Abelardo Vázquez, con calor o con frío, alambrador todo el año.

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Abelardo, de ir descalzo a la escuela a tener su empresa como alambrador

Abelardo Vázquez contó por qué se hizo alambrador y cómo, mencionó tres factores como los secretos para salir adelante y le envió un mensaje a los jóvenes
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30 de enero de 2023 a las 05:03

Abelardo Vázquez, alambrador, afirmó que el oficio que ejerce “nuca va a morir, siempre se va a precisar el alambrado en los campos”, dado que siempre habrá propiedades para delimitar y ganado para encerrar.

Es más, lejos de ser una actividad en vías de extinción, que las hay en el campo, comentó que “en esto cada vez hay más trabajo, para alambrar de cero y para cambiar alambrados, para mantenerlos en buen estado, el que quiera dedicarse a esto, tendrá trabajo, pero tiene que ser aguerrido, sacrificado y humilde”.

Abelardo tiene 56 años y nació en Feliciano, una pequeña localidad en Durazno. Allí completó la educación primaria, en la escuela rural N° 50. Hoy reside en la capital del departamento, junto a su señora –Virginia González, quien trabaja en una compañía de servicio de acompañantes– y su hijo Santiago –estaba trabajando en UPM y se ha desempeñado también en labores en el medio rural–. Los padres de Abelardo también fueron trabajadores en la ruralidad, por lo tanto el vínculo con el campo “es algo que lo tengo desde que nací”, afirmó con orgullo.

“Tengo un mensaje para la gente nueva, que arranca en esto: cuando uno quiere, se puede. Yo pasé de una gran pobreza, iba descalzo a la escuela y salí adelante con sacrificio. Sigo siendo pobre, pero sin carencias. La humildad es fundamental”, reflexionó.

“De gurí, a los 11 años, terminé la escuela y salí a trabajar en una estancia, como suele pasar. Con el paso del tiempo fui haciendo de todo un poco, pasé por todos los oficios, porque fui peón de campo mucho tiempo, durante 19 años fui esquilador con el sistema tradicional y el tally-hi, anduve tropeando, también domando caballos, hacía lo que hubiera que hacer”, contó.

Abelardo Vázquez.

Una escuela después de la escuela

Así fueron apareciendo changas para trabajar como alambrador y su gran escuela fue sencilla: mirar con paciencia a los buenos alambradores. “Así fue que aprendí el oficio, no hay universidad para ser alambrador”, dijo.

Hace 22 años, recuerda, pudo ir comprando las primeras herramientas para largarse por cuenta propia y ser su propio patrón.

“De todo lo que aprendí a hacer me quedé con ser alambrador, porque me gustó, pude aprender bien y era lo que me dejaba más plata”, explicó.

Abelardo Vázquez.

Uno de los trabajos.

Al comienzo, Abelardo trabajaba del modo tradicional y en forma solitaria, utilizando una pala, un pisón, un berbiquí de mano, un serrucho, la madera, el alambre y un carro de pértigo para llevar las cosas.

“Antes era todo a pulmón, muy sacrificado, pero no había otra. Ahora sigue siendo un oficio que demanda ser aguerrido, pero forme mi empresa, estoy registrado en la DGI, tengo mi camioneta, mi casa rodante para estar a campo, tengo un tractor con pocera, una zorra para mover todo, tengo motosierra y taladro, tengo todas las herramientas”, contó.

Antes, explicó, el patrón de la estancia llevaba al alambrador y lo tenía viviendo en una pieza con su cocina, por mucho tiempo, para que fuera haciendo alambrados nuevos o arreglando los que estaban, “pero ahora eso cambió mucho, yo voy y me ocupo de todo con gente que tengo para que me ayude y puedo moverme para trabajar en todo el país”.

Disponer de herramientas para cumplir con la tarea de instalar o reparar permite ser más eficientes que lo que sucedía en los años en los que Abelardo comenzó a ejercer el oficio. Entonces, para hacer 1.000 metros –por ejemplo– capaz se necesitaban 15 a 20 días trabajando dos personas, y hoy esa distancia se resuelve en cinco o seis días.

Abelardo Vázquez.

Alambrados de 100 años

Un detalle que Abelardo comentó es que antes un alambrado duraba capaz 100 años, incluso se pueden ver en el campo instalaciones muy bien realizadas y que llevan décadas y están impecables. Hoy, admite, duran menos. No tanto porque los alambres sean de menor calidad, sobre todo porque el acceso a la madera que se utilizaba antes, madera dura de Curupay traída de Paraguay o Bolivia por ejemplo, pasó a ser algo muy costoso y por lo tanto se usa en lugares estratégicos, al inicio del tendido y uno cada tanto, pero los piques y postes básicamente son de eucaliptus y esos duran mucho menos.

“Uno cuando recorre estancias de muchos años donde quedan esos alambrados antiguos ve que son todos con madera dura y que están bien”, comentó.

Igual, se apresuró a decir, “un trabajo bien hecho ahora también dura lo suyo, sobre todo si se lo va manteniendo bien”. En ese sentido, el paso del tiempo es lo que más va desgastando al alambrado, reconoció, “sobre todo la madera que se puede ir pudriendo, porque el alambra dura mucho”.

Abelardo, durante una de las instalaciones.

Cocinar a campo, una necesidad con la que convive.

De todo un poco

El costo de un alambrado está, en promedio porque depende de muchas cosas, en unos $ 125 el metro lineal. Lo que son riendas y tramillas, por ejemplo, se cobran aparte. Hay casos en los que alambrar requiere de labores adicionales, como colocar bajador en las zonas bajas para sujetar el alambrado, para que no se levante. En cañadas o arroyos se colocan trampas para que el alambrado quede bien. Abelardo, además de realizar alambrados, tanto la instalación nueva como mantenimientos de los ya existentes, hace también trabajos de carpintería rural (porteras, mangas, embarcaderos, cepos, tubos, corrales redondos y picaderos para domas) y otras labores, como pisos de hormigón donde corresponda.

Como se dijo, el oficio de alambrador lejos está de extinguirse. Incluso la aparición hace ya buen tiempo del alambrado eléctrico “es algo que llegó para sumar, no para sustituir, yo incluso lo sumé y también instalo eléctrico, que es una cosa mucho más fácil además”.

La ganadería en Uruguay se fue intensificando, hay necesidad de manejar de mejor modo los potreros e incluso el avance de la forestación y de la agricultura han generado más necesidad de alambrar, comentó Abelardo, quien reconoció que “hay trabajo, eso es bueno para uno y para la gente que quiera aprender y dedicarse a esto”.

Abelardo es alambrador, pero aprendió a realizar varios trabajos más.

"Hay que ser aguerrido"

Con eso como marco, a propósito del sostenimiento del oficio con el paso del tiempo, un motivo de orgullo para Abelardo es que su hijo sepa alambrar, que haya aprendido viéndolo a él. “Veo que a los gurises capaz les cuesta un poco, porque hay que ser aguerrido para ser alambrador, pero hay gente joven que se entusiasma y el que quiere trabajar en esto siempre hay trabajo”, dijo.

Lo de aguerrido, explicó, es porque además de saber usar las herramientas hay que tener fuerza, darse maña y soportar la vida a campo, “en una casilla rodante y en el medio de la nada, con mucho calor o frío según el momento del año, cocinando a fuego, tomando mate, aguantando los mosquitos, es una vida para torearla”, detalló.

“Hay que hacer bien la rienda, alambrar bien, calzar todo bien porque el ganado pecha, el viento empuja y el alambrado tiene que aguantar y durar, yo hago un trabajo y primero tengo que quedar conforme yo, porque eso hará que el patrón quede contento y me recomiende a otros”, concluyó.

Abelardo, durante una de las instalaciones.

Uno de los trabajos realizados recientemente.

Por último, Abelardo pidió trasladar otra reflexión: “Más allá de los gobiernos que haya, que sean del pelo que sean, siempre hubo y habrá trabajo para el que quiera trabajar, el que precise una changa, es cuestión de salir a buscarla”.

Una de las instalaciones.

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