo entre Santiago y Puerto Montt, y terminó con Defensa de Violeta Parra. Formidable. No hubo bis como en los conciertos de rock, pero hubo bises de aplausos antes de que Parra se pusiera a firmar libros a los asistentes. La cola era larga. La gente va a las ferias de libros para eso.

El fetiche de la firma ajena nunca pasa de moda. Volvimos al hotel en la misma camioneta, y al llegar Parra propuso: "Vamos a tomar algo al bar". Mientras buscaba una mesa donde sentarnos, me doy vuelta y veo que ha desaparecido. De todas formas me siento. Al rato regresa y dice: "Fui a llamar al Allen. Ahora viene". Estábamos hablando sobre la mejor manera de respirar durante una lectura en público para que las palabras salgan con oxígeno cuando son expresadas y el poema se convierta en canción que no necesita de instrumentos, sino solo frases y pausas para producir música, cuando de pronto apareció Allen. Allen Ginsberg.

Los Collected Poems de Ginsberg están en el anaquel de libros selectos de mi biblioteca, donde residen aquellos con condición de imprescindibles y a los cuales recurro con frecuencia, cada vez que el mundo y la realidad resultan insuficientes, es decir, en forma muy seguida.
Al día siguiente iba a dar una lectura en el mismo lugar donde Parra lo había hecho horas antes, pero ahora estaba ahí, acercando una silla a la mesa, casi a la medianoche de un día que ni siquiera con un guión perfecto podría haber salido mejor. Ginsberg estaba igual a como estaba siempre en todas las fotografías, porque su rostro, su barba y su calvicie habían sido el logo del movimiento beatnik. Con él y Parra a los costados me di cuenta de que el poeta antipoeta tenía razón cuando escribió: "La izquierda y la derecha unidas / jamás serán vencidas". Me di cuenta también de que lo más sabio para estar a la altura de las circunstancias era permanecer callado, oyendo, prestando atención, y cada tanto, si la ocasión lo permitía, introducir alguna nota al pie de página, como cuando hablando del surrealismo les dije que el poeta asociado a ese movimiento que más conocía las Américas no era Breton, Artaud ni Peret, a quienes Parra y Ginsberg habían mencionado, sino Henri Michaux, quien llegó incluso a Uruguay.

La poesía no da de comer –bueno, a veces sí, hasta eso también depende- pero da a la vida lugares y momentos inesperados de sagrada gratuidad, como el de esa noche que comenzó rumbo al mismo sitio y terminó con Ginsberg autografiándome su libro Collected Poems. 1947-1980, el ejemplar que traía consigo, ¡increíble!, con la fecha "11/17/90" escrita con números grandes, y una dedicatoria cifrada que dejo para compartir en otra ocasión.

Al ver los dibujos que en la dedicatoria hizo Ginsberg, entre otros la flor hippie, Parra arrancó una hoja de mi libreta de apuntes y escribió: "LO MISMO, para E", garabateando a un costado el dibujo de una flecha hacia abajo con la leyenda en letras mayúsculas: ESTO ES PROSA; y el de una flecha hacia arriba con la leyenda; ESTO ES POESIA.

Los Collected Poems de Ginsberg están en el anaquel de libros selectos de mi biblioteca, donde residen aquellos con condición de imprescindibles y a los cuales recurro con frecuencia, cada vez que el mundo y la realidad resultan insuficientes, es decir, en forma muy seguida. El dibujo de Parra terminó en las manos de un ladrón que nunca llegó a saber que ese pedazo de papel era el testimonio material de una noche total y exclusiva, de esas que aparecen en muy contadas ocasiones, esas y solo esas cuando la vida hace coincidir a la poesía con la fraternidad, para sentirse más viva, mucho más completa.

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