AFP

Bajar el fuego y aumentar la luz en Colombia

Es la historia de nunca acabar, es un campo fértil para los desencuentros y los odios, donde las imágenes se repiten incesantemente

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14 de mayo de 2021 a las 05:03

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Duele Colombia porque es un país muy cercano a mis afectos. Quienes conocen de mi longeva y sui géneris relación con el país me preguntan sobre el Paro Nacional allí cómo quien inquiere a un colombiano. No deja de ser un poco incómodo.

En primer lugar hay que reconocer que se trata de una sociedad violenta. Muy violenta, eternamente violenta. Es la historia de nunca acabar en Colombia, donde las imágenes se repiten incesantemente hasta el infinito como perlas en una red de Indra. 

No recuerdo un año sin violencia en Colombia. Y cuando uno está allí, puede entender por qué. He conocido pocos países donde la vida valga tan poco. Y en ninguna parte he conocido ciudades donde uno vea a diario tantas armas como en las ciudades de Colombia.

Luego tiene usted el tema de la violencia policial. Unos cuerpos de seguridad que han sido formados en un contexto de guerra interna, cuyos protocolos y anticuerpos resultan brutales para la vida urbana en algunos barrios de Cali o Bogotá. 

Por otro lado, Colombia acarrea los mismos problemas de origen que las demás sociedades fuertemente estratificadas del Pacífico sudamericano (si bien Colombia es el único país bioceánico del subcontinente): disparidades abismales, gran desigualdad y movilidad social muy limitada.

En medio de ese campo fértil para los desencuentros y los odios, se dio hace unos años una situación muy peculiar: un virtual choque de trenes en la cúspide de una clase política que ha estado siempre dominada por una élite muy reducida. 

De un lado, el expresidente Álvaro Uribe. Del otro, su heredero renegado Juan Manuel Santos. Los detalles de este agrio enfrentamiento nos llevarían varias columnas como esta. Baste decir que tuvo su punto cúlmine en el proceso de paz con las FARC y que terminó de polarizar al país por completo.

Más que un problema de liderazgo

El actual presidente Iván Duque es también un delfín de Uribe, elegido en 2018 bajo la plataforma del Centro Democrático. Hombre muy joven, sin duda de buenas intenciones, típico colombiano simpático y alegre capaz de amenizar cualquier reunión, pero que tal vez no tenga el liderazgo suficiente para este trance. De hecho las últimas semanas ha mostrado serias carencias en ese sentido.

Tal vez nunca dejó de ser el burócrata de segunda línea del BID a quien Uribe eligió como su sucesor precisamente porque no representaba amenaza alguna a su liderazgo. Como hemos venido tristemente a comprobar, muchas veces eso no es suficiente; sobre todo en un país como Colombia. 

Súmele a todos esos problemas estructurales y coyunturales los que en la actualidad afectan a casi todos los países –la precariedad laboral, el desempleo en la juventud y los estragos sociales y psicológicos de la pandemia– y tiene usted una bomba de tiempo a punto de estallar. El detonante llegó con la reforma tributaria que impulsaba el gobierno. A esos problemas de liderazgo me refería: ¿en qué estaba pensando el presidente colombiano? En plena pandemia, cuando lo que todos los gobiernos tratan de hacer es justamente aliviar la carga a los ciudadanos, él se proponía incrementarla.

Como sea, ya van dos semanas de protestas ininterrumpidas. Duque ya retiró el proyecto de reforma hace varios días; y además tampoco es él responsable de la inmensa mayoría de los problemas que he listado. ¿Por qué siguen entonces las manifestaciones?

La respuesta corta es para repudiar la violencia policial, que además hay demasiados muertos en las calles; y eso es condenable; se debe investigar cada una de esas muertes, y si fueron a manos de las fuerzas del orden, los responsables deben pagar por ello. O como dicen quienes apoyan la continuidad del paro el Colombia, “porque hay demasiada rabia acumulada”, después de “200 años de injusticias”.

Y desde luego es legítima la protesta –más aun si esas son las reivindicaciones–, pero tampoco se puede mantener ad infinitum. 

Además, los bloqueos, los actos de vandalismo, los saqueos y los ataques contra ciudadanos de a pie tampoco se pueden permitir en un estado de derecho. Menos aun sería de recibo mantener la protesta en las calles simplemente hasta que caiga el presidente. Eso no es ni democrático, ni legítimo.   

En estos días se filtró un audio de Gustavo Petro donde el líder de la izquierda colombiana dice claramente que a su juicio, después que el gobierno retiró la reforma tributaria, “se debió haber declarado el triunfo popular” y levantado el paro. Ahora dice que se lo sacó de contexto en una grabación donde su propia voz da todo el contexto.

También he visto a algunos periodistas y líderes de opinión –hoy furibundamente antiuribistas– azuzando el conflicto que en su día, cuando Uribe era presidente y tenía 70% de aprobación, me increparon y criticaron duramente por un par de preguntas comprometidas que le hice al aire al entonces mandatario. En ese momento, a Uribe más que entrevistas se le hacían reverencias, increíbles actos de genuflexión.

Que estos mismos señores hablen hoy de la violencia de un solo lado me parece ya no solo una muestra más del panquequismo político que han practicado en los últimos años, sino sobre todo un acto de profunda irresponsabilidad y demagogia. Quien informa, como quien analiza, en una situación tan delicada debería hacerlo despojado de sesgos políticos. 

Del mismo modo sería deseable que Petro ejerciera su liderazgo diciendo lo que realmente piensa, y no escudándose en supuestas “sacadas de contexto” que son un agravio a la inteligencia. En estos casos de gran agitación social, angustia en la población, confusión y volatilidad, la labor de los líderes de opinión, y de los verdaderos líderes de oposición, es bajar el fuego y aumentar la luz.

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