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María Catarineu: “Jugar es entrar en relación con otros y con uno mismo”

La argentina María Catarineu, licenciada en Psicopedagogía, especialista en bebés y niños en primera infancia, brinda las herramientas necesarias para ser los “guardianes” del juego de nuestros hijos
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08 de mayo de 2020 a las 05:00

Por Federica Cash

En este tiempo atípico de confinamiento, donde las convivencias con nuestros hijos no tienen pausas ni recreos, el juego es la solución ideal para descomprimir situaciones de estrés y afianzar los vínculos familiares. Porque jugar es mucho más que pasarla bien, jugando uno se conecta, se aprende a conocer, se relaciona con el otro creativamente y puede expresar con libertad lo que en la vida real le está costando procesar.

En este contexto particular, necesitamos alternativas saludables que ayuden a generar recuerdos valiosos de este tiempo, y para ello no hay nada mejor que “poner a jugar” lo que nos pasa. En tal sentido, conversamos con la argentina María Catarineu, Licenciada en Psicopedagogía, especialista en bebés y niños en primera infancia, para que nos brinde las herramientas necesarias para ser los “guardianes” del juego de nuestros hijos.

¿Por qué es importante jugar? ¿Qué beneficios tiene?

Desde un bebé que se divierte con el pelo de su mamá hasta un niño que puede representar un personaje de un cuento, el juego tiene un rol fundamental en el desarrollo mental de los chicos y en su formación psíquica. Porque jugando comunica sus emociones, crea nuevas habilidades, ensaya lo que le cuesta, resuelve problemas con otros, se asombra ante lo desconocido y se convierte en protagonista de sus aprendizajes. Es principalmente, el más importante despliegue vivencial de encuentro y conocimiento mutuo, entre padres e hijos, maestros y alumnos, terapeutas y pacientes, donde se construyen los vínculos fundantes de seguridad y confianza.

Sin considerar este corte en nuestras vidas, ¿qué valor se le da en la actualidad al juego tanto en las casas como en las instituciones educativas?

Hoy vivimos todo en altas velocidades. Muchas veces vemos pasar las cosas de todos los días como flashes y nuestro nivel de registro baja, quedando más corridos en casa los tiempos de juego. En las edades más tempranas nos habilitamos a estar más “cachete con cachete” con nuestro bebé, y a medida que el tiempo pasa y los hijos crecen van apareciendo “objetos pobres” (como las pantallas) que no involucran el cuerpo y por sobre todas las cosas corren nuestra mirada. Somos los adultos los custodios de estos tiempos de juego, de agacharnos al piso a la altura de nuestros hijos y abrir espacios para que cualquier objeto se trasforme en juguete y que cualquier momento nos descubra en un guiño de ojo o en el envión de un abrazo.

En las instituciones educativas aparecen momentos de juego en el jardín y en edades más avanzadas van desapareciendo. Sabemos que en cualquier situación de enseñanza – aprendizaje, nuestros alumnos van tomando poquito a poco lo que les ofrecemos. La apertura de tiempos de juego en el encuadre del aula entre docentes y alumnos, activa y despliega el desarrollo de un modo global, el cerebro actúa en forma integrada, se conectan ambos hemisferios creando nuevas habilidades, dando lugar al ensayo y error como la ecuación más privilegiada para aprender, para resolver con otros ya que se aprende en relación.

Por todo esto es que este tiempo de cuarentena puede ser muy rico para recuperar el juego, en los rituales cotidianos de encuentro.

Y en ese sentido, ¿cómo podemos habilitar el juego con nuestros hijos?

Solemos decir y nos pasa que, trabajamos muchas horas, que nos es difícil armar un tiempo para sentarnos con nuestros hijos, que para los únicos momentos en donde estamos presentes es para: el baño, la comida o el cierre del día. Pues entonces es ahí. Sobre el armado de las rutinas tan cotidianas, tan conocidas, sobre el escenario del agua pato, en el cambiado de la ropa donde nos quedamos escondidos por detrás de la remera a la espera de ser encontrados. En los sabores de la comida o del cambio de pañal, a la hora de dormir donde los arropamos con calores de abrazos, rezos y cuentos que tanto esperan, aunque se conozcan de memoria todos los finales. Si jugar es abrir un espacio de encuentro, tenemos que pensar desde dónde queremos encontrarnos con nuestros hijos, porque ahí es donde nace el juego, ya que cualquier objeto, palabra, canción o cuento puede ser transformado en juguete, en un puente que nos une.

¿En qué beneficia el juego a las relaciones (padres e hijos, entre pares, con uno mismo)?

Jugar es entrar en relación con otros y con uno mismo, por eso el juego es el espacio más privilegiado y fundante de conocimiento de nuestros hijos, de sincronía emocional y la tierra más fértil para construir lazos de amistad entre sus pares. Es el núcleo desde donde desarrollamos la empatía y el despliegue de habilidades sociales.

Sabemos que: para caminar sobre el arcoíris y conseguir la olla del tesoro, en la marcha de los peones y alfiles, en el aroma de la sopa de letras, en el armado del refugio contra el lobo y el retorno en barco de cartón para llegar salvos a casa, hace falta principalmente, estar de acuerdo. Porque jugar crea acuerdos. Hay que crear acuerdos con otros.  A veces basta una simple mirada, en otras consensuamos códigos propios, únicos o conocidos. Los guiños en el truco, las treguas, los pidos. Al entrar en juego con otros, nos conocemos también a nosotros mismos. Por eso jugar no es solo entretenerse. Jugar es construir vínculos.

¿Qué permite ver el juego en cuanto a características individuales?

Los niños ponen a jugar activamente las cosas que les pasan: riñen al oso, les ponen curitas a los caballitos de madera, dejan una luz prendida para que su muñeca tenga dulces sueños, patean muy fuerte la pelota para el gol y mueven todo su cuerpo chapoteando en el agua al grito de “Marco-Polo”. Al jugar tienen la posibilidad de tomar entre sus manos los miedos y las fantasías, dándoles el poder y el dominio de lo vivido, incluso de ensayar de algún modo la experiencia por vivir. Es así como pueden comunicar sus emociones, las procesan y crecen. También despliegan en sus juegos el momento evolutivo de la etapa que atraviesan, es así como entre los 6 y 8 meses del bebé aparece naturalmente el juego de las escondidas, del “cucú” o el de persecución entre las almohadas donde ponen a jugar el primer distanciamiento con su mamá como antesala de la angustia del octavo mes.  ¿Y qué es lo que ocurre al mismo tiempo en esos momentos de disfrute? Todos los potenciales del desarrollo comienzan a activarse, como un abanico que se abre, una función tira y despliega la otra. Todas las áreas: el lenguaje, el despliegue de la psicomotricidad, la acción de su inteligencia y sus emociones. Todas las áreas juntas se enriquecen y se nutren al mismo tiempo. El juego nos brinda una radiografía completa de todos los despliegues del niño. Por eso es el termómetro más sensible de salud, porque da cuenta, de un estado interno de riqueza, de crecimiento en equilibrio.

Podés leer más sobre estos temas en el blog Mamás Reales.

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