Nacional > nuevos planes
Colegios católicos toman la delantera en la reforma educativa: rompen con las asignaturas
Cuando los estudiantes del ciclo básico del liceo Maturana llegan a clase, cada semana, los depara una sorpresa. Con la misma incertidumbre con que los niños van en busca de los regalos del día de Reyes, sin saber con qué se encontrarán al costado de los zapatitos, los alumnos se enteran cada semana qué asignaturas abordarán y qué desafíos tendrán que sortear. Adiós al clásico asignaturismo, chau a los profesores que rotan cada 40 minutos siguiendo el programa de una materia que no se conecta con la otra.
Aquellas viejas planillas con los horarios de cada materia que a comienzos de cada año lectivo los liceales solían colgar en la cartelera de su cuarto o que pegaban en alguna cuadernola es asunto del pasado. Al menos para estos estudiantes del Maturana (o Colegio y Liceo San Francisco de Sales, como se llama a nivel oficial). Esta última semana de setiembre, por ejemplo, los alumnos de primero de Secundaria estuvieron entretenidos (y valga la adjetivación porque es parte de los objetivos buscados) en las Patoaventuras. La clásica serie animada de Disney oficiaba de hilo conductor en una búsqueda del tesoro que les iba imponiendo desafíos de la vida cotidiana usando los conceptos teóricos (y matemáticos) de simetría axial y simetría central. Entonces el profesor de Matemáticas acompañaba al grupo toda la semana en esas aventuras y lo hacía junto al docente de Formación Cristiana, quien a cada desafío le iba incorporando los valores religiosos de la amistad, el trabajo en equipo y un largo etcétera.
La próxima semana serán otros los docentes y los desafíos. La siguiente otros, y así…
“Como es un liceo habilitado (por la Administración Nacional de Educación Pública) se cumple con la cantidad de horas al año de cada material y los programas oficiales, pero, dentro de ese marco, se rompe con el esquema clásico de asignaturas y se trabaja con una lógica diferente”, explica Fabián Vitabar, rector académico del colegio. Por eso sus estudiantes tienen una calificación para “cumplir” con lo que exige el sistema, pero la evaluación se hace con conceptos en una plataforma online en la que tiene el mismo peso la autoevaluación, la evaluación grupal y la del docente.
El Maturana es uno de los cuatro colegios católicos —de un total de 30 que están innovando— que esta semana abrieron las puertas para mostrarle a la comunidad cómo se van adelantando en la reforma educativa. Hay otros que eliminaron la repetición en algunos grados, otros trabajan por áreas temáticas o por proyectos.
Más de la mitad de los docentes —sin importar el subsistema ni público o privado— considera que la “desmotivación de los estudiantes” es el principal reto que tiene que enfrentar el sistema educativo. Así lo deja en claro la consulta que les hizo la ANEP. Y según Vitabar, del Maturana, “estos cambios curriculares vienen demostrando que los alumnos se sienten parte de la propuesta, están activos, enganchados”.
Las faltas en los colegios privados son inferiores a la media de los públicos, por eso este indicador es poco útil para medir la motivación estudiantil. Pero Vitabar da otros ejemplos: “Desde que se empezó la transformación, se acabaron los problemas de conducta. También se terminaron los dolores de panza sin motivo o los alumnos que están toda la hora de clase mirando la nada”.
—¿Los padres acompañan el cambio?
—Son de los más agradecidos. Cuando los padres notan que la enseñanza se preocupa por sus hijos, lo agradecen. Porque esto no se trata de divertimento puro, no es un circo. Consiste en mejorar las competencias, las habilidades, pero saliéndose de un esquema tradicional y fragmentado en que venía un docente a dar su gran clase y luego se olvidaba del alumno.
—¿Y los docentes aceptaron la propuesta?
—A algunos el cambio les costó más que a otros, pero lo bueno de contar con planteles estables y de tener horas de coordinación es que el cambio se fue sedimentando poco a poco y se fue reflexionando entre todos, dice el rector académico.
“En el mundo hay una verdadera primavera pedagógica”, viene insistiendo el catalán Xavier Aragay, quien está en Uruguay asesorando a los colegios católicos en su transformación.
En el colegio Juan Zorrilla de San Martín (Maristas) los niños se mueven por el “territorio” con la libertad de quien no tiene que quedarse anclado a una silla. La maestra ya no está delante del salón, frente a un pizarrón. Sino que hay estaciones temáticas, módulos que acaban (y a veces comienzan) con un atelier. Y así hasta segundo de escuela.
En Uruguay, uno de cada diez escolares repite en primer año. En los Maristas no. Pero no es solo que en los colegios privados la repetición es baja, sino que las maestras entienden que el ciclo de inicial acaba recién a fin de segundo año (como pretende el nuevo plan educativo de la ANEP). Por eso el régimen de pasaje de grado está anclado al ciclo.
En el segundo piso de un edificio hecho a nuevo a medida de la propuesta pedagógica, hay un salón oscuro, con telas negras evitando el ingreso de la luz y dentro solo tubos violetas que hacen brillar las distintas estaciones temáticas. Están cerrando un ciclo sobre la luz, con juegos y actividades. Los alumnos se motivan y se olvidan qué hora es. Nada los interrumpe, porque la hora de salida al recreo es acordada con la maestra y no hay timbres.
“Nuestra preocupación está centrada en qué habilidades consideramos que tendrían que tener estas personas en 2040, cuando sean adultas”, explica Lucía Etcheverry, subdirectora de Secundaria. Por eso “lo relevante dejó de ser el cumplimiento estricto de un programa con bolillas y con lógica de enciclopedia, porque lo que se impone es un modelo de persona, de ser”.
En el primer ciclo liceal de los Maristas los profesores trabajan por áreas. A diferencia de lo que ocurre en el Maturana, cumplen a rajatabla sus horas de 40 minutos ya estructurado todas las semanas iguales, pero el mismo día está el profesor de Biología con el de Geografía y Física, por ejemplo, abordando aspectos de salud y ambiente. Y al otro día es otra el área.
En el San Ignacio (Isasa) también es así. Este fue el primer liceo en romper con el asignaturismo. Allí los espacios multiuso, los pasillos, el comedor, son también salones de clase. No es por falta de espacio, sino porque la lógica es que aquello de las cuatro paredes quedó obsoleto y que la enseñanza tiene que acercarse a la vida real.
En el Isasa el trabajo está basado en proyectos, no hay deberes. La grilla de horarios de los alumnos tiene los colores del semáforo. Dos mañanas se trabaja en proyectos del área social (amarillo), otras dos en ciencias (verde) y una sola en artística (rojo). Pero por más que los estudiantes saben qué área toca cada día y qué proyecto ejecutan durante cuatro o seis semanas, recién al llegar a clase se enteran de qué irá esa jornada lectiva.
Hace más de dos siglos, cuando Uruguay no era todavía Uruguay, José Gervasio Artigas fue a una escuela de los domínicos. Los jesuitas instalaron el primer centro educativo integral. Y, si bien hay algunas experiencias en colegios laicos, ahora son otros católicos los que están tomando la delantera en la reforma educativa.
