Pexeles

¿Siempre el patriarcado?

Es hora de superar la noción errada de que las desigualdades de género son la única causa de la violencia doméstica

Tiempo de lectura: -'

31 de julio de 2020 a las 15:49

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

En una nota reciente en La diaria1, el sociólogo Gustavo Leal denunciaba la imprudencia de asumir los motivos de un delito sin contar con información concluyente. Su advertencia partía de la discusión pública que desató la agresión sufrida en Ciudad Vieja por una persona en situación de calle a quien el agresor prendió fuego. Muchos internautas inmediatamente atribuyeron la agresión a la aporofobia (el rechazo y miedo a los pobres) cuando no había evidencia alguna de ello. Como aclara el autor, la investigación terminó demostrando que el ataque no había tenido ese motivo, sino que la víctima tenía una deuda pendiente con el agresor.

Las redes sociales son el reino de la imprudencia y la insensatez. Con frecuencia resulta francamente difícil hallar en ellas comentarios que no estén motivados por la imperiosa necesidad de encontrar aceptación y reconocimiento, y es sabido que hay pocas maneras más fáciles de conseguirlo que a través de la denuncia y los discursos moralistas. Sin embargo, la situación es más grave cuando la imprudencia es sistemática y generada por políticos, periodistas o académicos. Y más todavía, cuando se la convierte en un discurso hegemónico que no admite la duda ni el disenso.

Para deducir la naturaleza de un delito se precisa evidencia. No hay pruebas de que el asesinato de los infantes de Marina haya sido fruto de una acción coordinada, por lo que concluimos que el asesino actuó solo. De igual manera, la víctima del incendio en Ciudad Vieja era afrodescendiente, pero no se asume que el móvil fuese su color de piel si no se tienen indicios de que la agresión fue motivada por prejuicios raciales. Nuevamente es la evidencia lo que define las causas del delito. Ningún crimen es de odio a menos que exista evidencia que lo demuestre.

En este sentido, el análisis de la violencia doméstica resulta excepcional por dos razones. Primero, porque utiliza un modelo unicausal según el cual todos los comportamientos abusivos entre familiares o personas que tienen o han tenido una relación íntima, resultan de una única causa: una estructura de género patriarcal que impone a muchos hombres la necesidad de dominar y controlar a las mujeres. Este modelo determina que los factores de riesgo que causan la violencia interpersonal en cualquier otro contexto aquí se consideren secundarios o meras excusas, incluso en aquellos casos en los cuales no se percibe ninguna actitud machista.

El problema de este modelo es que no está basado en evidencia. No solo contradice los hallazgos internacionales en la materia2, sino además rechaza cualquier esfuerzo empírico de comprobar sus hipótesis. En lo que constituye un razonamiento circular, no se acreditan actitudes y prejuicios machistas que hayan podido derivar en las agresiones, sino que es la propia agresión la que demuestra que el machismo está presente. En definitiva, se establece una falacia lógica por la cual se asume como verdadero aquello que se intenta probar.

Cuidado: las desigualdades de género existen y muchas veces se traducen en violencia. Sin embargo, ello no significa que cada agresión registrada en el marco de una familia, pareja o expareja obedezca primordialmente a ese factor. De hecho, que exista la desigualdad de género no implica que esa relación de poder esté presente en cada agresión en el ámbito doméstico. Hay en efecto una enorme cantidad de factores alternativos que propician violencia y por los que hombres y mujeres pueden abusarse y agredirse. Estos van desde el consumo problemático de alcohol y drogas, hasta las dificultades de comunicación en la pareja, pasando por los efectos del estrés, los trastornos de personalidad y los trastornos de control de los impulsos.

Cuando se niega la posibilidad de estos factores, se cae en el absurdo de suponer que los feministas somos incapaces de ejercer violencia. Es absurdo suponer que la creencia genuina en la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres de alguna forma nos haga inmunes a la irritabilidad, la impulsividad e incluso a la paranoia que suelen resultar del consumo excesivo de alcohol y drogas. De igual manera, es simplemente absurdo suponer que el respeto y la admiración por las mujeres impediría que las personas feministas padezcamos como cualquier ser humano de aquellos impulsos y tensiones emocionales que explican la mayor parte de las agresiones violentas en cualquier otro escenario.

Si el lector considera que este primer argumento es plausible, sepa que no lo puede decir en voz alta. El segundo rasgo singular del análisis de la violencia doméstica es que no está abierto a debate. Mientras los uruguayos deliberamos con calma sobre las causas de los suicidios, de los accidentes de tránsito y de los homicidios, las causas de los femicidios y de la violencia doméstica están fuera de discusión. Y ello no solo por parte de quienes hoy me insultarán alegremente en las redes sociales, sino también en gran parte de la academia, donde la politización de la ciencia y el rechazo al positivismo empírico son por desgracia cada vez más frecuentes.

No obstante, la consecuencia más grave de analizar la violencia doméstica con un modelo unicausal está en las políticas que ese análisis genera. En el Manual de Oxford sobre Crimen y Políticas Públicas (2012), la autora del capítulo sobre violencia doméstica concluye que no hay ninguna otra área de políticas que presente una desavenencia tan grande entre evidencia y práctica. Si las intervenciones que se implementan habitualmente para resocializar a los agresores se basan en la promoción de pautas de equidad de género, entonces las intervenciones serán útiles solamente para una pequeña minoría. La ciencia empírica demuestra que arrojan resultados mucho más satisfactorios los programas que se enfocan en los problemas psicológicos, en el consumo problemático de alcohol y drogas, y en las habilidades individuales para resolver problemas y controlar los impulsos y la ira3.

En conclusión, no se trata de negar las desigualdades de género ni de desconocer el daño que generan. Se trata de que periodistas, profesionales y académicos superemos un análisis unicausal de la violencia doméstica que termina siendo absurdo y reaccionario, porque no contempla la verdadera heterogeneidad del problema, la compleja psicología de los violentos y la ambigüedad de las estructuras sociales que enmarcan esa violencia. Permitamos un debate más sofisticado. 

Referencias

1 Leal, Gustavo. (2020). A un clic de la grieta. (21 de julio, 2020). La diaria. https://bit.ly/3ggXW2q

2 Dutton, Donald G., and Kenneth Corvo. (2006). “Transforming a Flawed Policy: A Call to Revive Psychology and Science in Domestic Violence Research and Practice.” Aggression and Violent Behavior 11: 457–83. https://doi.org/10.1016/j.avb.2006.01.007

3 Hines, Denisse A. (2012). Domestic Violence. The Oxford Handbook of Crime and Public Policy, January 2019, 115–139. https://doi.org/10.1093/oxfordhb/9780199844654.013.0006

Diego Sanjurjo - @dsanjurjogarcia

Doctor en Ciencia Política, especialista en políticas de seguridad y armas.

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.