Camilo Dos Santos
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AFP
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Diego Battiste

Agustín Canobbio: a los 15 no jugaba, a los 22 se quebró y a los 23 es el mejor del fútbol uruguayo

Fue el último en explotar en su generación de Fénix, quedó afuera de la sub 17, llegó a Peñarol y tuvo que volver a Capurro, se fracturó, enfrentó un dopaje positivo y le ganó a todo: Agustín Canobbio fue el mejor de la encuesta Fútbolx100

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24 de diciembre de 2021 a las 05:01

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Agustín se ponía una presión extra. Quería demostrarles a sus compañeros de la Cuarta de Fénix que jugaba por méritos propios y no porque el entrenador de la categoría fuera Osvaldo, su padre. Un buen día perdían 2-0 contra Rentistas y Canobbio padre ordenó un cambio a los 30 minutos. Salió Agustín. Con una bronca que hasta el día de hoy recuerda. “Mi casa fue un velorio esa noche”. Sin embargo, todo empezó a fluir. El padre, bicho futbolero, le sacó un peso de encima y el volante explotó. Cuatro meses después, Rosario Martínez lo mandó llamar para sumarse al primer equipo. 

Con pasos cortos pero firmes, Agustín Canobbio, de 23 años, fue creciendo hasta convertirse en el mejor jugador de la temporada 2021 al ganar la votación de la encuesta Fútbolx100 que realiza anualmente El Observador tras desplegar con el campeón Peñarol un fútbol de alto vuelo. 

De ser el "gordito" -así se recuerda- de las categorías más chicas de Fénix y el último que pegó el estirón, a esta versión demoledora en lo físico, perfeccionada en la toma de decisiones, y abanderado del ritmo de juego que propone el Peñarol de Mauricio Larriera, Canobbio atravesó en 10 años –cinco de ellos como profesional– un montón de enseñanzas, conquista de metas y también golpes que le dieron una madurez impropia para su edad. 

El chorrito de agua fría de Fénix, una frase que lo marcó de Alejandro Cappuccio, los aprendizajes que le dejaron sus entrenadores, la ansiedad de vivir de contratos cortos, la frustración de tener que irse de Peñarol, la fractura de peroné y el sacudón del dopaje, curtieron la piel de Canobbio para fortalecerlo y perfeccionarlo como jugador.

Canobbio empezó a jugar en el baby fútbol de Córcega, a dos cuadras de su casa y luego en Carrasco Polo antes de llegar a la Preséptima de Fénix en 2011. “Era el único generación 1998, el más chico”, recuerda a Referí. 

“Toco y corto”, dice evocando a Alejandro Larrea, uno de los entrenadores que tuvo en las primeras categorías de Fénix. También menciona a Julio De Armas, Edgar López Báez y Alejandro Cappuccio, al que tuvo en Quinta: “Un crack, siempre me acuerdo de una frase que me enseñó y que repito siempre: ‘Hay que vivir para el fútbol para después vivir del fútbol’. Me quedó marcada”. 

Por eso Canobbio trabaja desde hace dos años con Tabaré Papariello como preparador físico particular, por eso en abril empezó a hacer sesiones de acupuntura con Manuel Aguerre y por eso lleva una dieta estricta con una nutricionista. 

Y más allá de todo lo que trabaja en el club en cada momento de su vida, la presencia de su padre estuvo y está para perfeccionar cada detalle y también para evitar que los elogios se transformen en relajación: “Si juego bien siempre me marca algo para corregir. Toda la vida así y todo lo contrario a mi madre”, cuenta a las risas. 

El memorable golazo que le hizo a Sergio Rochet en el Gran Parque Central, en clásico ante Nacional, por la ida de la Copa Sudamericana, fue fruto de sesiones interminables realizadas con su padre fuera del horario de trabajo. 

“Con papá y Agustín Requena, un golero amigo que tengo desde las inferiores de Fénix, entrené mil veces esa jugada en trabajos de definición que hacíamos en un parque. Agustín me dijo que no podía creer la pausa que hice antes de definir y más ante Rochet que es muy grande y que está en un gran momento”. 

Esa pausa en el gol que soñó desde el baby y que alimentó en las embarradas canchas de juveniles donde después tocaba bañarse con un chorrito de agua fría, demostró el crecimiento que mostró en este segundo pasaje por Peñarol. 

Le dolió irse en 2020 cuando Diego Forlán tomó el mando del equipo y decidió no contemplarlo en su proyecto aurinegro que apenas duró 11 partidos. 

“No sé quién tomó la decisión ni quise averiguarlo. Pero más allá de la decisión del entrenador hay también una decisión institucional. No me quejo, porque Peñarol me volvió a abrir las puertas y pude aportar mi granito de arena para volver a ser campeones”, dice. 

“Cuando surgió la posibilidad de volver me propuse mejorar en la toma de decisiones en tres cuartos de cancha que en la posición donde juego es lo que más marca. Si no concretaba bien o no estaba fino en esa zona todo lo que había de ahí para atrás no iba a ser valorado. Tuve más tranquilidad a la hora de discernir y luego el sacrificio de siempre”. 

Pero también, la permanente voz de su padre fue clave para superar esa frustración: “Te podés quejar o quedarte preguntando ‘¿por qué a mí!?’ o podés seguir pisando el acelerador y no frenar. Y yo soy cabeza dura, sigo para adelante”, explica. 

El 29 de agosto del año pasado, jugando por Fénix, se quebró el peroné en partido ante Nacional. “Eso fue un punto de quiebre”, confiesa. “Me enseñó a mirar el fútbol y la vida de otra manera. Justo una persona de familia se enfrentó con una enfermedad complicada y me di cuenta de que no me podía quejar por estar con la pierna para arriba tres meses, que en la vida hay personas que pasan por cosas peores”.

El fútbol de Juan Ramón Carrasco, ese 2010, fue un master en ritmo y aceleración para volver pulido a Peñarol. “Juan te enseña 50 jugadas en cancha, tenés que aprenderlas y después es todo repetición y repetición. A mí me puso a jugar de 8. Jugaba 3-3-1-3 y yo iba en el medio por derecha. Me gustó mucho esa posición y le sumó mucho a mi juego”, admite. 

Pero Canobbio también sacó aprendizajes de Rosario Martínez, quien lo dirigió en 2016 y 2017 en los de Capurro. “Rosario siempre te pedía que fueras a todas las pelotas aunque fueran malas. Si la pelota se iba afuera y estabas a 15 metros tenías que correrla aún sabiendo que no ibas a llegar. Te metía eso: ir a todas y de tanto ir, alguna pelota que parecía perdida a veces la recuperabas”.   

Su contrato con Peñarol vence a fin de año y Canobbio aún no sabe cuál será su futuro, que ya maneja Faro Sports (Grupo Casal) “Si hay alguien que sabe de que se le venza el contrato el 31 de diciembre soy yo. La única vez que me generó ansiedad fue a principios de 2018 cuando todos mis compañeros ya habían firmado. Después se dio de ir a Peñarol”.

Aquel año terminó campeón. Eran tiempos donde merodeaba las redes sociales. Se entusiasmaba cuando los hinchas le ponían fichas a su llegada. Pero se sentía herido cuando lo criticaban. Ahora no lee más los comentarios de la gente y se enfoca en su juego. 

Antes también era ansioso y una distensión muscular era razón suficiente para hacer un drama. 

Pero esta versión de Canobbio está hecha a prueba de golpes. Quedar afuera del Sudamericano en sub 17, debutar en Primera recién cerca de los 18 años, llegar a Peñarol y tener que volver a Fénix, fracturarse, llevar una vida ultra profesional y cuidada y recibir la noticia de un dopaje positivo. Por resiliente y por su afán de progresar hoy es el mejor jugador del fútbol uruguayo. Pero Agustín sabe que está prohibido creérsela y por las dudas está Osvaldo que el día que le avisó que era el mejor de la encuesta Fútbolx100 le dijo: "Los periodistas se deben haber equivocado".  


 

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