Ángel Ruocco

Ángel Ruocco

La Fonda del Ángel

¿Qué beben los uruguayos en verano?

A los uruguayos a veces nos cuesta cambiar, aunque otras veces archivamos usos y costumbres que merecerían perdurar. Eso pasa con las bebidas “de verano”
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25 de febrero de 2013 a las 00:00

El verano y el calor sofocante están lejos de haberse ido, por más que las cada vez más frecuentes lluvias y tormentas nos hayan dado algún respiro. Entre otras cosas porque eso del “cambio climático” no es broma. El hecho es que en buena medida nos estamos tropicalizando, lo que no es tan bueno como algunos podrían pensar. No sólo por las malas y segundas o terceras copias de ritmos supuestamente tropicales. Una cosa son las lindas fotos en colores de las agencias de viajes y otra la vida diaria –con dengue incluido- en los trópicos. Me consta.

A los uruguayos a veces nos cuesta cambiar, aunque otras veces archivamos usos y costumbres que merecerían perdurar. Eso pasa con las bebidas “de verano”.

Y cuando hablamos de bebidas nos referimos a las alcohólicas y a las no alcohólicas, a los refrescos de origen industrial y a los caseros, a los gasificados y a los naturales, a los jugos y licuados de frutas frescas y a los elaborados con elementos químicos variados, a las infusiones calientes o frías y a todo líquido natural o azucarado que consumimos con el fin de atenuar el impacto de la canícula.

La realidad es que no somos muy creativos en materia de consumo de bebidas refrescantes y que en general nos dejamos arrastrar por la publicidad que por medio de la TV y otros medios de comunicación nos abruma con tentadoras imágenes de aguas minerales, refrescos con sabor a fruta y, sobre todo, cervezas. En este último caso, dirigidas a los jóvenes con mensajes a menudo de intención sesgada y de dudoso gusto.

No es que no me guste la cerveza. Todo lo contrario. Esta bebida de bajo contenido alcohólico obtenida de la fermentación de cereales aromatizados con lúpulo tiene una historia milenaria. Era la preferida de los antiguos egipcios y la consumían ya abundantemente griegos, romanos, germanos y otros pueblos de la antigüedad.

Es posible que, por su aporte de calorías, no sea lo mejor para hacer frente al calor, pero realmente una cerveza bien fría y con una adecuada dosis de espuma, bebida en una jarra o vaso especialmente diseñado para contenerla (en Alemania, cada tipo de cerveza –y hay una gran variedad- tiene una jarra, vaso o copa especial) es incomparable.

Lástima que hayan desaparecido en Montevideo las grandes cervecerías, como la que estaba con entradas por las calles Yatay y Marcelino Sosa, detrás de la Facultad de Medicina, o la que se situaba en un gran parque arbolado en Bulevar Artigas y Burgues. A esta última iban, especialmente en verano y en las fiestas de fin de año, muchas personas, en su gran mayoría en grupos familiares. Los espumosos y fríos chops (antes se escribía chopps) de cerveza blanca o negra venían en jarras “barrigonas”, mientras que a los niños nos tocaba la oscura y dulzona malta. Esta tradición, que aquí se perdió, sigue vigente, por ejemplo, en Alemania, donde abundan las biergarten, cervecerías en jardines y parques.

Es una lástima que ahora los jóvenes uruguayos, copiando costumbres ajenas impuestas por la publicidad, beban esa bebida noble que es la cerveza, a menudo casi caliente, por la botella. Y no para refrescarse. Un desperdicio.

Hay una bebida típica del verano, heredada de nuestros ancestros españoles: la sangría. Aunque consumida mucho menos que hace unos años, pues es desde hace años suplantada (valga este verbo) por gaseosas con cola o esencias artificiales de frutas, sigue bebiéndose en estío en algunos ámbitos familiares. Su nombre trae a la mente aromas del verano, en el campo o en el mar y en la “delicia de la casa en sombra” bajo la “verde penumbra del patio techado de parras” a la que le cantaba Juana de Ibarbourou, cuando con la familia o amigos los uruguayos se reúnen para disfrutar de una comida en plena canícula.

De origen campesino, sobre todo de Andalucía, la sangría es adecuada para contrarrestar el calor inclemente del agosto europeo, equivalente al enero rioplatense. Su nombre se debe al color similar a la sangre del vino tinto que, junto con el agua fresca de un cántaro, hielo, trozos de limón y naranja y alguna cucharada de azúcar, es el elemento básico de su receta original, a la que se le pueden agregar duraznos, manzanas y otras frutas.

Un pariente de la sangría, el clericó, antes era infaltable en cumpleaños y fiestas varias, hecho con vino blanco o rosado o sidra, frutas troceadas, azúcar y algún refresco o agua efervescente, pero perdió terreno en las mesas veraniegas ante los refrescos de hechura industrial.

Lo que resulta inexplicable es que, en este país de mateadores impenitentes, no se tome mate cocido frío como lo hacen los paraguayos (con el tereré) o como alguna vez lo bebí en Río de Janeiro, donde vendedores ambulantes con carritos similares a los de heladero ofrecían por Copacabana mate gelado servido en cucuruchos de papel.

También llama la atención que no haya en té frío en los bares, como se acostumbra en Italia, donde hay unas máquinas especiales para servirlo y que también podrían ser adecuadas para el mate frío. Y que, con la muerte de los Sorocabana, no existan más los granizados de café.

O que no haya casi donde beber unos buenos licuados de frutas como los de la vieja Vitamínica de Juan Benito Blanco, tan abundantes en algunas partes de Italia, ni granizados como la grattachecca romana ni otros refrescos de tipo de las horchatas madrileñas. Y que no haya sidra natural al estilo asturiano y sólo se tome una gasificada de menor calidad en las fiestas de fin de año.

Lo dicho, somos poco imaginativos en bebidas para el verano.

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