Es tremendo lo de Diego Aguirre.
¡Tre-men-do! Tiene una capacidad nunca vista para lograr milagros con Peñarol.
Cuando al final de la transmisión de Tenfield observaba la repetición del gol de Abel, enseguida recordé el de aquella conquista de Diego Aguirre en 1987, que le dio la última Libertadores a Peñarol. Entonces hice el ejercicio de mirar aquel minuto 120 de la final de Santiago.
Y, sin entrar en comparaciones, porque no se puede poner en el mismo nivel con lo que ocurrió hace 36 años, lo de este sábado en el Estadio Centenario también tiene ribetes increíbles.
Acá te dejo el gol de Aguirre en 1987 para que compruebes que tiene mucho en común con el de Abel (uno se originó por derecha el otro por izquierda)... ¡y que, con Aguirre, hay que creer o reventar!
Porque el gol de este sábado tuvo los mismos componentes que en 1987. Se inicia con el saque del golero rival, tres cabezazos en el medio de la cancha y termina con una corrida y el gol de Abel.
¿Ya viste de nuevo el gol de 1987? ¿Sí? Ahora cerrá los ojos y repasá el de este sábado: saque largo del golero Britos a tres cuartos de cancha (igual que hace 36 años), tres cabezazos (Coelho, Cristóforo y Abel, se repite la historia), una corrida de Cepillo González y un golazo histórico de Abel.
Pellizcate. Sí, ¡pellizcate! No parece real, pero es 100% verídico. Es obra de la magia, de la fantasía. De los milagros. Y Aguirre lo hizo de nuevo, desde un lugar diferente pero con ese libreto perfecto.
Una paliza de Aguirre a Bava y de Peñarol a Liverpool
Lo que ocurrió este sábado en el Estadio Centenario fue una paliza futbolística de Peñarol a Liverpool, que dejó sin reacción al mejor equipo del año.
Una goleada, aunque el triunfo haya sido 1-0 en la hora, por la forma en que llegaron, por cómo se desarrolló el partido y por su desenlace.
Liverpool arribó a la semifinal empujado por la aureola de favorito.
Su nivel futbolístico, los 10 triunfos en los últimos 12 partidos del Clausura y la arremetida para quedarse con la Tabla Anual le habían permitido alcanzar un estatus de perfección deportiva.
Leonardo Carreño
El equipo de Belvedere se ubicó en ese lugar incómodo de la gloria, que es tan difícil de sostener, pero que lo había mantenido con rendimientos individuales y colectivos formidables.
Peñarol llegó mal, muy mal. Tan mal que ni los hinchas creían en el equipo. Vender 14.667 entradas para esta final es el reflejo más notorio de lo que poco que despertaba el equipo que había heredado Aguirre dos semanas atrás.
Sin embargo, en silencio, y aquí está el primer gran triunfo del entrenador aurinegro, se tomó los cuatro partidos que le quedaban para cerrar la temporada para ensayar y buscar la mejor fórmula.
Este sábado sorprendió con un cambio en la estrategia. Las novedades comenzaron en la defensa porque Peñarol se paró en el campo con una línea de tres, que se transformaba en una de cinco cuando era necesario (prácticamente no necesito replegarse exageradamente). Los tres zagueros fueron Hernán Menosse, Leonardo Coelho y Maximiliano Olivera. El brasileño cumplía la función de libre.
Los dos carrileros, con una clara función ofensiva, fueron Camilo Mayada por derecha y Lucas Hernández por izquierda.
En el mediocampo presentó tres volantes, de derecha a izquierda: Ignacio Sosa, Damián García y Sebastián Rodríguez.
Leonardo Carreño
De mitad de cancha para adelante confió en la velocidad del argentino Ángel González, quien apareció por derecha en el inicio del partido, unos metros atrás del único delantero: Matias Arezo.
La figura táctica de Peñarol fue un 1-3-5-2.
Con este cambio táctico Aguirre fortaleció el espíritu herido de sus jugadores. Les dio herramientas para adueñarse de la cancha. Los tres zagueros parecían multiplicarse y el mediocampo cumplió un rol clave para apagar los motores de Liverpool.
También, los jugadores de Peñarol despertaron con respuestas anímicas que estaban olvidadas y se plantaron con autoridad absoluta frente a su rival.
Del otro lado, Liverpool y Bava fracasaron.
El entrenador, porque nunca supo plantear alternativas para contrarrestar el plan de Aguirre, y los futbolistas porque terminaron cediendo frente al poder de Peñarol y de una tribuna que jugó su partido aparte.
LEONARDO CARREÑO
El mejor equipo del año sintió la presión.
No resistió el peso de lo que tenía que defender y sus figuras se empezaron a caer.
Las salidas de Luciano Rodríguez y Siles fue la primera señal de que le quedó grande la ocasión a los negriazules de levantar la copa este sábado.
Luciano Rodríguez es una de las razones del éxito de Liverpool, y salvo un tiro libre y un remate desde afuera del área, su actuación no estuvo a la altura de lo que prometía. Y en el mismo tono el resto del equipo.
Con el partido controlado a partir de la sorpresa táctica, que fortaleció la propuesta futbolistica, y de la superioridad anímica, Peñarol estuvo muy cerca del triunfo en varias ocasiones. En los pies de Ángel González, de Arezo y de Abel.
Leonardo Carreño
Sin embargo, faltaba algo: la suerte de Aguirre. Por el partido tenía escrito un final épico.
Entonces ocurrió el milagro: minutos 120, igual que en 1987, saque del golero rival, tres cabezazos, una corrida y toda la suerte de la Fiera (que le paso la posta a Abel Hernández, en una charla que tuvieron en Los Aromos) para finalizar en el emocionante gol del triunfo.
Aguirre empezó a saldar la deuda que dejó pendiente hace 12 años con Peñarol, como escribí la semana pasada.
Peñarol dio un paso enorme. Salió del pozo y se acercó al título del Uruguayo. Le dio una paliza a Liverpool y lo dejó en su peor lugar. Sin embargo, no está decidida esta final.
Peñarol volvió a ser Peñarol y llenó de dudas a Liverpool, pero aquel que dé por vencido al equipo de Bava se podrá llevar una sorpresa, porque la fragilidad de Peñarol no puede descansarse solo en la suerte de Aguirre y necesita volver a jugar otros 180 minutos de fútbol con los argumentos tácticos que pondrá el entrenador aurinegro en el campo y, sobre todo, con el carácter que tuvo este equipo en el Estadio Centenario.